CÚPULA

Joy Laville. El silencio y la eternidad

En el centenario del natalicio de la artista, una exposición revisa su trabajo desde una nueva perspectiva

EDICIÓN IMPRESA

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Créditos: Cortesía INBAL

Este año celebramos el centenario del nacimiento de Joy Laville, momento idóneo para revisitar su obra y acercarla a nuevas generaciones. Nacida en la isla británica de Wight, en 1923, Joy emigró a México en 1956, en donde redescubrió su vocación por el arte y desarrolló una propuesta aparentemente sencilla —centrada en la exploración del color y el protagonismo de la corporalidad— que destacó en el panorama mexicano. 

Con esa obra contundente, que con el paso del tiempo y los sinsabores de la vida fue adquiriendo madurez y complejidad, el Museo de Arte Moderno organizó la exposición Joy Laville. El silencio y la eternidad, que nos conduce por la armonía cromática de sus lienzos, el sutil andamiaje de sus planos compositivos, la dimensión emocional de sus paisajes y la presencia de figuras cuyos cuerpos sintéticos se encuentran situados en espacios atemporales —plácidos e inquietantes a la vez—; elementos con los que hilvanó una aguda reflexión sobre la condición humana. 

Además de su pintura se presenta una selección de su trabajo escultórico y acercamientos a la ilustración, desplegando un relato visual que, en su serialidad, se desarrolla con prudencia y melancolía hasta la eternidad. Aquí, cuatro vías de acercamiento. 

ECO DEL CUERPO

Alejada de la representación hegemónica del cuerpo humano, los desnudos femeninos son una constante en la obra de Joy Laville. Calificadas erróneamente como sencillas o naifs, estas figuras dotan de vitalidad al entramado abstracto y cromático que distingue sus lienzos. Laville delinea personajes anónimos y heterodoxos que se desplazan con quietud dentro de ambientes de ensoñación y con tintes de misterio. 

Sus amplios volúmenes corporales abrevan y reinterpretan fuentes tan disímiles como las Venus de Willendorf, los estarcidos de Henry Matisse o la liberación figurativa de Roger Von Gunten. La representación del cuerpo le sirve de pretexto para reflexionar sobre sí misma y la experiencia humana.

Joy Laville vivió sus últimos años en Cuernavaca. (Crédito: Especial)

TRAVESÍA INTERIOR 

Elegantes mujeres en reposo, situadas en espacios minimalistas, apenas decorados con floreros: en el enfoque de Laville los encuadres intimistas van más allá de la representación de espacios cotidianos y domésticos: nos acercan a la belleza de la vida privada. 

La pintora compone escenas que le permiten expresar la complejidad y extrañeza de su mundo interior. En sus silenciosas habitaciones, frente al equilibrio de los contrastes cromáticos, los elementos compositivos y los elegantes volúmenes antropomorfos, la artista antepone ventanas, espejos o cuadros que parecen abrir hacia otra dimensión; nuestra percepción se altera y queda seducida ante la posibilidad de otro orden. Laville renueva las escenas de género: deja de lado la representación costumbrista e introduce una carga existencialista y subjetiva.

 EL SENTIMIENTO OCEÁNICO 

Los paisajes de Joy Laville se estructuran por la superposición de grandes planos y una síntesis geométrica entrecortada en los que se prioriza la capacidad emotiva y metafísica de los colores —como Mark Rothko, Helen Frankenthaler o Georgia O’Keefe—; estas formas semi abstractas adquieren un grado de inusual realidad por la incorporación estilizada de motivos naturales y la presencia apenas sugerida de seres humanos ante la vasta inmensidad del océano. 

En sus escenas de playa, los colores plantean un espacio etéreo y de serenidad en donde la reducida presencia de sus bañistas nos invita a reflexionar con agudeza sobre la condición humana frente a la naturaleza y los avatares de la vida.

UN GESTO GRÁFICO 

Joy Laville y su esposo, el escritor Jorge Ibargüengoitia, mantuvieron una relación de respeto y admiración desde que se conocieron, a mediados de los 60, en San Miguel de Allende. El accidente aéreo en el que falleció el literato, en 1983, marcó la obra y vida de Laville, quien luego de recluirse un año en París y alejarse completamente del arte, decidió volver a México y a la pintura como un acto de asimilación y aceptación tras el duelo.  

A partir de 1977, Laville comenzó a ilustrar los libros de Ibargüengoitia. Este cuerpo de trabajo nos deja ver una faceta diferente dentro de su producción; a través de los bocetos se aprecia la minuciosidad con que elige las escenas y detalles a ilustrar, así como sus variaciones. En 2018, apenas unos meses después de la muerte de la pintora, Planeta hizo pública su decisión de retirar los diseños de Laville de las portadas, determinación aceptada en vida por la artista, con la que daba fin a un lazo creativo.

PAL