CÚPULA

Herederas de una tradición de color

Rosita López y su Colectivo Ladxiduá’, de mujeres bordadoras zapotecas, han participado en todas las ediciones de Original, este año no es la excepción

EDICIÓN IMPRESA

·
Créditos: Fotos: Antonio Nava

A Rosita López y López le gusta que la luz natural entre por la ventana cuando trabaja. “Aquí yo no pongo cortinas”, dice, y señala la ventana que divide el patio del taller. Para esa mujer juchiteca que creció con el color de los bordados de su tierra frente a los ojos, la luz del día es sinónimo de dicha: “Cuando tú compras un huipil te llevas la energía de varias personas, la energía positiva, porque tenemos que ser positivas cuando trabajamos, tenemos que trabajar en armonía, a nosotras nos gusta eso”, cuenta.

Rosita es la cabeza de una estirpe de mujeres bordadoras istmeñas —‘migrantes’ en la Ciudad de México, se llaman ellas— que hace siete años conformaron el Colectivo Ladxiduá’. Un grupo, en principio familiar, que ha ido cobijando a otras mujeres (hasta llegar a 17) y que ha convertido su tradición textil, gastronómica y lingüística en su mayor arma, no sólo para garantizar el sustento sino, sobre todo, para defender y enorgullecerse de sus raíces.

En estos días, las mujeres de Ladxiduá’ no paran de trabajar: ellas forman parte de los más de mil artesanos que del 16 al 19 de noviembre participan en Original, el Encuentro de Arte Textil Mexicano creado por la Secretaría de Cultura federal con la idea de dignificar y defender los diseños y símbolos tradicionales de las comunidades artesanas del país. “Desde que empezamos a ir a Original tenemos mucho trabajo, se termina este año y ya viene el otro”, dice.

Pero las cosas no siempre fueron así, como otras mujeres oaxaqueñas Rosita comenzó vendiendo sus diseños en las calles de la ciudad, un día la invitaron a vender en el Museo Nacional de Culturas Populares de Coyoacán y comenzó a surgir la idea del colectivo: “Muchas estábamos en la calle vendiendo, yo siempre decía algún día estaré en otro lugar, porque esto es lo mío, esto es lo que me gusta, ahora hacemos todo lo posible para agarrarnos de la mano, el colectivo agarró mucha fuerza en la pandemia”.

Rosita tiene grabado en la memoria cuando en la primaria bordó una servilleta y su diseño fue uno de los mejores, aunque siendo niña tenía que conformarse con ver a su hermana mayor usar la máquina. Lo máximo que le estaba permitido era fabricar sus propias muñecas: “Las vestíamos como las mamás, de enagua, de huipilito, íbamos a recoger los trapitos porque en mi pueblo hay mucho viento, entonces soplaba y se los llevaba más al sur, allá íbamos a recogerlos”. Pero si los diseños aún no podían surgir de sus manos ya calaban hondo a través del entorno cotidiano. La bordadora creció en Juchitán con una tía: “Era de la vela Santa Cruz Guiígu Dxita, era la Gusana Angola (socia mayor), y yo fui gusana huiini' (socia menor), nos enseñaron a participar con nuestra indumentaria desde chicas, a amar nuestra cultura, la comida: nos mandaban de a tres niñitas a vender leche con flores, charolas de flores y el marquesote”.

Eran días de celebración: “yo decía, ‘esto es lo que a mí me gusta’, vestirme, convivir con las señoras, escuchar lo que decían, siempre fui de oídos, me gustaba cuando llegaban las señoras a ayudar, a preparar el mole, y en la mañana a labrar la cera. Esa fiesta me marcó, era el momento donde podías lucirte, ver a mis tías, a mis abuelas, a las tecas bailando la Sandunga, los sones de allá, la orquesta de Carlos Robles”.

Créditos: (Antonio Nava)

Aunque Rosita no tiene una respuesta exacta aventura que lo del bordado le debió llegar por la sangre: “Creo que todos traemos una genética, una herencia, yo recuerdo a mi mamá coser y descoser; mis hermanas son iguales y nos platicamos: ¿cómo es que traemos esa herencia sin que nadie nos haya enseñado?”.

LEGADO FAMILIAR

El primer año de Original, el Colectivo Ladxiduá’ participó también en las pasarelas: “Les presenté cinco momentos de la vida de una mujer del Istmo de Tehuantepec, porque no siempre vestimos igual, no es lo mismo ir a una misa de difunto o de nuestro santo patrón San Vicente, o a una vela, a una fiesta de día, o visitar a alguien, ir al mercado…”. El grupo de bordadoras también ha participado en las capacitaciones que se organizan y han fortalecido el interés por defender lo auténtico, por el bordado más tradicional y su valor, por su simbolismo para una comunidad.

Rosita y sus compañeras luchan por preservar las técnicas y los materiales más genuinos: “Hay diferentes bordados: la técnica de cadenilla y la de aguja chica, también tienen que ver las telas, los hilos, que sean de calidad, nosotras sabemos cuando es auténtico o está hecho en máquina computarizada; las máquinas antiguas nos llegaron de Inglaterra, pero ya están en extinción, con el terremoto muchas se perdieron y las nuevas generaciones ya no quieren trabajar en la máquina, lo que quieren es apretar un botoncito y que salgan muchos huipilitos, igualitos”.

El Colectivo Ladxiduá’ (Cirujanos 34, col. Sifón, Iztapalapa), sin embargo, se ha unido al movimiento que propugna por lo original, por combatir el plagio y exigir un lugar digno en la añeja tradición cultural de la región del Istmo oaxaqueño. 

Rosita y sus ancestros llevan ya varias décadas defendiéndolo, atrás viene su hija Binissa, sus nietos (Pablo y David), y las mujeres que no paran de trabajar en el taller. “Ayer, mi nieto David ve a mi hija bordar y luego me dice: ‘Abuela, yo también quiero aprender a bordar, tengo dos nietos, pero a uno le interesó más que al otro, están chicos, pero así se empieza, jugando, nosotras empezamos jugando”.

Por Luis Carlos Sánchez

EEZ