CÚPULA

Un cabaret para 2024

El clásico musical dirigido por Mauricio García Lozano ofrece una versión que resulta vigente

EDICIÓN IMPRESA

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Créditos: Fotos: Especial

Conocido entre el público por asumir la trilogía Mozart-Da Ponte desde su visión visceral y contemporánea, por haber ofrecido versiones únicas y feroces de Salomé o Ricardo III, a Mauricio García Lozano le pregunté hace tiempo, en radio, si regresaría al musical, un género erróneamente calificado como ligero, luego de haber hecho El hombre de La Mancha. No dirigiría cualquiera -como en ópera, donde ha rechazado el bel canto: tendría que ser un Sondheim, un West Side Story “con el trayecto que he hecho con Shakespeare… si me dejaran hacerlo a mi modo”, o un Cabaret. Algo que pudiera hacerse desde la entraña. Que tuviera carnita, nos dijimos.

Este clásico del teatro musical, una de las dramaturgias más complejas en el repertorio del género, ya se había presentado en este teatro hace poco menos de veinte años, en una versión que privilegiaba a las estrellas mediáticas del espectáculo y la lectura fácil, simple y superficial. Es difícil no acudir a la comparación: esa versión, que recuerdo haber disfrutado asumiendo lo que era, podía haberse presentado veinte años antes o quince después. Y no es una crítica, sólo intento diferenciarla.

Una partitura exquisita y una dramaturgia que surgió de un relato autobiográfico pueden leerse en cualquier momento. Pero la nueva versión es una de autor, que nos la pone enfrente siendo él y cuestiona a su público de hoy; con el contexto de hoy, con el antisemitismo de hoy, con la sexualidad de hoy, para reflejarnos entre nosotros hoy. 

En esta versión de autor no hay cabida para que la estrella del espectáculo no sea el teatro mismo: son las historias, los símbolos que se deciden usar para contarlas, el gesto mínimo en el que uno pasa encima del otro; en el que la fragilidad de nuestra supervivencia está por encima del lucimiento y que así se hace lucir. Que se engrandece como espectáculo porque lo hace personal.

García Lozano dirige un equipo de niveles insuperables: la nueva orquestación y dirección musical de Pablo Chemor son exquisitas; Irene Azuela es sofisticada en su ambiguo Maestro de Ceremonias, e Ilse Salas aporta con maestría la fragilidad que una lectura completa de su icónico personaje necesitaba; hay sorpresas en Julián Segura, ejemplo de aquello que no hay papeles pequeños para grandes actores (y que como cover de Azuela hace un MC magnífico, refinado y particular) y Nacho Tahhan, la presencia más justa en el ensamble.

Siempre emociona ver a Majo Pérez: en funciones como Fraulein Kost ilumina el escenario con pequeños grandes destellos y en las que ofrece como Sally Bowles se gana al público que pronto ovaciona la intensidad vocal con que la hace, también, muy suya.

Cabaret está en cartelera desde hace un par de semanas en el Teatro de los Insurgentes. Es el Cabaret de García Lozano. Es el Cabaret que vive el Berlín que se iba arrebatando. El que recupera aquello a lo que Christopher Isherwood se enfrentó desde su propia entraña. El que no tiene glamour, el que no tiene Fosse. Es el Cabaret que nuestro país necesitaba hoy.

Por Iván Martínez

EEZ