CÚPULA

YES

A veces los sueños se convierten en libretos y las niñas que se sienten diferentes, en estrellas

EDICIÓN IMPRESA

·
Créditos: Especial

Lo habíamos perdido todo, nuestros sueños se habían convertido en algodón, el mismo que íbamos a sembrar sin descanso para volvernos ricos. Miré con minuciosidad mis manos encremadas de nostalgia porque ese día había malvendido las pocas joyas que me quedaban, sí, solamente me quedé con el anillo de compromiso que Jaime me había dado antes de casarnos, la verdad yo había tomado esta broma de la vida con filosofía, era la segunda vez que me quedaba sin nada.

Supongo que por eso existe esa famosa frase que amenaza: la vida da muchas vueltas; de niña también había pasado de la riqueza a la pobreza a causa de la Revolución Mexicana y mi tío, muy conocido por todos, Francisco I. Madero nos había tendido la mano cuando más lo necesitábamos. Ahora por segunda ocasión había caído en la desgracia después de que mi esposo había apostado su suerte y su fortuna en un rancho algodonero, las cosas no habían salido muy bien que digamos y teníamos que empezar otra vez desde cero.

La ventana de la hacienda me llevó a la ventana de mi infancia, a ese tren que iba de Durango a la Ciudad de México, en ese momento, a pesar de que no teníamos nada, yo sabía que ese viaje me abriría de nuevo el camino y así fue. Entré a una escuela de monjitas en San Cosme, donde me enseñaron francés y otras cosas a las que nunca les vi la utilidad. Todas las mañanas mi mamá me peinaba frente al espejo y aprovechaba el momento para platicar conmigo:

 —¿Cómo te has sentido en el colegio? Tú eres muy simpática, estoy segura que ya tienes muchas amigas.

 —Mamá, ¿por qué soy la única niña morena en la escuela? Todas las niñas son tan bonitas y tienen la piel blanca blanca.

 —¡Y tú estás preciosa, con esos ojos hermosos que tienes! ¡Podrías ser artista algún día con lo bien que bailas!  Nunca creí totalmente las cosas que me decía mi madre, aunque en mis momentos de inseguridad, siempre me paraba frente al espejo y me acordaba de ella, de las mañanas en las que me peinaba y de sus discursos eternos para elevarme la autoestima. Una vez más estaba frente a mi reflejo y en ese baño gigante de aquella casa tan elegante me sentí insignificante, la realidad es que nos habían invitado por compromiso y porque Jaime siempre había sido un apasionado del teatro y de la música, irónicamente ahora que estábamos en la ruina absoluta, ese amor al arte era lo único que nos quedaba.

Jaime y yo nos habíamos conocido por culpa del teatro, a los dos nos encantaba, y justamente aquella noche, él insistió que fuéramos a esa fiesta aburrida de copas de cristal cortado, miradas incisivas y cubiertos de plata. Salí del baño y mi esposo me estaba esperando con una copa en la mano; un hombre de aspecto distinguido se dirigió hacia nosotros. Señalando con su copa de martini la luna dibujada en la ventana dijo:

 —Lovely night. Isn’t it? 

Jaime que sí sabía hablar inglés sonrió y contestó:

 —Lovely indeed!

 —Let me introduce myself, mi nombre es Edwin Carewe, I’m a cinematographer, soy director y productor de cine—dijo con un español que casi no se le entendía. Acto seguido le dio un fuerte apretón de manos a Jaime, me miró fijamente y me preguntó:

 —Beautiful lady, you don’t belong here, you should be in Hollywood. Would you like to be a movie star?  

Yo no entendía mucho inglés, ojalá me hubiera hablado en francés, entonces me habría servido lo que la monjita mademoiselle me enseñó en la escuela, pero la intuición me dijo que esa pregunta la había estado esperando toda mi vida, por eso le contesté con la única palabra que me sabía en inglés:

 —Yes!

 Mi esposo me repitió la pregunta en español:

 —El señor dice que deberías de estar en Hollywood y acaba de preguntarte si quieres ser una estrella de cine.

 —Yes—respondí sin pensarlo.  

Así empezó mi carrera. Edwin me dio la gran oportunidad y desde entonces el cine se ha vuelto el guión de mi vida. Hoy todos me conocen como Dolores del Río, me convertí en una estrella de cine, en la mexicana que abrió las puertas de Hollywood, que marcó tendencia hasta en la forma de usar un lipstick y en una de las primeras mujeres en ser jurado en el Festival de Cannes. A pesar de eso, algunas veces cuando me veo al espejo, sigo siendo esa niña llena de dudas, pero sigo escuchando su voz y me lleno de certezas.

Por Mariola Fernández

EEZ