CÚPULA

Dos cuadros

Dos cuadros cuentan dos historias de un mismo destino y nos hacen ver que la vida puede cambiar en cualquier momento

CULTURA

·
Dos cuadros, relatoCréditos: El Heraldo de México

La Columna Rota

Clavos, corazón, columna, clavos, cadera, clavos. Soy una mujer de 19 años con toda una vida de clavos por delante. Tal vez si no hubiera tomado el autobús ese día, hoy no estaría clavada a esta cama. Quizás si el tranvía... ¿qué más da? 17 de septiembre de 1925, mi cárcel es esta recámara, mis esposas son escarpias que deberían haberse usado para colgar un cuadro y no para detener a este cuerpo. Quiero pintarme de colores, quiero desaparecer, quiero convertirme en una columna jónica de algún templo griego y ver pasar el tiempo. ¿Qué me ves? ¡Estoy rota! ¡Me lo dice el espejo a todas horas! Mira el techo, tengo un espejo ahí para no olvidarme quién soy. Esas lágrimas correrán como ríos y se vaciará mi alma. Traigo puesto un vestido blanco que jamás podré lucir en una fiesta, pero lo que más me duele es que nunca volveré a usar mi traje de tehuana.

El Marco

Las bienvenidas, las despedidas, las lágrimas, los abrazos, los que empiezan una nueva vida, los que huyen de su pasado; si uno hace a un lado el ruido de los aviones, descubrirá que todos los aeropuertos del mundo cuentan interminables historias y a pesar de sus frías instalaciones son lugares donde las emociones están a flor de piel. A lo lejos hay un cuarto, en él podemos ver a una mujer vestida de tehuana discutiendo con un hombre uniformado que habla con prepotencia:

 —Nos vimos en la necesidad de retener aquí sus cuadros. Lo sentimos, pero si no puede pagar la multa, aquí se quedarán para decorar esta oficina del aeropuerto. Le viene bien un poco de color, ¿no cree?

 —¿Multa? ¿De qué me está hablando? No estoy traficando con drogas ni con mercancía robada. Mis pinturas son arte y si quiere tener una para decorar su oficina le puedo dar un precio justo.  El empleado de la aduana veía el autorretrato con curiosidad y lo comparaba con la autora moviendo los ojos del cuadro a la pintora una y otra vez. Después, con un tono grosero y maleducado, la barrió de arriba a abajo y exclamó:

 —Hoy en día cualquier cosa es arte. Frida replicó sin inmutarse:

 —Eso dígaselo a André Breton y al Museo de Louvre; sabía que nunca habían expuesto la obra de un mexicano antes, yo fui la primera.

 —¡Pero es un retrato suyo!

 —No estoy aquí para darle clases de historia del arte. ¿Ha escuchado hablar del surrealismo? 

Al ver que no había respuesta por parte de su interlocutor, Frida hizo una mueca de arrepentimiento y ya no quiso intentar razonar con aquel francés insoportable e insensible:

 —Olvídelo, mejor dígame quién es su superior.  El francés le contestó con indiferencia:

 —Regrese en una hora y podrá hablar con el jefe.  Frida sonrió y dijo:

 —Algún día sus nietos comprarán todo tipo de objetos con mi autorretrato. ¡Que tenga un buen día! Tras la exposición Mexique en el Museo de Louvre, Frida Kahlo pudo recuperar su obra gracias a la ayuda de Marcel Duchamp, quien se convertiría desde ese momento en su gran aliado y amigo.

También pudo portar con orgullo su vestido de tehuana y caminar sin prisas por París.

PAL