CÚPULA

Raúl Zurita: Escribir es incendiarse hasta las cenizas

El poeta chileno es uno de los platos fuertes de la novena edición del Hay Festival Querétaro, en entrevista habla del 'complicado' trabajo que implica elaborar versos

EDICIÓN IMPRESA

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Créditos: Foto: Daniel Mordzinski

Para cualquier hombre el acuerdo puede parecer injusto, a menos que se trate de Raúl Zurita (Santiago, 1950): “La poesía es un oficio peligroso y tú no puedes pedirle nada a ella, aunque ella te lo pida todo a ti”, dice.

La palabra ha sido la única presencia consistente en la vida del poeta chileno: primero, escuchando a la abuela contar historias de una Italia lejana; después, desde la inocencia y luego, abrazándola “por desesperación”, dispuesto a quedar en cenizas.

Porque para Zurita hay un momento funesto que antecede a la expresión poética, precisamente la del grito que surge después de tomar conciencia de la muerte.

El escritor está de regreso en México para participar en el Hay Festival (sostendrá una conversación con Jan Martínez Ahrens), pero antes charla con Cúpula sobre su infancia, su inicio en la escritura, su forma de concebir la poesía, los premios, la vejez. 

 

¿Qué le ha dejado la poesía?

La poesía es un oficio complicado y difícil, no siempre deja, sino también te puede quitar mucho, entonces para mí ha sido como correr al borde del filo de una navaja siempre, ni los posibles e hipotéticos reconocimientos sirven si estamos en la soledad, frente a sí mismos; la poesía es un juego riesgoso, es un asunto peligroso, un oficio peligroso y tú no puedes pedirle nada a ella, aunque ella te lo pida todo a ti. 

 

¿Cómo pasó de la ingeniería a ser poeta? 

Ojalá fuera así, la verdad es que yo estudiaba ingeniería, vino el golpe de Estado en Chile, el 11 de septiembre de 1973, tenía 22 años y en ese momento me tomaron, pase unos días preso y fue una experiencia terrible. Salí de eso, pero no tenía trabajo, estaba en la pobreza, en indefensión total, sin poder encontrar nada. Yo escribía, pero escribía casi por desesperación, en un momento dado me di cuenta que lo podía hacer, pero no fue una cosa que yo quisiera así, románticamente cambiarme de estudiar ingeniería a la poesía, fue algo que sucedió fuera de mí, casi como que me obligó a hacer algo que en ese momento era lo que menos me importaba. Cuando pasan estas situaciones convulsas de derrocamientos, de golpes militares, la poesía es lo que menos te puede importar, sin embargo, eso fue lo que a mí me tomó. 

 

¿Hubo necesidad de escribir?

Yo escribía de chico por inocencia; después, cuando estaba en la universidad, escribía por placer; después escribí por desesperación. Mi relación con este oficio no siempre es fácil, la poesía es algo complicado: la primera angustia que creo que sienten los poetas es por encontrar su propia voz, que con el tiempo te das cuenta de que lo que llamas tu propia voz, es la voz exactamente de todos, no es tuya para nada. 

Escribir es como quemarse entero, realmente es incendiarse hasta que no quede una brizna de hueso ni de sangre, porque solamente de esa ceniza se puede construir el poema. Es una experiencia bien límite y no tienes ninguna seguridad de sobrevivir: mañana te pueden dar los premios que quieras, pero tú luchas una angustia solitaria por algo que no sabes bien qué es. Creo que la poesía nace del fondo, que es muy anterior a la filosofía, a la religión y fue tal vez algo así como el primer grito que sueltas cuando tú te das cuenta de que la muerte es un hecho real. Todos guardamos un instante pretérito en el cual un ser en cuatro patas se para frente a otro, se cae y entonces el otro se da cuenta de que eso que le pasó es la muerte y que también le va a suceder a él. En ese momento se inventa la muerte y frente a esa angustia inconmensurable, tremenda, en la que no sabes qué va a suceder, nunca lo sabrás, el primer grito, el primer gemido que surgió, no sé cuándo, es la poesía. 

 

¿Y la voz de su abuela cuánto resuena?

Los seres que uno ama permanecen vivos en la memoria, resuenan siempre, ella siempre está resonando y todo está resonando: las personas con las que apenas me crucé, las personas con las que tuve y tengo grandes relaciones, las personas que amo, todas resuenan y entre ellas resuena la voz de mi abuela o de mi madre. Resuena mi abuela contándome pedazos de la Divina comedia como si fueran cuentos para niños, pero cuentos bastante aterradores porque siempre tenían que ver con el Infierno. Un día me di cuenta que era su nostalgia, mi abuela llegó de Italia como migrante, con mi mamá de 15 años y siempre vivió acordándose de Italia, nos contaba pedazos de la Divina comedia y era hablar con nosotros a través de ella, era hablar consigo misma a través de nosotros.

 

¿De dónde procede la vena poética latinoamericana? 

Siento que es algo que arranca con la historia de la irrupción de España, de lo que se llama el mundo desconocido, sobre este mundo que para ellos era desconocido, pero que ya estaba totalmente construido. Creo que eso se queda, esa huella, toda esa violencia que significó la conquista, se impregna de una u otra forma en la lengua que hablamos. El castellano es una lengua maravillosa porque es la que yo tengo, la única que tenemos, pero al mismo tiempo es una lengua que guarda toda una historia de rencor y de resentimiento, porque es muy difícil, Fernando Vallejo, pero también Rulfo lo hicieron, escribir en una lengua que ha condenado a tantos seres a ser piedras, muertos en vida. 

 

¿Sirve ahora la poesía? 

En realidad, la poesía está en el límite del lenguaje, es desesperante poder decir con palabras lo que ya no está en este mundo, el lector es como el mundo que no está en este mundo. Cuando uno lee una página de un libro de repente sientes que el que lo escribió está debajo de esa página, casi físicamente, la lectura implica que esas dos sombras: la del lector y esa otra sombra que es el poeta se encuentren sobre la página y eso puede ser una experiencia impresionante. Creo que la poesía está allí y que es la forma más extrema de la expresión humana porque exige de la muerte y del asombro y del miedo. Para mí el primer poema es cuando se descubre la muerte, como un hecho fundamental. Entonces, el lector de poesía puede ser alguien temible porque sabe mucho, mucho más que lo que el poeta está diciendo.

 

¿Cómo se le presenta la vejez? 

No sé cómo responder, por supuesto surge una gran nostalgia, pero al mismo tiempo un gran agradecimiento, en mi caso estoy agradecido. Ahora eres joven y luego viejo, no hay más. No tengo la menor idea de qué viene, pero lo que venga está bien, porque ya hice lo que tenía que hacer, siento. Yo he entregado mi máximo esfuerzo, mi vida, mi demencia y mi salud a un par de ideas. Ahora que venga lo que venga.

 

Por Luis Carlos Sánchez

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