CÚPULA

Alondra: lo imposible tres veces

La tercera edición del festival Paax fue más clásico y tradicional que el anterior, pero sin perder en sonoridad

EDICIÓN IMPRESA

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Alondra de la Parra durante uno de los conciertos del encuentro. Créditos: Cortesía Óscar Turco

Primero fue volver posible su sueño imposible: aquel pequeño ensamble con músicos “imposibles” (de virtuosismo y agendas, de tocar su repertorio) con la que, en medio de la pandemia, estrenó la versión de cámara del Danzón no. 2 de Arturo Márquez. Luego fue juntarlos en persona, conformar alrededor de ellos una gran orquesta que se reuniera en verano, en uno de los lugares más privilegiados y fundar su propio festival. La tercera, quizá la más difícil, repetir la hazaña. 

Pude repetir el privilegio y estar los primeros días de los diez que conformaron la segunda edición del Festival Paax-GNP, que ideado y dirigido por Alondra De la Parra se llevó a cabo del 29 de junio al 8 de julio, en Xcaret Arte. 

Lo que escuché en los conciertos clásicos, fue aún más clásico y tradicional que el año pasado. No por ello fueron menos grandiosos en sonoridad y concepto. 

Iniciaron con el programa titulado “Travesía Musical”: El Moldavia, de Smetana, quizás el más potente de los seis poemas que conforman su serie Mi Patria, fungió para presentar la personalidad de nuestra directora este año, empuje, sonoridad, deliberadamente amplia y extensiva. Y la Scheherezade, de Rimsky-Korsakov, para presentar la personalidad de nuestra orquesta, solistas más individuales en cada primer atril, más confidentes y abiertos de su personalidad propia, de su virtuosismo particular. La encargada del primer violín fue Julia Becker, ya experimentada concertino de la orquesta de la Tonhalle de Zurich; pero esa tarde, me conmovieron especialmente, por su claridad y la calidez de su sonido, los solos de otro solista que regresó al festival, el chileno Matías Piñera, corno solista de la Filarmónica de Múnich. 

En medio de ambos hits, un estreno en México: el triple concierto The journey, para clarinete, violonchelo y erhu, de Paquito D’Rivera. Se trata de la última obra clásica escrita por el clarinetista cubano, estrenada recién el año pasado por la Sinfónica Nacional estadounidense, con él mismo como solista, con Yo-Yo Ma en el chelo. Paquito repitió aquí este papel, en muestra desbordante de su inconfundible musicalidad y de un dominio de su instrumento, que, si bien no es sonoramente el de su más virtuosa madurez, lo sigue siendo -increíblemente- en la velocidad de sus dedos; en su contagiosa alegría y en su vibrante elocuencia.

A su lado, Andy Lin en el erhu, con líneas muy amplias y naturales sobre todo en el segundo movimiento. Y con el mayor protagonismo de la noche, el joven chelista cubano-mexicano Rolando Fernández. Fernández es otro de los “imposibles” originales de aquel Danzón y la nota persistente entre pasillos, cenas y tragos, entre músicos, staff o público general que nos reencontramos, fue su crecimiento artístico. De la joven promesa del 2020 a la joven súper estrella consolidándose en personalidad, presencia y musicalidad este 2023. No debe ser sencillo atraer las miradas en una noche como ésa al lado de esos partners. 

El viernes 30 la temática fue “Grandes maestros”: dos jóvenes talentos todavía en desarrollo dieron muestra del camino posible, la pianista mexicana María Hanneman con el Concierto no. 23 de Mozart y la chelista inglesa Sophie Kauer en el Concierto de Saint-Saëns. Ambas comparten cualidades, musicales innatas, de su desarrollo en formación, y de notoriedad pública; sobre todo de notoriedad juvenil, adolescente aún, y lo que ello atrae. Una ha ganado fama por su simpatía en las redes y otra por haber sido seleccionada como actriz para aparecer en la película del año. 

Su inclusión en un festival ideado por Alondra me pareció con justicia una muestra de elocuencia y hasta de declaración personal; que ella misma, que otrora compartió algunas de esas cualidades, sea quien les dé este cobijo entre tantas estrellas, es gesto sororo y musical que se guardará con estima en la memoria de todos. 

Tras el intermedio escuché otro momento digno de atesorar. He podido seguir por más quince años la carrera de esta directora y su lectura de la Segunda Sinfonía de Brahms fue uno de sus hitos que van marcando cada paso de su propia madurez: consciente y emotiva de cada gesto y de su discurso todo. Quizá lo mejor que haya escuchado esos días. 

El tercero inició una de las novedades del festival: la música de cámara con un programa dedicado al aniversario de Rachmaninov; su primer cuarteto, con los violinistas Yorrick Troman y Julia Becker, la violista Karen Forster y Rolando Fernández, y dos piezas para violonchelo y piano con María Hanneman acompañada de Sophie Kauer primero y Alfredo Ferré después; tras la pausa, una
muy simpática sesión con los metales imposibles: una selección de músicos de esos instrumentos provenientes de las mejores orquestas de Berlín, Múnich y Ámsterdam. Agasajo. 

Alcancé a ver gestos, diferencias y similitudes con el año anterior. Nuevamente se incluyó al ballet; nuevamente hubo conciertos nocturnos denominados “Darkside”, en el que se da gala de lo mejor de la música popular internacional y también teatro clown (Gaby Muñoz, Chula, ahora presentando su ya clásico “Perhaps, perhaps… quzás”); y ahora también un artista plástico en residencia. 

Me quedo con la idea, sin embargo, que esta edición pecó de tradición clásica y rectitud. Es apenas un segundo año y en el tercero Paax consolidará su personalidad, creo que será una combinación de ambas ediciones. El año pasado la chispa de espontaneidad pudo pecar de libertad (programas orquestales de tres horas, sesiones de jazz libre hasta la madrugada), pero éste lo sentí acotado. 

Detalles que no lo califican de ninguna manera cualitativa, pero que son destellos que marcan la experiencia del público y que lo van perfilando en su definición a cinco, diez, veinte años más. Paax ya hizo lo imposible, nacer y continuar: ya quiero ver cómo se asentará.

 

LSN