CÚPULA

A como dé lugar

¿Quién está por allí al fondo? ¿Lo ves? Atrás de esa nube de humo. ¿Quién es ese flaquito que toca el piano como si le fuera la vida en ello?

CULTURA

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A como dé lugar, relatoCréditos: El Heraldo de México

Es viernes, la luna y las estrellas lo saben. En la esquina de esa calle adoquinada hay un cabaret donde algunos pretenden olvidar quiénes son, otros quieren prolongar una juventud extraviada ya hace tiempo y, claro, no podemos olvidar a los que buscan conquistarse a sí mismos rompiendo corazones en cada cita.

¿Quién está por allí al fondo? ¿Lo ves? Atrás de esa nube de humo. ¿Quién es ese flaquito que toca el piano como si le fuera la vida en ello?

—Le decimos el niño porque es menor de edad, toca en las noches para ayudar a su familia.

Todos los fines de semana ahí estaba haciendo notas y melodías con sus manos, en un ambiente que no era el suyo, entre borrachos y riñas, entre mezcal y tequila. Nada lo sacaba de su música, aunque de vez en cuando sus ojos se perdían en alguna de las mujeres que frecuentaban aquel centro nocturno, pero después de un instante regresaba a ese estado de ensoñación.

Es viernes, la luna y las estrellas lo saben, también lo sabe alguien más: un hombre que entra furioso al bar y se dirige con pasos violentos y decididos hacia el joven pianista, lo agarra del cuello y lo saca abruptamente de aquel sitio, el silencio empieza a tocar y el humo se apodera de todo.

—¿Dónde está el niño pianista? Ya no lo veo, solía llenar de nostalgia mis fines de semana.

—El padre se dio cuenta que trabajaba aquí y lo ha encerrado en una escuela militar. Dice que lo va a enderezar a como dé lugar, le quitó el piano y le puso un fusil en las manos, dice que prefiere que muera en una guerra a que muera entre copas. Dice que nomás eso le faltaba: un hijo músico y borracho.

—Pero si el niño no hacía nada malo, su único “pecado” era que tocaba el piano como Mozart.

Es viernes, la luna y las estrellas lo saben. Una nube de humo me ataca y una mujer me da un pisotón despiadado en el dedo gordo del pie:

—Disculpe, no fue mi intención, me dejé llevar por la música. 

—No se preocupe, yo no debería de haber cruzado por la pista de baile.

El piano empezó a sonar con una confianza desmesurada, me asomé y era él, solamente que traía un corte militar, el pelo raso como soldado, la verdad se veía muy extraño. Me acerqué y le dije:

—¿Otra vez de vuelta? Ese piano te echaba de menos.

Agustín Lara sonrió, todavía no tenía la cicatriz que le daría un aire de misterio e intriga.

Aquel día me enteré que se había escapado del Colegio Militar, su padre no quería volver a verlo, por eso, él pretendía enterrar lo que fue, empezar de cero, y de ser necesario, volver a nacer. Así lo hizo. “El Flaco de Oro” cambió en su discurso tanto su fecha de cumpleaños como la ciudad donde nació y creció, borrando su pasado con cada canción que componía.

Conocí Tlacotalpan por primera vez un día de primavera, me pareció imborrable, con sus ventanas y puertas de colores, la alegría se sentía y se respiraba. Me resultó lógico que alguien escogiera ese lugar como su punto de partida, como su origen, sobre todo si se trataba de alguien que huía de su infancia y de sus recuerdos. Al fin y al cabo, como dice Chavela Vargas: “Los mexicanos nacemos donde se nos da la gana”.

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