CÚPULA

Maestro: una carta de amor a Felicia

Maestro es la biopic que dirige y actúa Bradley Cooper sobre Leonard Bernstein, el músico más influyente de los Estados Unidos durante el siglo XX

EDICIÓN IMPRESA

·
Créditos: Netflix

La volví a ver y volví a llorar. Había ido el primer día de exhibición en cines y la vi nuevamente el primer día de exhibición en Netflix, la plataforma que la hizo posible. En estos días me he encontrado con que casi todo está dicho: los críticos de cine la alaban y la gente de música que conoce de memoria los gestos, la voz y su rostro, repiten sobre el gozo de ver al actor reencarnándolo poseídamente.

Maestro es la biopic que dirige y actúa Bradley Cooper sobre Leonard Bernstein, el músico más influyente de los Estados Unidos durante el siglo XX. Dada la carga cultural que sigue teniendo, fue un proyecto muy esperado, en el que se pusieron todas las expectativas posibles y sobre el que hoy se posa el escrutinio de la comunidad musical, quizá la más celosa de sí cuando la invitan a verse reflejada en cine.

No se trata, sin embargo, de una biografía musical sobre su obra, ni una narración de cómo construyó su carrera artística o su omnipresencia cultural, sino una historia personal narrada desde la relación con quien fue el amor de su vida, Felicia Montealegre.

La película empieza y termina con Felicia. Porque Lenny, como cariñosamente le seguimos llamando incluso quienes no lo presenciamos, pudo ser el más grande director de orquesta americano, legar tres de las sinfonías más completas que se hayan escrito en su país, redefinir el teatro musical, educar desde la televisión a generaciones enteras, y su figura social y política ser una de las más controversiales e influyentes de la vida pública norteamericana; pudo ser la presencia inconmensurable que fue en todos los ámbitos, incluidos los íntimos, pero la más importante en su propia vida fue Felicia. Y su espíritu está en la decisión de cada toma, en el alma de cada diálogo y en el corazón de cada elección musical, no solo en la verdad con que la asume Carey Mulligan.

Inabarcable como inmarcesible, Cooper pudo tomar cualquier otro camino para hacer cualquier otra película: que las críticas se centren en los detalles omitidos, todos apuntados desde la más celosa subjetividad teórica de quienes las emiten, habla no de la película, sino de cómo cada uno de nosotros ha vuelto asunto personal el tema con el que quisiéramos sentirnos vinculados a él.

Que Cooper haya decidido el ángulo del amor, de los gestos y los guiños para su obra, incluso cuando quiere hacer hincapié en detalles histórico-musicológicos (dos ejemplos para poner atención son las secuencias sin diálogos donde se representa la relación con Copland al presentarle a su recién nacida o aquella que retrata sus tortuosos procesos creativos, cuando anuncia la conclusión de la Misa) es la decisión más arriesgada, pero también la que más conmueve. La que la hace una película más auténtica: una obra de autor y no la biografía histórica que podía hacer cualquier estudio. Que tras la verdad con la que estudió y se comprometió con su homenaje esté ello en el centro, es el gesto más honesto con el que pudo definir a nuestro héroe.

 

PAL