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El violinista danés y su fascinación por México

Per Bokelund, músico de la Capilla Real de Dinamarca, tras conocer nuestro país sintió una obsesión indescriptible por Oaxaca; además, la música tradicional tuvo un gran impacto en su quehacer artístico

EDICIÓN IMPRESA

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Luego de fungir durante varias décadas como violinista de la Capilla Real de Dinamarca, Per Bokelund logró conseguir el permiso de la reina de Dinamarca para finalmente jubilarse y lograr uno de sus mayores sueños: venir a América y conocer los países “calientes” o de “clima caliente”, especialmente México y Perú.

Sorprende que en las generaciones de adultos mayores daneses se conserve aún la idea de denominar “países calientes” a aquellos que están entre los dos trópicos, tal como enfáticamente se pensó desde tiempos aristotélicos hasta el siglo XVI en relación a la denominada Zona Tórrida o inhóspita por pensar que era demasiado calurosa para ser habitada por humanos, hasta que el jesuita Joseph de Acosta se diera a la tarea de difundir lo contrario en su Historia natural y moral de la Indias, publicada en Sevilla en 1590.

Per Bokelund se incorporó a la realeza artística danesa durante el reinado del rey Frederick IX, quien fuera monarca desde 1947 hasta su muerte en 1972. Este rey se caracterizó por su destreza artística y musical, dirigiendo orquestas sinfónicas al grado de llegar a ser considerado como el mejor director de orquesta de Dinamarca. Bokelund viajó a su lado en extensas giras por Europa y Asia, destacando particularmente en Japón.

Foto: Cortesía

Su lealtad y admiración al rey lo hizo quedarse con él hasta su muerte, en cuyo funeral su violín resonó con las notas musicales que previamente había ordenado el monarca fallecido. 

Luego de jubilarse, Bokelund comenzó a visitar México de manera esporádica hasta instalarse por periodos muy largos, el motivo de ello radicó en la fascinación que comenzó a tener por la música étnica mexicana. Más allá de la música típica de México promocionada en el mundo, como el mariachi o los valses orquestados, sentía una especial fascinación por la música tradicional autóctona de Oaxaca.

Le sorprendía que mucha de esa música ya la había escuchado antes en España, particularmente en Andalucía, pero con diferente instrumentación. Y, en efecto, para un conocedor profundo de la música andaluza sería fácil identificar fragmentos de la música popular andaluza en piezas musicales incluidas, por ejemplo, en la Guelaguetza.

Hasta el momento nadie se ha enfocado al estudio de la identificación de las influencias andaluzas en la música tradicional oaxaqueña de manera específica. En piezas presentadas en nuestra Guelaguetza como la música del baile “Flor de Piña” de Tuxtepec, Oaxaca, dedicado a las mujeres chinantecas y mazatecas de las siete comunidades del Papaloapan, podemos encontrar fragmentos enteros de acordes de la música flamenca, específicamente del ritmo conocido como farruca, “palo” o ritmo flamenco cuya primera influencia se ha identificado en Asturias.

Del mismo modo, la petenera, que también es un género flamenco acompasado en ¾, y muy probablemente asociado a la zarabanda, deja ver su influencia andaluza en una gran variedad de canciones del repertorio oaxaqueño: la “Llorona”, que pertenece al género conocido como ritmos istmeños es una petenera, y lo mismo podría decirse de la “Zandunga”, canción tradicional oaxaqueña escrita por Máximo Ramón Ortiz.

Algo similar sucede con la música de bandas autóctonas oaxaqueñas frente a la diversidad musical de la música folclórica española, en donde destacan las Jotas. Dado que el flamenco como tal y la música folclórica orquestada de España son relativamente recientes —menos de 150 años atrás—, lo anterior puede llevar a interrogarnos si en realidad fue la música folclórica española la que influyó en la música tradicional oaxaqueña o si se trata de lo contrario. 

Bokelund fue constantemente invitado a Oaxaca y reconocido como músico cerca del final de su vida, impartiendo conciertos como solista y clases magistrales dirigidas a jóvenes violinistas en formación adscritos al Centro de Iniciación Musical de Oaxaca, auspiciadas por la Fundación Harp Helú a través de la Fonoteca Juan León Mariscal cuyo coordinador, Ryszard Rodys, sentía particular afecto por él pues su padre había sido beneficiado por una iniciativa de la corona danesa en la segunda mitad del siglo XX llamada “Ayudar al niño”, la cual consistió en otorgar estancias cortas a niños polacos afectados por la Segunda Guerra Mundial, con la finalidad de ofrecerles todo tipo de atenciones para reinsertarlos a la sociedad, sin duda un gesto que hoy es recordado con agradecimiento por los descendientes de los beneficiados.

Foto: Cortesía INAH

Así pues, en las clases magistrales de Per Bokelund era común que se le oyera decir a sus alumnos: “Queridos alumnos recuerden trabajar en dos cosas: vibrato y arco. El vibrato es lo que le da vida a las notas y al violín mismo; concentrarse en la muñeca antes que en el hombro o antebrazo. El arco hay que utilizarlo en toda su amplitud, no limitarse a una parte de él. Finalmente, conocer su violín y su arco, procedencia y fabricante. No basta con tocar el violín, hay que hacer poesía con él.” 

Luego de sufrir una baja de sodio en su cuerpo en 2016, Per Bokelund tuvo que ser hospitalizado en México y, posteriormente, trasladado a su patria. Muere el 24 de diciembre de 2022, a los 84 años. Por desgracia, su último deseo no pudo realizarse: “Morir en Oaxaca, rodeado de amigos, en un ambiente de música tradicional oaxaqueña, sería fenomenal”. 

Por Guillermo Correa Lonche 

*Historiador por la ENAH y profesor de la Universidad La Salle México Santa Teresa. Entre sus libros se encuentran El Águila y la Serpiente. El problema del origen prehispánico del Escudo Nacional Mexicano y México: 500 años. Descubrimiento, Conquista y mestizaje.

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