Desde antes que naciera la civilización, la miel estuvo en la dieta de la humanidad. Su accesibilidad, sabor dulce y los aportes nutritivos la convirtieron en clave para la supervivencia de los primeros humanos.
“La miel no solo es una deliciosa fuente de energía natural en forma de fructosa y glucosa, sino que también contiene una variedad de otros componentes beneficiosos como enzimas, minerales, vitaminas, antioxidantes, rastros de proteínas y compuestos antibacterianos y fenólicos”, señalan las expertas Arlette Gómez y Roxanna de la Fuente, de A de Abeja.
Su uso en las dietas de deportistas es clave por tratarse de un alimento energético que, al mismo tiempo, el organismo puede digerir sin mucho esfuerzo, lo que permite que esa energía sea empleada prácticamente de inmediato, pero no es su única virtud.
Desde hace miles de años, la miel se usa con fines terapéuticos, de acuerdo con una investigación hecha por la Universidad de Neyshabur, Irán, la cual relata que pueblos como los sumerios, egipcios, griegos, romanos y judíos ya disfrutaban de sus virtudes.
“Además de su valor energético, las mieles también ofrecen beneficios para la salud. Los compuestos antibacterianos presentes en ellas pueden ser especialmente útiles en casos de problemas gastrointestinales, como la gastritis y las úlceras estomacales, ya que ayudan a proteger la mucosa del estómago y reducir el crecimiento de bacterias dañinas.
“Los antioxidantes presentes en la miel también son valiosos, ya que pueden contribuir a reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares y accidentes cerebrovasculares, así como enfermedades asociadas con la inflamación, como la artritis reumatoide, la enfermedad inflamatoria intestinal y la enfermedad de Alzheimer”, explican las expertas.
¿Cómo conservar mejor la miel?
La miel es uno de los alimentos que mejor se pueden conservar de una forma muy sencilla. Se dice que un frasco con este producto, encontrado en la tumba del rey Tutankamón, se encontraba en buenas condiciones cuando fue descubierto siglos después.
“La colmena es uno de los entornos más saludables del mundo, ya que no permite el desarrollo de microorganismos gracias a su bajo contenido de humedad y su pH ácido. Por eso, la miel nunca se echa a perder.
“Sin embargo, es importante tener en cuenta que si se introducen agentes externos, como migajas de pan, leche, saliva de una cuchara previamente usada u otros líquidos o alimentos, la miel puede echarse a perder”, aconsejan Gómez y De la Fuente.
Conservarla en frascos herméticos de vidrio o plástico, en un lugar seco, fresco y oscuro y alejada de fuentes de calor, garantiza que tu miel permanezca en buenas condiciones por mucho tiempo.
“Es normal que la miel se cristalice a bajas temperaturas, pero esto no significa que esté en mal estado. De hecho, es una señal de que tienes una miel pura y de buena calidad”, concluyen las expertas, quienes recientemente abrieron un tasting room en la colonia Roma para quienes deseen conocer todo sobre este alimento milenario.