CÚPULA

Bisturí, bata y versos

Un hombre se pierde en una biblioteca para encontrarse; ahí conoce a una mujer que puede convertirse en una amiga más allá de los versos

CULTURA

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Bisturí, bata y versos, relatoCréditos: El Heraldo de México

Perdió su mirada en el bisturí; ojalá sirviera para cortar de raíz, de tajo, ese sentimiento. Llevaba casi dos años intentando convencerse a sí mismo que la bata blanca le quedaba bien, pero cada vez que se veía al espejo sentía que era un impostor. Seamos honestos, era un hombre demasiado sensible para lidiar con el dolor humano, sus manos temblaban cada vez que entraba a un quirófano, la temperatura glacial de aquellos cuartos incoloros se le colaba hasta los huesos y sinceramente carecía de la cabeza fría que distingue a los cirujanos exitosos. No tenía alma de médico y lo único que deseaba era salir corriendo y dedicarse a otra cosa. Soltó el bisturí y dejó abruptamente el salón de clases sin mirar atrás, corrió a toda velocidad y, cuando por fin llegó, se detuvo ante la puerta de la biblioteca para recuperar el aire, entró con paso decidido y recorrió cada pasillo en busca de algo o alguien que calmara el huracán que llevaba dentro, y ahí, entre tantos libros, encontró el remedio, un remedio llamado Neruda, empezó a leer: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”. La tempestad que exhalaba en cada verso encontró su cauce. Ya no podía seguir engañándose, eso era su bisturí: las palabras; algo por lo que realmente valía la pena vivir.

—A mí también me encanta Neruda—manifestó una mujer que estaba a sus espaldas.

Jaime trató de ocultar su sorpresa y le sonrió a esa chica de ojos grandes y vivos que le dejó una primera impresión muy satisfactoria.

—¿Quién pudiera escribir como él? —inquirió Jaime.

—Nadie, pero tal vez encontremos nuestra propia voz
—insinuó Rosario.

Jaime asintió con los ojos y dijo:

—Soy Jaime. Encantado.

—Rosario. Mucho gusto.

—¿Vas a ser doctor? —le preguntó Rosario señalándole la bata con la mirada.

Jaime se quitó la bata y no pudo disimular el alivio que sentía por haberse liberado de aquel disfraz. Después la miró con sus profundos ojos verdes y respondió:

—Bueno, me gustaría curar almas o intentarlo al menos, lo mío es la poesía.

¿Tú?

Rosario le sostuvo la mirada y contestó:

—Yo también quiero escribir, aunque sé muy bien que algunas personas esperan verme en mi casa cocinándole la cena al marido que no tengo y debería de tener.

—¿Estás casada o divorciada?

Rosario soltó una carcajada.

—Ni una ni otra, es un decir.

Jaime estalló en risas.

—¿Te puedo decir Chayo?

Rosario hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Jaime continuó con el interrogatorio:

—¿Federico García Lorca o Juan Ramón Jiménez?

Meses después Jaime Sabines y Rosario Castellanos volvieron a encontrarse en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras. Jaime abandonó la medicina para convertirse en un gran poeta como Neruda y Rosario dejó atrás un doloroso pasado para transformarse en una de las más talentosas escritoras mexicanas. Entre versos y libros empezaron una amistad que duraría hasta la muerte de Rosario, Chayo, como cariñosamente la llamaba Sabines.

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