CÚPULA

Entre la sutileza del color y el poder de la belleza

Pese a la modestia por justificar su paleta cromática a un gusto personal, la artista creó un lenguaje reconocible

EDICIÓN IMPRESA

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Créditos: Cortesía INBAL

La eterna primavera de Cuernavaca ha sido ideal para detener el peregrinar de artistas e intelectuales como Joy Laville, una mujer que descubrió en este microclima de la cultura mexicana un lugar para mantener activa su producción pictórica hasta sus últimos años de nonagenaria. En este año se conmemoran 100 de su nacimiento y El Heraldo de México celebra su vida ofreciendo un panorama de sus intereses, su vida y su legado artístico.

Helene Joy Laville Perren, originaria de la isla de Wight, Inglaterra, llegó a México en 1956. Lejos de la gran ciudad, fue el pueblo mágico de San Miguel de Allende, Guanajuato, el que la cautivó en un momento artístico fértil. Entre el declive del muralismo, el arte moderno estadounidense, la influencia de las vanguardias europeas y una naciente generación de la Ruptura, logró continuar aquí la pasión artística que le fue arrebatada por los horrores de la guerra. Una historia recurrente en la segunda mitad del siglo XX y de la que el arte mexicano se enriqueció con presencias de extranjeros como Olga Costa. Una mujer precursora con la que Joy debió fraternizar ideológicamente desde su condición de pintora extranjera de pequeño formato en oposición al espacio varonil de grandes muros.

Apenas hablando un poco de español, Joy estudió pintura dos años en el Instituto Allende, desde entonces, y hasta ahora, un lugar que vincula la educación artística con el idioma inglés, ofreciendo a los extranjeros la posibilidad de conocer el arte a través de programas de educación no formal. 

(Créditos: Cortesía INBAL)

Ese fue un periodo que no debió ser fácil para ella, entonces una mujer en sus 30 con una ruptura matrimonial reciente, el cuidado de su pequeño hijo y con trabajos de medio tiempo para poder costear sus gastos, pero de una interacción que propició sus encuentros más importantes. Uno de ellos con el pintor Roger Von Gunten, con quien mantuvo una estrecha relación y suele tomársele como una influencia.

Aunque Joy no está vinculada directamente con el movimiento de la Ruptura, ganó reconocimiento al ser una de las ocho finalistas en la exposición Confrontación ‘66, con su pintura Tres desnudos y escalera. Una pieza que anticipa su estilo bidimensional, a través de figuras humanas alargadas, como sí de sombras se tratara, y tonos bermellones obscurecidos, que son el principio de una narrativa inquietante.

(Créditos: Cuartoscuro)

Luego llegó a su vida la compañía meteórica del escritor Jorge Ibargüengoitia, con quien entabla una relación de amistad por varios años y, finalmente, contrae matrimonio por segunda ocasión. Una relación icónica en las artes: ella lo pinta, él le escribe, y conjugan sus universos en un entendimiento creativo.

Inspirada en una fotografía de Diane Arbus, su pintura La danza del venado es la potente presentación de una mujer de brazos extendidos ante un fondo dividido que podría ser una capa. Su desnudez no la hace vulnerable, enfrenta al espectador con la compañía de seres vegetales que rompen el vacío. 

Una fuerza que Jorge considera que viene bien a su novela Las muertas y sugiere reproducirla en la portada, lo que será el principio de una colaboración exprofeso para ilustrar la edición de sus obras. El diálogo de la pareja, entre el texto literario y el pictórico, fue, según Joy, “un gesto de amor al escritor y a la literatura”.

En este periodo luminoso sus creaciones alcanzaron un éxito importante. Jorge con sus novelas más entrañables y Joy en constante exploración. Raquel Tibol escribió en su libro Ser y Ver, mujeres en las artes visuales: “Joy Laville, que prontamente se había situado como la más sutil y virtuosa pastelista de su momento en México, decidió no sólo pintar con pasteles, sino con oleos […] En sus ramilletes las flores se veían aterciopeladas, húmedas, respirando, marchitándose.” 

Entre el placer y la disciplina, Joy compartió en vida detalles de su proceso creativo. Se asumía de temas reiterativos como el desnudo femenino, pero se esmeraba en la interpretación única del instante. Insurrectos de las proporciones convencionales, sus cuerpos no sólo son despojados de las telas, son desnudos emocionales que aun en grupos o rodeados de objetos parecen irremediablemente solos. 

(Créditos: Cortesía INBAL)

Sus lienzos son presente, su pregnancia reside en asomarnos como voyeristas entre la habitación, para ser parte de la escena íntima. 

En sus obras de mar, la vista de pájaro esgrime la competencia infinita de las extensiones del agua, la arena y el cielo. Imposible no pensar que el discurso existencial es más profundo que el pictórico.

Pese a la modestia de Joy por justificar su paleta de color a la elección de un gusto personal, la artista creó un lenguaje reconocible. Su gama de azules, verdes y lilas desaturados son el resultado de una maestría en el manejo de los rangos de tono para crear atmosferas armónicas. Casi se trata de cromoterapia: no hay sobresaltos o violencias. Sus colores nos conducen gentilmente a lugares construidos con las reminiscencias de paisajes lejanos y narrativas fragmentadas.

Cuando la pareja reside en Paris, su amado Jorge Ibargüengoitia muere en un terrible accidente aéreo. Una monstruosa pérdida que provoca un silencio creativo. A poco más de un año regresa a México, esta vez a Morelos. Un lugar que había sido considerado por la pareja para su vejez y que ella retoma en solitario, ahora con un paso más lento. Joy entraña de manera simbólica a Jorge, vuelve a pintar e incorpora en algunas de sus pinturas aviones, quizá para sublimar el vacío a su lado.

En la recta final de su vida recibió la Medalla Bellas Artes y el Premio Nacional de Ciencias y Artes, además de homenajes, reconocimientos de los que se siente orgullosa y que, al recordarlos, hacen brillar sus ojos azules. 

Acompañada de sus perros y entregada a sus lienzos todas las mañanas, Joy Laville muere a los 94 años a causa de un derrame cerebral. Rodeada de pinceles, botes y gises la artista logró elegir, en una tierra de colores intensos, la gama de su propia voz artística, la obra de una vida que merece celebrarse.

El próximo 8 de septiembre varios museos se unen al recuerdo de la pintora, escultora y ceramista, con diversas actividades. En el Museo de Arte Moderno (MAM) continúa exhibida  la exposición más completa sobre ella: Joy Laville. El silencio y la eternidad, con más de 80 obras y piezas inéditas.  Aunque es común en estas retrospectivas establecer un recorrido cronológico, el equipo del museo decidió apostar por un montaje fresco que abarca casi seis décadas de creación, se trata de  una oportunidad imperdible para conocer y disfrutar  de una obra atemporal.

PAL