CÚPULA

Exploración poética

Como señala Sara Uribe, la poesía de Cristina Rivera Garza es un camino que se bifurca entre la materialidad más tangible y la posibilidad de lo que podría o no suceder

EDICIÓN IMPRESA

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Cristina Rivera Garza fue seleccionada este año como miembro de El Colegio Nacional. Créditos: Cortesía Annette Hornischer / Lumen

Con autorización de Lumen ofrecemos algunos poemas incluidos en el libro Me llamo cuerpo que no está, donde se reúnen los cinco volúmenes de poesía que Cristina Rivera Garza (Matamoros, Tamaulipas, 1964) publicó en distintos sellos durante una década: de 2005 a 2015. 

Ilustración: Gustavo Ortiz 


15.
[LA CASA FEMENINA]

Anoche soñé la casa donde no vivo y no poseo
tenía los muros azules y una membrana de membrillo
en el lugar del techo.
Olía a hierba fresca, a pies de muchacha sumergidos
en el río.
La luz de los quinqués alumbraba el sosegado vuelo
de los insectos.
La llamé estío porque me exigió un nombre a gritos
y entré en ella como se entra a veces en el sexo:
sin dudar y sin saber y sin pensar en los orificios.

Aire lleno de aire. Adentro.

Vi a través de las trece ventanas lo que se quedaba afuera:
el mundo ensimismado en su propio espejo
la edad lógica y absoluta donde todo es velocidad
la dictadura de los significados
la perfecta pulcritud del hospital.

Me dí la vuelta y toqué el piso, la mesa, la cama.
Me acurruqué bajo la cintura de su sombra.
Entonces el placer que es la felicidad me untó
los muslos con su gasa.
Estuve frente a frente con la paz.

Música de fondo

A veces se quitaban la piel y la colgaban
de los tendederos. Eso sucedía las mañanas
en que amanecían exhaustas, los mañanas
en que estaban a punto de decir no-aguanto-más.

Y la piel ondeaba de cara a la luz más preciada.
Y la piel se mecía en los brazos del viento, que son
los Brazos de Nadie, como si no existiera en realidad
ninguna razón para morir.
Olorosa a tacto y a pólvora y a flores de plástico
y también a limón, la piel mostraba sus cicatrices
con esa indiferencia que frecuentemente se confunde
con el orgullo.

Era un cuadro de aspiración bucólica y de belleza naif.

Si no hubiera sabido que eran sus pieles, sus pieles
en esos mañanas en que estaban muy cerca
de sumergirse, habría podido pensar que se trataba
de un spot televisivo al que sólo le faltaba la música
de violines y de hachas.

. Me llamo cuerpo que no está reúne por primera vez en un sólo volumen la poesía de la tamaulipeca. Foto: cortesía Lumen 

La dichosa

Decía: Yo no soy la dicha.
Si tú me dices, yo me desdigo.

Insistía: Si tú me dijeras, yo sería la des-dicha-(da).

Añadía: Yo digo.
Yo soy mi propia dicha.

Concluía: dichosa yo que puedo decir.
Y decirte.

Cosas por el estilo le preocupaban a la Ex-Muerta,
la Emergida, la mismísima Concha Urquiza ahí,
sobre la arena.

IV.
IR Y NO VENIR
Ir al Ministerio Público y regresar del Ministerio
Público. Ir a la muerte.
Hacer preguntas acerca de la muerte.
Tomar fotografías de la muerte. Callarse
junto a las imágenes de la muerte. Tener frío.
Escribir sobre la muerte. Sobre las preguntas acerca
de la muerte.
Escribir: muerte. Separar las sílabas. Desentrañar
letras.
Escribir la muerte. Abrirla.
(Una lata de sardinas. Una lápida. Una ventana.)
No volver nunca de la muerte.
Quedarse en la muerte.

Junto al hecho iridiscente
Así que esto era el dolor…
(un ella o un él dijo esto).

 

Por Cristina Rivera Garza
TW: @criveragarza

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