TRADICIONES MACABRAS

Fotografías postmortem: la única forma de capturar el alma de los muertos para que estén siempre a tu lado

Estos escalofriantes retratos se popularizaron en Europa desde el siglo XVI, pero sus antecedentes datan de la época del Renacimiento cuando se hacían pinturas de las y los difuntos

CULTURA

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Estas fotografías se hicieron muy populares en el siglo XVI.Créditos: Pinterest.

A lo largo de la historia de la humanidad se han descubierto muchos rituales en los que se busca honrar la memoria de los muertos y, al mismo tiempo, brindar confort a las personas que sufren una pérdida significativa. Y aunque con el pasar de los años estas ceremonias se han ido modificando para llegar hasta lo que conocemos, pero eso no borra los hechos del pasado y una de las tradiciones más peculiares fueron las fotografías postmortem.

Es así como durante el siglo XIX, un fenómeno peculiar y profundamente arraigado en la cultura occidental tomó fuerza: la fotografía postmortem. En un tiempo donde la muerte era una constante en la vida cotidiana y la fotografía recién emergía como una tecnología innovadora, estas imágenes ofrecían una forma única de inmortalizar a los seres queridos tras su fallecimiento.

La fotografía postmortem, lejos de ser vista como algo macabro, era una práctica común que permitía a las familias conservar un último vestigio de la presencia física de sus seres queridos, a menudo considerados como una forma de capturar su esencia o, como algunos creían, su alma ya que se pensaba que las cámaras tenían la capacidad de atrapar el espíritu de una persona, por lo que muchos huían de ello.

En algunos lugares, las fotografías de los difuntos todavía se toman como parte del rito funerario, manteniendo viva una tradición que, aunque antigua, sigue ofreciendo consuelo a quienes buscan una última imagen de sus seres queridos.
Fotografía: Pinterest.

Fotografía postmortem: una conexión espiritual y cultural

De acuerdo con historiadoras expertas, la fotografía postmortem tiene sus raíces en la década de 1840, casi al mismo tiempo que la invención de la fotografía en sí. Con el daguerrotipo, una técnica pionera en la que las imágenes se fijaban sobre una placa de plata, se hizo posible capturar el último momento de un ser querido fallecido y esto era particularmente significativo en una época en que la mortalidad infantil era alta y muchas personas no tenían ninguna imagen de sus seres queridos vivos.

Por ello, en lugar de ser un tabú, estos retratos eran una expresión de amor y duelo; familias enteras posaban junto al cuerpo del difunto, presentando una escena que intentaba transmitir paz y eternidad. La práctica se volvió especialmente popular en la Inglaterra victoriana, donde las familias encargaban retratos postmortem como parte de su ritual de luto.

Así, las fotografías eran frecuentemente colocadas en álbumes familiares o exhibidas en marcos junto a otras imágenes, en un intento por mantener viva la memoria del fallecido. En algunos casos, se arreglaba al difunto como si estuviera durmiendo, mientras que en otros se los colocaba junto a los familiares vivos, en lo que parecía una escena de vida cotidiana, a pesar de que la figura central ya había partido.

Aunque menos común en la actualidad, la fotografía postmortem aún existe, especialmente en ciertas culturas y en circunstancias especiales.
Fotografía: Pinterest.

Una de las creencias que rodeaba la fotografía en sus primeras décadas era que capturaba más que solo la imagen de una persona. Honoré de Balzac, un reconocido escritor francés, llegó a expresar la idea de que cada fotografía extraía una capa de la esencia vital de una persona, un pensamiento que resonó en muchas culturas donde se creía que las imágenes podían capturar el alma de las personas.

Bajo este contexto, la fotografía postmortem adquirió una carga simbólica más allá de ser una mera herramienta documental, pues representaba un intento de retener un fragmento del alma de los muertos. Así, el vínculo entre la fotografía y el alma ha sido recurrente en diversas culturas a lo largo de la historia; por ejemplo, en algunas comunidades africanas, capturar la imagen de una persona, viva o muerta, era considerado un acto potente, ya que el retrato podía contener parte de la esencia espiritual del individuo.

En el contexto de la fotografía postmortem, esta idea se amplificaba ya que la posibilidad de inmortalizar la imagen de un ser querido que ya no estaba presente físicamente ofrecía consuelo a muchas familias, una forma de mantener viva su memoria más allá de la muerte.

En algunas culturas, los cuerpos eran colocados en posiciones que simulaban estar dormidos, mientras que en otros casos, especialmente con niños, se les abrían los ojos o se les arreglaba para que parecieran estar vivos.
Fotografía: Pinterest.

Y es que durante el siglo XIX, la muerte era omnipresente en la vida diaria ya que las epidemias, la falta de avances médicos y la alta mortalidad infantil hacían que perder a un ser querido fuera una experiencia común. En este escenario, la fotografía postmortem se convirtió en una herramienta importante para el duelo, pues al capturar la imagen de un ser querido que había muerto, las familias sentían que podían mantener su esencia junto a ellos, como si esa imagen fuera una ventana a su alma.

De esta forma, las fotografías solían mostrar a los difuntos en posturas pacíficas, a menudo con los ojos cerrados y rodeados de objetos simbólicos. Flores, relojes o incluso instrumentos musicales aparecían en las imágenes como metáforas de la vida y la muerte, representando la fragilidad del tiempo y el paso de los días. 

Las fotografías postmortem como una expresión artística y cultural

Aunque ahora las fotografías postmortem parecen bastante aterradoras, el significado de aquellos años era muy poderoso y con el tiempo, los fotógrafos perfeccionaron su técnica, convirtiendo estas imágenes en verdaderas obras de arte. La sensibilidad requerida para manejar la muerte de manera respetuosa y, al mismo tiempo, crear una imagen estética, era una habilidad especial ya que el fotógrafo no solo debía ser capaz de capturar el rostro o el cuerpo del fallecido, sino también la esencia de su vida y personalidad, algo que muchos consideraban una forma de perpetuar su alma.

Durante los años 1920 en Harlem, Van Der Zee capturó imágenes de los miembros fallecidos de la comunidad afroamericana, creando retratos que no solo conmemoraban a los muertos, sino que también celebraban su vida y dignidad en un tiempo de adversidad.
Fotografía: Pinterest.

Con el paso del tiempo, la práctica de la fotografía postmortem fue disminuyendo y a principios del siglo XX, el cambio en las costumbres sociales, el auge de los hospitales y funerarias, y el hecho de que la fotografía se volviera más accesible durante la vida, llevaron a que las familias ya no necesitaran capturar la imagen de un ser querido tras su muerte. Además, la muerte comenzó a ser algo más oculto y apartado de la vida cotidiana, al contrario de lo que ocurría en el siglo XIX, donde la muerte era visible y muchas veces ocurría en el hogar.

Aunque la fotografía postmortem ya no es una práctica común, su legado persiste; hoy en día, las imágenes de seres queridos fallecidos continúan siendo importantes en los rituales de duelo en muchas culturas, y en algunos casos, la fotografía moderna ha adoptado nuevos roles, como la creación de álbumes o recordatorios para funerales. Sin embargo, la esencia de la fotografía postmortem sigue siendo la misma: un medio para capturar el alma de aquellos que se han ido, asegurándose de que, aunque ya no estén presentes, permanezcan para siempre junto a sus seres queridos.

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