CÚPULA

En esta esquina

En la lucha libre los técnicos pelean contra los rudos y ponen en riesgo la máscara o la cabellera; en la vida real también pasa eso algunas veces sin querer queriendo

EDICIÓN IMPRESA

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Créditos: El Heraldo de México

Era un día perfecto para volar, el cielo estaba despejado y el sol empezaba a aparecer, viajaba a Nueva York de trabajo, como tantas veces. Guardé mi maleta en el compartimento disponible y caminé por el pasillo del pájaro artificial sin prisa, éramos los últimos en abordar porque íbamos en las primeras filas. Me senté en la ventana y cerré la rejilla del aire acondicionado, ya bastante frío iba a pasar en los próximos días y no me quería enfermar antes de caminar por la Quinta Avenida.

Estaba viendo una revista con poco interés cuando sucedió lo inesperado: dos hombres enmascarados se sentaron junto a mí en el avión, iban muy elegantes con traje, corbata y máscara de luchador.

Mariola Fernández

Escuché a unos pasajeros de primera clase comentar: “Es el Santo y el otro es Blue Demon”. Sin pensarlo dos veces, me senté derechito y saqué el pecho, debo confesar que sentí un poco de miedo, no quería molestar a esas leyendas de la lucha libre y que se les ocurriera aplicarme una llave o un tirabuzón. Las sorpresas no terminaron ahí, de repente, sobre el pasillo apareció el mismísimo Chavo del Ocho sin barril y vestido como adulto, los envidiosos dirán que era Roberto Gómez Bolaños. Sin ningún preámbulo y con una enorme sonrisa dibujada de oreja a oreja, el actor que le daba vida al Chompiras se quitó la gorra y saludó a los luchadores:

—No me digan que me tocó junto al Santo y Blue Demon. ¿Quieren apostar su máscara contra mi cabellera?
El Santo contestó divertido:
—De ninguna manera, no podemos darnos el lujo de perder. Además, a su cabellera le sobra orzuela, le falta volumen y brillo. Blue Demon añadió divertido haciendo un movimiento con el dedo imitando al Chavo:
—Eso, eso, eso.
Después de eso, los ídolos del cuadrilátero saludaron amablemente al comediante. Durante todo el vuelo los tres famosos rieron, platicaron y contaron anécdotas de todo tipo, incluso prometieron hacer algo juntos en televisión o cine, pero en cuanto aterrizamos en la ciudad que nunca duerme los luchadores se bajaron sin avisar y los perdimos completamente de vista. Estábamos en la fila de migración cuando escuché la inconfundible voz de Blue Demon, la misma que me había acompañado durante el trayecto, al voltear me di cuenta que se había cambiado de ropa y que no traía su máscara; asumí que el hombre que estaba junto a él era El Santo.

Chespirito, que estaba delante de mí, llegó a la misma conclusión, y ninguno de los dos pudimos ocultar nuestra cara de asombro y fascinación cuando descubrimos el rostro y la identidad de los luchadores. Sin pensarlo dos veces, Roberto Gómez Bolaños dijo en voz alta y con el desparpajo que lo caracterizaba:

—Estos hombres fortachones que ven aquí son El Santo y Blue Demon, aprovechen para pedirles un autógrafo o para tomarse una foto.

Todos los mexicanos que esperaban entrar a Estados Unidos rieron y tomaron el comentario como broma, nadie le creyó una sola palabra. El cómico insistió:

—Estoy hablando en serio, aquí está el Enmascarado de plata y el temido Blue Demon.
Las personas de alrededor reían divertidas, pero fuera de eso, no se inmutaron y siguieron creyendo que todo era un chiste. Blue Demon sudaba ante la posibilidad de que alguien pudiera darse cuenta de la verdad, sacar la cámara y revelar su secreto; al ver que nada de eso pasó, le reclamó aliviado al actor que personificaba al Chapulín Colorado:

—Ahora sí te mereces una patada voladora. Nunca pensé que actuaras como los rudos. Chespirito, imitando al Chavo del Ocho, contestó:

—Fue sin querer queriendo.
El Santo soltó una carcajada:
—Ya ve, amigo mío, sin máscara no somos nadie. En cambio, usted tendría que usar máscara para que nadie lo reconociera. En cuanto Chespirito cruzó migración una multitud de gente se acercó a él para pedirle un autógrafo; los famosos luchadores se despidieron desde lejos y abandonaron el aeropuerto sin que nadie supiera su verdadera identidad, bueno, casi nadie.

Así fue como los técnicos le ganaron al rudo ese día en aquel ring.

Por Mariola Fernández

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