CÚPULA

Cocinar una exposición

Abraham Villavicencio, curador del Museo Franz Mayer, opina que su trabajo es un oficio que diario se aprende

EDICIÓN IMPRESA

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La curaduría, dice Villavicencio, no puede funcionar sólo desde la teoríaCréditos: Foto: Antonio Nava

En el día a día todos hacemos curaduría, dice Abraham Villavicencio, curador del Museo Franz Mayer. Quizá no lo alcanzamos a percibir, pero ya sea creando una playlist de música, acomodando los muebles de la casa o la ropa que vamos a usar: de alguna forma le damos un sentido a aquello que queremos decir, que nos representa, que nos significa o que tiene una historia.

Para el investigador ser curador —aunque ya existe la profesionalización a través de maestrías y diplomados— es un oficio que se aprende a través de la práctica y, además, se trata de un oficio que se ejerce dependiendo del objetivo del lugar y del acervo que resguarda y que exhibe.

El Franz Mayer, a diferencia de otros museos, conserva, investiga y difunde una colección compuesta por libros, pinturas y artes decorativas que constituyen su legado como la colección de arte popular de Ruth Lechuga y la de William Spratling; pero también es un espacio que genera propuestas en torno al arte clásico, a las diferentes producciones culturales y de materiales visuales como la fotografía, el diseño y la moda.

“Por el tipo de acervo que resguardamos y las propuestas a las que da cabida el museo, es necesario emplear diferentes metodologías, a veces antropológicas, para poder realizar una curaduría”, dijo.

En este sentido, refirió el historiador, existen muchos tipos de curadores como los del arte contemporáneo, los del moderno, los de un museo antropológico e histórico, los de un museo dedicado a la ciencia, al conocimiento y la tecnología —como Universum— y otros más dedicados a lo económico —como el Museo Interactivo de Economía (MIDE) o el Museo del Banco de México—.

En todos los casos “se trata de especialistas en la materia, cuyos conocimientos, más allá de lo curatorial, les permiten llevar a cabo este acto”.

“Los objetos del Franz Mayer son su fortaleza, por lo que para curar una exposición es necesario poseer un pensamiento cultural, estético, político y social que permita el cruce de conocimiento en torno al tipo de técnica que se empleó, el material, el periodo en el que fue realizado, lo que representa, las comunidades que estuvieron involucradas y los saberes”, explicó Villavicencio, quien también se desempeñó como jefe de curaduría en el Museo Nacional de Arte.

En el oficio, contó, resulta imprescindible conocer la relación que tienen las piezas con las personas, con su historia y con los procesos humanos que hay detrás de ellas. Sólo a partir de ahí se pueden generar conversaciones y discusiones actuales en donde la voz de “todos” se ve reflejada en una exposición.

Para Villavicencio, cuyo campos de investigación incluye la pintura novohispana de los siglos XVII y XVIII, las artes decorativas novohispanas, la retórica y teoría de la imagen de la Compañía de Jesús (siglos XVII-XVIII), la circulación de grabados en Nueva España y la pintura emblemática virreinal, no existe una receta para el curador: “La curaduría es un oficio que se fue construyendo de forma empírica y que se fue haciendo de manera autodidacta a través de la práctica, porque si bien es necesario tener conocimientos, nada puede funcionar sólo desde la teoría.

Es como estudiar cocina, puedes conocer el impacto de la cocina, los intercambios culturales que se propician a partir de ella, los usos políticos y los usos sociales, pero eso no significa que sepas cocinar. Eso es muy parecido a lo que hacemos”.

Para el curador del Franz Mayer, cada persona dedicada al oficio tiene su propio bagaje cultural, sus inquietudes profesionales, sociales, personales, culturales e intelectuales, desde las que decide cuestionar o contar una historia para generar un cruce de conocimientos.

Por Azaneth Cruz 

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