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Descifrando en el enigma de Genji

El escritor Vicente Herrasti habla de su reciente novela Las muertes de Genji, un relato que emerge de la antigua novela de Murasaki Shikibu; su escritura, dice, le cambió la vida

EDICIÓN IMPRESA

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Créditos: Especial

Principios del siglo XX apareció en Inglaterra una versión occidental de la Novela de Genji, muy pronto el libro fue celebrado por su sensibilidad y profunda belleza, resultó más extraordinaria cuando se divulgó que se trataba de una de las novelas más antiguas del mundo y que había sido escrita hace mil años por una japonesa, Murasaki Shikibu. Con el tiempo se le consideró la primera novela moderna de la historia de la literatura universal.

Genji y Shikibu son retomados por Vicente Herrasti (Ciudad de México, 1967) para escribir Las muertes de Genji (Alfaguara, 2023), que cuenta la historia de tres expertos en literatura y gráfica japonesa que llegan a Ámsterdam para participar en una reunión, convocada por una extraña mujer que lleva los dientes teñidos de negro, a la antigua usanza japonesa. La vida de cada uno ha estado regida por la obra maestra Shikibu.

A  la mitad de su relato, Genji muere sin que el lector sepa cómo o por qué, lo que constituye uno de los grandes misterios de la literatura. Entonces, en un monasterio localizado en las montañas aledañas a la ciudad de Kioto, aparece una nueva versión muy antigua que incluye los 54 capítulos de la novela más un documento con tres versiones distintas de la muerte del personaje. Investigar su originalidad y origen serán, entonces, uno de los misterios de la novela del también ensayista y traductor mexicano.

“Murasaki Shikibu llegó a mi vida, como llegan las mujeres importantes: cimbrando todo. No es una autora muy conocida en Occidente, pero quienes la conocen están de acuerdo en que es probablemente una de las mejores escritoras de todos los tiempos, a la altura de Shakespeare, de Cervantes; no le pide nada a Guerra y Paz de Tolstói, porque la Novela de Genji nos demuestra que la pluma de las mujeres es extraordinaria desde hace mil años”, cuenta Herrasti en entrevista.

El autor de La muerte del filósofo (Joaquín Mortiz, 2004; Alfaguara, 2008) explica que desde la adolescencia ha sido lector de las letras japonesas, los primeros autores que leyó fueron Mishima y Kawabata, entre otros, pero fue hasta hace ocho años cuando un amigo le regaló el primer tomo de la traducción de la Novela de Genji, el deslumbramiento, dice, fue inmediato.

“No había conocido a alguien que tuviera esa delicadeza, esa hondura, esos ritmos narrativos y que, además, estuviera inmerso en un mundo completamente desconocido para nosotros, sin igual en la historia de la humanidad.

El periodo que refleja esta novela gigantesca está redactado en una época que se llama Heian, de la cultura japonesa, fueron 400 años en los que no hubo guerra ni enfrentamiento bélico de consideración, de modo que la sociedad adquirió un refinamiento que no ha tenido igual, en donde el punto de partida era la belleza”, detalla.

Y es que, para Herrasti, Shikibu retrató un mundo en el que la poesía, la caligrafía, el vestido y sus colores, la pintura y la música eran el punto de referencia para aceptar o no aceptar a una persona, para valorarla.

Este universo conquistó al escritor. “Cualquier obra de arte universal e inmortal sabe adaptarse a los tiempos, son obras de una enorme plasticidad y las grandes obras de arte son hipótesis que nos atañen a todos. Hace 400 años quién hubiera dicho que la obra de esta mujer iba a ser estandarte del feminismo, ahora lo es, desde hace 50 o 60 años”.

¿Es una mujer que todos los poetas de su tiempo leyeron?, ¿un milenio después la siguen leyendo?

Sí, por supuesto, imagínate el misterio y lo que se requiere para que una obra tenga la vigencia de un milenio. Japón no sólo es insular desde el punto de vista geográfico, sino también espiritual. Se abre y se cierra en sí misma, por eso creo que fueron muchos factores los que hicieron que tardara 900 años en llegar la obra de Shikibu a Occidente, cuando un oscuro estudioso de lenguas orientales del museo británico, Arthur Whiley, empezó la traducción al inglés en 1925; apenas salió el primer tomo de seis cuando Virginia Woolf se preguntó ante qué estábamos; Marguerite Yourcenar también se sorprendió, mientras que Harold Bloom, el gran crítico norteamericano, dijo que el amor y el enamoramiento no podían ser los mismos después Shikibu, incluso Borges la comparó con el Quijote. Hay que decir que el hecho de que fuera mujer, fue el factor que dilató tanto tiempo su presencia fuera de Japón.

¿La sublimación de la belleza o la brillantez de la condición humana fue lo que más te atrajo?

Cuando empecé a plantear una novela, me dije a mí mismo: Vicente, tú no puedes ser pedagógico, ni entrar en la pedantería. Entonces, ¿cuál debe de ser el punto de partida? Pues me lo dio la obra misma de Shikibu.

Ella no escribió para la crítica, ni para la academia, mucho menos para fascinar, así que pensé que no quería estar a la altura de un monstruo como ella, pero no quería ser menos; de tal suerte que debía fabricar historias que fascinaran por sí mismas, independientemente de que estuvieran en el entorno de Shikibu, historias que se sostuvieran por sí mismas.

La primera fue una historia de amor entre un académico erudito que cree saberlo todo y conoce a una alumna que le demuestra que es ignorante en cuestiones de cultura oriental, ésta es la historia que me sirve de punta de lanza para entrar en el mundo de Shikibu.

Por Alida Piñón

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