CÚPULA

El sarape

En un pueblo en medio de la nada, la noche es larga y todo puede pasar: hasta que las estrellas bajen a cantar

CULTURA

·
El sarape, relatosCréditos: El Heraldo de México

Si me lo hubieran contado, yo tampoco les habría creído. Cuando no estaba tan enclenque como ahora, vivía yo en aquel pueblito que ni el sol alumbraba, un lugar olvidado por todos, donde las calles se vestían de polvo, las casitas usaban adobe como ladrillos y la madrugada se inundaba de estrellas. Era una noche bien fría y mis reumas no me dejaban en paz, pero con todo y mis achaques, logré jalar mi carrito de comida hasta la orilla de la carretera, a la espera de algún chofer de camión, alguien que le comprara a este viejo, que estaba más pa’ allá que pa’ acá, una torta de tamal. 

De pronto, un auto de lujo se detuvo sin avisar y bajaron tres hombres, uno de ellos traía puesto un sarape hermosísimo, que seguramente era muy calientito.

 —¿Cómo le va, don? Tendrá usted por ahí unos cafecitos de olla, fíjese que traemos el sueño atrasado y nos estamos quedando dormidos, al paso que vamos no llegaremos a nuestro destino.

 —Claro que sí, también tengo tortas para los hambrientos— respondí contento por tener clientela al fin.

 —Nos leyó el pensamiento, don.

 Su voz se me hacía tan familiar, pero la oscuridad no me dejaba verle bien la cara. Uno de ellos sacó una guitarra de la cajuela y empezó a tocar y a cantar, el otro le hizo segunda sin dudarlo. Yo estaba en lo mío, haciendo las tortas y disfrutando de la serenata que me había regalado aquella noche.

 El hombre de pocas palabras les llevó las tortas y el café de olla a los cantantes. Devoraron la comida y se tomaron varios cafés.

—No saco el tequila porque nos faltan muchas horas de carretera, pero ganas no me faltan—dijo el hombre que tocaba la guitarra.

 —Mejor no, porque nos van a dar ganas de seguir la fiesta y Jalisco nos espera.

—¿Cuándo me vas a regalar tu sarape, Pedro? Te lo cambio por cinco de mis mejores canciones.

 —No se lo regalé a mi padre ni a mis primos más cercanos. Te voy a regalar uno parecido, para que no te quejes.

—Le voy a dar a Jorge las canciones entonces.

—¡Qué caprichoso, José Alfredo! ¡Ves cómo eres!

—No aguantas ni una bromita.

—A ver, regálame tu guitarra.

Acto seguido los tres hombres empezaron a reír a carcajadas. Yo estaba tiritando de frío y decidí tomarme un café mientras escuchaba aquella amena conversación. El hombre del sarape se acercó a mí, se quitó la prenda y me la puso:

 —Usted se merece este sarape y sé que le dará un buen uso.

 Sacó unos billetes del pantalón y me los dio:

 —Tenga, váyase a descansar, ya es muy tarde y hace mucho frío.

 Cuando terminó la frase, lo reconocí al fin y no podía creerlo,
era Pedro Infante, me quedé tan impresionado que no pude agradecerle el gesto como me hubiera gustado. Eso no es todo, cuando el coche arrancó, até cabos y me di cuenta que el de la guitarra era José Alfredo Jiménez. Había compartido, sin saberlo, una noche de música, café de olla y luna llena con Pedro Infante y José Alfredo Jiménez, y como recuerdo me había quedado con el sarape más hermoso de la tierra, un sarape de Saltillo codiciado por todos, un sarape único que había pertenecido al más grande, sí, a Pedro Infante.

PAL