CÚPULA

El sueño americano

Un hombre que buscaba fortuna del otro lado de la frontera se ve obligado a regresar a su tierra tras un accidente; a veces, las caídas cambian el rumbo

CULTURA

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En memoria de Ignacio López Tarso 1925-2023Créditos: El Heraldo de México

El ronroneo del tren lo consolaba, al concentrarse en eso, cortaba sus pensamientos, quería olvidarse de todo lo que le había pasado en esos siete meses. 

El sueño americano duró muy poco y desde esa pequeña ventana parecía lejano, inalcanzable. Regresaba a México con dos vértebras rotas y un yeso que le cubría el cuerpo, no había logrado reunir el dinero que le prometieron cuando lo invitaron a cruzar la frontera para trabajar recolectando naranjas; la experiencia lejos de su tierra terminó con una estrepitosa caída, estuvo dos meses en el hospital y como la operación que debían hacerle era muy complicada, lo enyesaron y lo subieron en un tren que iba de regreso a México. Su madre lo recibió en la estación con lágrimas, hace años que no lo veía.

Durante meses se refugió en los libros, había logrado asimilar y comprender una cosa: “Quien tiene un libro nunca está solo”. De esa forma, descubrió a Xavier Villaurrutia, encontró en su poesía todo lo que quería decir y en las obras de teatro que leía todo lo que quería vivir. Era como si una parte de él pudiera moverse como antes y cuando al fin logró ponerse de pie, la vida puso entre sus manos el periódico que le cambiaría el destino, la vida, los sueños. 

El anuncio decía que Xavier Villaurrutia iba a impartir Teatro en el Instituto Nacional de Bellas Artes y que los interesados tenían que presentarse el miércoles por la mañana. Ignacio se presentó puntualmente con un bastón a su primera clase, conoció al dramaturgo y se subió por primera vez a un escenario: lo invadió una sensación de felicidad tan profunda que comprendió por qué no había funcionado nada de lo que había intentado antes en su vida. Todavía recordaba las palabras de aquel sacerdote que con toda franqueza le había dicho: 

—Hijo, seamos sinceros, lo tuyo no es el sacerdocio. Tu alma es noble y para hacer el bien no necesitas usar sotana.

También le vino a la mente la invitación que le hizo un general cuando probó suerte en el ejército:

—Usted tiene madera para esto; es valiente, comprometido y disciplinado. Cuenta con todo mi apoyo si decide ingresar al Colegio Militar.

Afortunadamente rechazó aquel ofrecimiento y tomó otro camino, ahora cada vez que se abría el telón y veía al público sentía una emoción que no había encontrado en ningún otro lugar. Al principio le pagaban las funciones con comida y aplausos, pero poco a poco comenzó a hacer una carrera que le daría todo lo que soñaba y más. Un día al terminar una función teatral apareció en su camerino el reconocido cinefotógrafo Gabriel Figueroa, lo saludó efusivamente y sin preámbulos abrió la conversación:

—¿Te acuerdas que estuviste preguntando en los estudios por el papel de Macario? ¿Te acuerdas que nos contaste que tu papá te leía la historia y que nada te haría más ilusión que hacer esa película? ¿Te acuerdas que te dijimos que ya teníamos al protagonista?

Ignacio asintió con una sonrisa y un movimiento de cabeza que escondía una emoción contenida.

—Pues olvídate de lo que te dijimos, Pedro tuvo que ir a cumplir un contrato que tenía en Europa. Macario es para ti y después de verte actuar hoy, no me queda ni la menor duda.

Macario se convirtió en la primera película mexicana en ser nominada a los Premios de la Academia en la categoría de Mejor Película en Lengua Extranjera y consolidó en la pantalla grande al gran actor Ignacio López Tarso, quien al final sí logró alcanzar el sueño americano. 

En memoria de Ignacio López Tarso

1925-2023

LSN