CÚPULA

Pedro Friedeberg: Un camino al infinito

El 11 de enero, el artista mexicano cumplió 88 años; su vida y obra están marcadas por un espíritu excéntrico, desafiante y provocador

EDICIÓN IMPRESA

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Créditos: Especial

Desde los dos años me gustaba sentarme frente a Santa María Novella, una iglesia preciosa de Florencia, e intentaba dibujarla. Cuando iba creciendo me cautivaba el Renacimiento. Las cúpulas, las iglesias y las torres. Sobre todo la torre inclinada de Pisa”.

Pedro Friedeberg y su comunión iniciática con el arte, que lo ha llevado a ser un pintor, escultor, grabador y dibujante más allá de las vanguardias, los ísmos y las ortodoxias.

Nació en Florencia “un enero mágico de 1936 que prefiguraba que yo inventaría dos estilos arquitectónicos, una nueva religión y dos ensaladas”. Vivía en las cercanías del Ponte Santa Trinitá. Un día de 1939 su madre, Gerda Landsberg, le dijo: “Ya no tenemos país”.

Había comenzado la persecución de Mussolini contra los judíos. Había que desterrarse. Para llegar de Italia a Portugal desafiaron toda clase de peligros cruzando la Europa nazi y luego partieron de Lisboa a Veracruz, a bordo del agónico y desvencijado catamarán Iberia.

Ya en la Ciudad de México su madre se casó con Erwin Friedeberg. El niño Pietro Enrico Hoffman se llamaría ahora Pedro Friedeberg. Siendo estudiante de arquitectura en la Universidad Iberoamericana, Friedeberg trabajaba en la revista México this Month, donde montaba páginas y hacía viñetas. Su talento como dibujante y su imaginación sofisticada llamaron la atención de Mathias Goeritz, quien lo tomó como su asistente.

En 1959, Remedios Varo visitó la legendaria casa de música Margolín, donde atendía Pedro, vio sus dibujos y en mayo ya estaba protagonizando su primera exposición en la Galería Diana. “Vendí cuatro dibujos. Gané 800 pesos. Más que la arquitectura me atrajo la idea de enmarcar mis dibujos, venderlos y dedicarme a lo que más me gustaba hacer”.

En 1962 expone en la Galería Proteo de la Zona Rosa. Críticos como Margarita Nelken y Antonio Rodríguez elogian su obra. Dandy y cosmopolita, de ácido humor, las creaciones de Friedeberg son un palimpsesto. Es dadaísta, surrealista y reformulador del art noveau y del art decó, pasando por la sicodelia, el arte óptico y la búsqueda de reminiscencias egipcias, prehispánicas y góticas.

Alumno del maestro tallador, José González, Friedeberg presenta en 1962 su silla-mano, un mueble y escultura que se ha exhibido en museos y galerías del mundo. Excéntrico, desafiante y provocador ha continuado el arte de sus tutores: de Autrey Beardsley a sus entrañables Piranesi, Etche, Chirico, Boullèe, y Shinkel. Se enarbola como un maestro del anti-estilo, un artista con sed de innovar.

Como el creador de un ajedrez de jugadas impredecibles, al igual que sus creaciones arquitectónicas, donde el punto de fuga es un camino al infinito.

Por Miguel Ángel Pineda

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