CÚPULA

Las fronteras que Alondra rompió

La directora de orquesta mexicana, Alondra de la Parra, ha construido una sólida y ecléctica carrera

EDICIÓN IMPRESA

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Créditos: FOTO: CORTESÍA DAVID RUANO

Conocí artísticamente a Alondra de la Parra en 2007, cuando trajo a México por primera vez el proyecto que la presentó ante la sociedad musical: la Orquesta de las Américas, ensamble que había fundado en Nueva York siendo una jovencita de veintipico.

Era yo estudiante de música y me fascinaban -más allá de su estética musical, que muchas veces ha estado en sintonía con la mía-, varios de sus atributos artísticos extramusicales: su poder de comunicación con el público -un don, si me lo preguntan-, verme reflejado como mexicano ante una compatriota exitosa, también joven; su interés por compartir con otros artistas: no hacer de su oficio uno para ella sola, aunque ella fuera el centro; y el nombre de esa gira, que resumía -quizá inconscientemente- una filosofía que la ha acompañado y distinguido desde entonces: “No borders”.

Las fronteras en esa ocasión eran las de los dos países que representaba, luego se han convertido en fronteras que se borran ante géneros -ha grabado lo mismo conciertos de Stravinsky y una colección sinfónica mexicana referencial, que discos con Natalia Lafourcade o Buika y Lila Downs- y más recientemente, entre disciplinas: cocreó la versión para ballet de Como agua para y chocolate para el Royal Ballet de Londres y el American Ballet de Nueva York, y la semana pasada regresó a México para una temporada de The Silence of Sound, el espeCtáculo clown cocreado con Gabriela Muñoz, más conocida por su alterego Chula the Clown, que había podido ver en su estreno mundial durante la primera edicIón de su festival PAAX GNP.

En unos meses, asumirá la titularidad de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Desconozco la agenda que tendrá con esa agrupación, pero además de su ciclo sinfónico, el ensamble es titular del Teatro de la Zarzuela: prejuicios entre géneros mal llamados menores, sean musicales o teatrales, no los tiene. Las fronteras: no las conoce.

Escribí entonces que se trataba de un “espectáculo escénico completo, un monólogo desde el cuerpo líricamente coreografiado desde el clown y cobijado por una intensa selección orquestal y un despliegue total de tecnología escenográfica”. Casi dos años después, presentado ahora en el Teatro de la Ciudad durante la segunda quincena de marzo, con la Sinfónica de Minería, me hizo no solo seguir admirándola, sino descubrir mayores matices en el trabajo de Gabriela Muñoz y encontrar además, como entusiasta del teatro, que el espectáculo ha madurado bien, más sólido y con columnas dramatúrgicas más fuertes ahora.

Alondra seguirá rompiendo fronteras y ante sus críticos, seguirá en lo suyo: otra más y de la que se habla poco, es la capacidad con la que desde su poderosa figura mediática ha acercado a los públicos masivos a repertorios clásicos poco conocidos (¿cuándo una sinfonía de Federico Ibarra iba a sonar doce noches seguidas ante 1,300 personas?).

El próximo verano, entre Bernstein y Stravinsky, hará sonar una partitura sinfónica de Natalia Lafourcade: ambos, epítomes contra el clasismo musical, estarían orgullosos.

Por Iván Martínez

EEZ