CÚPULA

El lugar para no olvidar

Annie Ernaux, Nobel de Literatura 2022, ofrece una historia personal sobre el duelo y el sitio del que formamos parte

EDICIÓN IMPRESA

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Créditos: Cortesía Tusquets

Fue domingo, a primera hora de la tarde, cuando mi padre falleció. Mi madre apareció por la escalera, limpiándose con la servilleta que seguro usó durante la comida. “Se acabó”, dijo. Miré los ojos de mi padre, viendo más allá de mí, y recuerdo que pregunté si debíamos cerrarlos. 

Lo vestimos con el traje que usó en mi boda. Todo sucedió serenamente, no hubo sollozos ni llanto, sólo ojos rojos. En pocas horas no lograba recordar al médico que certificó la defunción, pero el rostro de mi padre se me hizo irreconocible, desproporcionado y hundido. No volvería a ver ese rostro.

El lunes fue el funeral, donde fueron varias personas del barrio y nadie de prestigio. Lo despidieron como una persona honesta y de trabajo; mi padre había sido comerciante y, antes, obrero. Mi esposo llegó a acompañarme a un luto que no era suyo. 

Cuando era estudiante, mi padre me recibía con las mismas frases para comer. Al menos sé que estaba feliz con eso. No había nada nuevo en lo que decíamos. Lo mismo que cuando era niña. Más tarde, las discusiones en la mesa surgían por cualquier cosa, generalmente, por las formas de pensar. Así es como Annie pensaba que quizá su padre hubiera preferido otra hija.

(Créditos: cortesía Tusquets)

Annie Ernaux comparte en El lugar (Tusquets, 2022) su duelo y reflexiona sobre cómo el lugar nos determina: los modos de hablar, las maneras de hacer las cosas, los gustos y la forma de vivir. Rememora recuerdos de la infancia, adolescencia y adultez temprana. Comparte experiencias de la generación de su padre, que vivió sin muchos lujos ni estudios, pero con mucho trabajo y sencillez, en contraposición a la suya, más acomodada y burguesa. Annie creció en Yvetot, al norte de Francia, en su libro sólo es  “Y”, quizá porque el lugar podría ser cualquiera; situaciones tan comunes que se sienten propias y compartidas. 

“Quería hablar, escribir sobre mi padre, sobre su vida, y esa distancia que surgió entre él y yo durante mi adolescencia. Una distancia de clase, pero especial, que no tenía nombre. (...) Así que empecé una novela en la que él era el protagonista. Sensación de asco a mitad de la narración”, ha dicho. Annie Ernaux decide compartir sus vivencias y reflexiones de forma íntima y directa como si se las contara a un familiar o a un extraño, con quien, por alguna razón, no tienes tantos reparos. 

Esas experiencias, pensamientos y emociones son los que hacen de El lugar un libro tan sensible y empático. Annie Ernaux escribe para no olvidarse de su padre ni de ella misma. El lugar quizá tiene que ver con el espacio y el tiempo, pero sobre todo implica en cómo y con quién vivimos la vida.

PAL