CÚPULA

¿Qué con el teatro musical de la Ciudad?

La falta de constancia de lo que se presenta mantiene una cartelera desorientada de títulos y resultados

EDICIÓN IMPRESA

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Majo Pérez en una escena del musical The Prom, en 2021. Créditos: Cortesía

Hace unas semanas, me cuestionaba aquí lo que pasa con las orquestas de la ciudad: ¿Nos representan? Lo que tocan y cómo lo tocan, ¿habla de sus habitantes?, ¿le dicen algo a la Ciudad de México del siglo XXI, la de la postpandemia? Preguntármelo no me hizo responderlo, pero concluí que mi identificación con ellas funciona por episodios. Las escucho como crítico y a cada programación desearía cambiarles algo: mayor presencia de algunas solistas, menos de ciertos compositores; mayor compromiso ético de quienes las dirigen; menos resultados anodinos, más solidez artística-musical; mayor constancia a pesar de las diferencias estéticas… mayor constancia. A cada una le pasa por temporadas y suelo coincidir con el público habitual en ello: debería ya al menos haber constancia.

Hace unos días, la editora de este espacio, Alida Piñón, me preguntó sobre el teatro musical: “¿qué con él?”, “pues ¿en dónde estamos?, ¿cómo ves las nuevas propuestas?, ¿ha evolucionado? Viene otra vez Vaselina y la va a dirigir Mauricio (García Lozano)”. Pues ahí estamos y ahí está lo que le dice la industria del teatro musical a la Ciudad de México. Carlos Chávez fundó lo que hoy es la Sinfónica Nacional en 1928 y Salvador Novo presentó Ni fu ni fa en 1952. Son veintitantos años de diferencia, pero ellos caminaron juntos y de ambas disciplinas deberíamos haber ya construido algo más constante. Antes de la pandemia, solía decirse que no había un día en el año que no se presentara El violinista en el tejado en alguna parte del mundo. Ésa es una constancia. Quizá la constancia del teatro musical mexicano es que desde su estreno, en 1973, no ha habido un año que no se presente una producción de Vaselina. 

Pero el dato es la constancia, porque la diversidad de resultados que ha aportado desde entonces es variopinta. Al menos hoy estamos a la expectativa de qué dirá la Vaselina de García Lozano: ¿qué encontraremos en su mirada? Y el público habitual leeremos esa mirada porque es lo que tenemos, no lo que escogemos. La pregunta sería si los productores que hacen teatro musical han sabido leer lo que producen. Y si así deciden. O si el productor que le acompaña en esta ocasión se enterará que hay una nueva lectura. Y si eso importa. Luego de la pregunta, revisé apuntes y reseñas. Hace diez años, vivíamos uno de esos episodios brillantes y no lo hemos superado: Wicked. No artísticamente. Y no como industria: de hecho, pensar que tenemos una industria es un error que nos sucede por episodios a quienes estamos alrededor de ese ecosistema. 

Los Miserables se presentó por última vez en 2019. Foto: Cuartoscuro

La existencia de esos logros efímeros (una temporada de un año y medio en una historia de 70), ha hecho obviar los momentos débiles, los de la falta de constancia y solidez: a cada temporada brillante, sigue una caída de la que el mundo teatral cree que será su fin, para llegar luego otro éxito que hace creer -incluso a quienes no están involucrados en él- que el teatro musical en México es sólido; que la profesionalización por fin se dio y que el público recibirá cualquier propuesta, para toparse nuevamente con un nuevo gran fracaso artístico y/o comercial. 

Suelo coincidir con el público habitual de teatro musical: deberíamos haber ya construido algo más constante. Podríamos tener una orquesta que sólo se dedicara a tocar el repertorio clásico, y si fuera constante, tendría su propio público. Podríamos echarnos
cada año Vaselinas, Miserables y Fantasmas, y si fueran constantes, el público lo sería. 

Muchas ocasiones ni siquiera son del todo profesionales. Y quizá eso sea el origen. Parafraseo a Eduardo Mata: la existencia de innumerables escuelas de teatro musical sirviendo a la ciudad da la imagen de auge y movimiento que no refleja fielmente la situación real. Es el mismo García Lozano, junto a la soprano Irasema Terrazas y otros artistas destacados del quehacer teatral, quienes apenas abrirán este verano el primer programa de teatro musical en una universidad mexicana. Lo demás son pequeñas academias, unas más serias que otras, cuyos resultados han dependido más bien del talento particular de estudiantes que de sus profesores.

El resultado es obvio en escena. La falta de constancia está en cómo se presenta y qué se presenta, desde qué aspectos se privilegia la producción de cada espectáculo para hacerlos. La forma consciente e informada de quienes toman esas decisiones. El público y la poca crítica que existe (tampoco profesionalizada), termina, como dije, viendo lo que hay. Sin saber cómo fue que llegó ahí lo que hay ni por qué lo está viendo.

Por eso vemos el abanico desorientado de títulos y resultados que hemos tenido en cartelera la última década: Wicked fue una golondrina que no hizo verano, pero hay otras especies que, a base de constancia, consciencia y compromiso, van forjando otros caminos a cuyo paso van recogiendo reconocimiento particular y que sí hacen pensar en un futuro más constante, sólido y original. 

He hablado antes del trabajo de productores jóvenes como David Cuevas (que está concluyendo el casting para su nuevo musical) y Daniel Delgado (que tiene cuatro éxitos probados en cartelera con títulos mexicanos originales); habría que hablar de lo que directores con búsquedas particulares como Alejandro Villalobos y Miguel Septién están haciendo; de creativos que visten las producciones no solo con técnica sino desde miradas artísticas como Jorge Ballina o Félix Arroyo; de las voces más importantes que tiene el teatro mexicano actual: pienso en Flor Benítez, Majo Pérez o Aitza Terán; y de compositores mexicanos, vengan del camino teatral como Alan Estrada o del clásico, como Alfonso Molina.

La solidez de tradición e industria propias pasa por valorar la profesionalización de quienes hacen teatro musical, comienza por el reconocimiento del género mismo, de la consciencia con que se elige qué presentar, y junto al reconocimiento de obras universales, el impulso a la creación mexicana con temas actuales. Igualito que en el mundo sinfónico. Igualito que con otras artes.

 

LSN