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Las primeras escuelas de teatro

Con el cine, las escuelas de formación actoral se hicieron indispensables, su historia ya suma más de un siglo en el país

CULTURA

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El CUT en Ciudad Universitaria, 1982Créditos: Rogelio Cuellar. Cortesía CUT

Hasta muy entrado el siglo XIX no hubo más escuela de teatro que las tablas. Los aspirantes a actor comenzaban todos de la misma forma: uniéndose a una compañía en la que desempeñaban múltiples oficios antes de interpretar un papel, por pequeño que fuese. Precisamente era el primer actor el que tenía casi siempre la tarea de dirigir el espectáculo en aras de su propio lucimiento, y el resto procuraba ir recorriendo la escala jerárquica para, algún día, si el público les favorecía, aspirar al puesto de galán, dama joven, primer actor, actor de carácter y, por qué no, a ser empresarios de su propia compañía. Los aspirantes a actor aprendían a través de la imitación, ayudando en los ensayos y también desempeñándose como apuntadores, todo lo cual contribuía a que su incursión en el escenario fuese gradual y pausada. ¿Qué fue lo que cambió el proceso formativo de los actores? Héctor Mendoza afirma que fue el cine el que volvió indispensables a las escuelas pues aceleró el proceso de incorporación de los actores al campo profesional.

Antes aún de la irrupción del cinematógrafo, corresponde al Conservatorio Nacional de Música ser la pionera de las escuelas teatrales al constituirse como el primer centro de enseñanza artística en el que se impartieron clases de arte dramático. Fundado en 1866 por Tomás León, Aniceto Ortega, Manuel Siliceo, Eduardo Liceaga y Manuel Payno, entre otros, dos años después de su apertura el actor José Valero propuso y concretó la creación de la sección dramática del Conservatorio, que tendría la misión de impartir a los cantantes las materias de declamación y pantomima. No obstante, al carecer la escuela de un proyecto que le diera rumbo a su labor pedagógica, tal vez inconsciente de dicha necesidad, esta sección cumplió sólo una función adjetiva hasta que, en 1918, un año después de que el Conservatorio pasara a depender del Departamento Universitario de Bellas Artes, se acordó su escisión para fundar la Escuela Nacional de Arte Teatral, quizá el primer intento institucional por formalizar en México los estudios teatrales. Su director fundador fue Julio Jiménez Rueda, y sus instalaciones se trasladaron durante su breve existencia a la Escuela de Odontología, frente a la Plaza de Santo Domingo. Sólo dos años funcionó este experimento que, según su director, operaba más bien como un taller en donde se impartían las materias de Arte dramático, Lectura escénica, Cine, Historia del arte e Historia del teatro.

Al margen de las clases particulares que algunos viejos actores impartían, en los 30 destacaron nuevos experimentos pedagógicos, entre ellos el de las Escuelas Nocturnas de Arte para los Trabajadores, bajo la dirección de Arqueles Vela, que nacieron con el objetivo de sensibilizar y capacitar a los obreros en materia artística; en su magisterio teatral destacaron Julio Bracho y Fernando Wagner. Por otro lado, surgió la Escuela Nacional de Plástica Dinámica, un concepto desarrollado por el coreógrafo ruso Hipolite Zybine, encaminado a la formación de bailarines, pero con un evidente trasfondo interdisciplinario e integrador de las artes escénicas. La existencia de ambas escuelas fue breve, pero dejó experiencias escénicas y formulaciones pedagógicas dignas de estudio.

En 1946, Clementina Otero y Concepción Sada concretaron la fundación de la Escuela de Arte Teatral, adscrita al Instituto Nacional de Bellas Artes el mismo año de su creación. Entre los primeros egresados de la EAT cabe distinguir a toda una generación de actores que participaron de los montajes vanguardistas de los 50, entre ellos Ignacio López Tarso, Carlos Ancira, Héctor Gómez, Pilar Souza, Beatriz Aguirre, Guillermo Orea, Virginia Gutiérrez, Silvia Pinal, Carlos Bribiesca y Raúl Dantés, entre otros.

Por su parte, la Universidad Nacional adoptó paulatinamente los estudios teatrales hasta conformar las dos licenciaturas que hoy perviven en su campus principal. En 1934, Fernando Wagner impartió por primera vez su curso de Práctica Teatral a los alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras (entre ellos, si la memoria no me falla, se encontraban Elena Garro y Margarita Michelena). En 1940, Rodolfo Usigli se incorporó al magisterio con su cátedra de Composición dramática y un año después, Enrique Ruelas y el propio Wagner fundaron el Teatro Preparatoriano. Estas tres materias constituyen los cimientos de lo que será el movimiento de Teatro Universitario a partir de la década del 50. Antes de eso, dos hechos importantes: la creación de la Dirección de Difusión Cultural en 1947, y la aprobación, dos años más tarde, de la sección de Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, que derivaría en la primera licenciatura teatral del país.

Para mediados de los 50, el teatro ya corre por las venas de todos los universitarios, quienes ahora cuentan con una ciudad propia a la cual construir una identidad; el nuevo campus de la universidad, inaugurado por etapas a partir de 1952, es el mejor ejemplo de la prioridad que el Estado otorgaba en ese momento a los jóvenes, a quienes entregaba la encomienda de proponer la transformación creativa de la sociedad. En este contexto surgieron los primeros festivales de teatro universitario y los grupos experimentales que entendían el teatro como el mirador de un mundo en transformación. Héctor Mendoza, primero, y Héctor Azar, poco después, fueron los encargados de concatenar las diversas experiencias hasta dar paso a la creación del Centro Universitario de Teatro, inaugurado en 1962 con la aspiración de revolucionar el concepto de la formación teatral ligada a la creación.

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