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Silvia Pinal: mujer del arte escénico y de la vida real

La actriz encarna a la mexicana emprendedora, independiente, proveedora de recursos y seguridad para su familia

CULTURA

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Silvia PinalCréditos: Cuartoscuro

El público de las salas de cine pronto la empezó a reconocer en sus papeles de “damita ingenua” en comedias y melodramas, desde su primera aparición cinematográfica, Bamba (Miguel Contreras Torres, 1948). La bella chica, en ciernes de convertirse, primero en actriz sexy y dúctil para luego demostrar insospechadas dotes dramáticas que la llevaron a ser la gran dama del cine, teatro y televisión; en sus primeras incursiones fílmicas actúa al lado de personalidades del cine de la talla de Cantinflas, Ernesto Alonso, David Silva, Carmen Montejo, Blanca Estela Pavón, Gloria Marín, entre muchos otros.

De sus primeros años en el séptimo arte, su presencia destaca en las películas que hizo con el gran comediante Tin Tan: El rey del barrio (1949), La marca del zorrillo (1950) y Me traes de un ala (1952), las tres dirigidas por Gilberto Martínez Solares; también en las que realizó con otro grande de la comedia, Joaquín Pardavé: Una gallega baila mambo (1950), Doña Mariquita de mi corazón (1952) y El casto Susano (1952).

Inicialmente rechazada por el histrión Arturo de Córdova, en 1954 Silvia Pinal terminará en apasionado romance, dentro y fuera del set, haciendo juntos Un extraño en la escalera, de Tulio Demicheli y Amor en cuatro tiempos, de Luis Spota. También memorables fueron sus actuaciones al lado de Pedro Infante, con quien forma tremenda pareja ficcional en El inocente (Rogelio A. González, 1955), película de culto, infaltable en retransmisiones televisivas en temporada navideña. Aunque en la vida real, no sucumbió a las pretensiones seductoras, que no fueron pocas, del ídolo de la pantalla.

La prolongación de la llamada “Época de Oro” en la década de los 50, aun cuando sólo fuera por inercia, permitió todavía algunas buenas películas de directores como Alberto Gout, Tito Davison y, sobre todo, Tulio Demicheli, quienes encontraron en el talento, carisma y sensualidad de Silvia Pinal —que se tiñe el cabello de rubio y viste sofisticados atuendos— el elemento fulgurante para enriquecer la comedia, pero también el relato de intriga y suspenso, en un México con pretensiones cosmopolitas. Entre estas películas se encuentran: Historia de un abrigo de mink (1954), La sospechosa (1954), Locura pasional (1955), Mi desconocida esposa (1955), La adúltera (1956), La dulce enemiga (1956), Préstame tu cuerpo (1957), Desnúdate, Lucrecia (1957) y El hombre que me gusta (1958). Y también será Silvia Pinal quien tenga el privilegio de protagonizar la última película de la mancuerna creativa compuesta por Emilio Fernández y Gabriel Figueroa, en la muy mexicana y entrañable Una cita de amor (1956).

La estrella era un torbellino en esa década, filmó más de 40 películas, varias bajo contrato, de cuando menos tres por año, con el llamado zar de la producción, Gregorio Walerstein. Si esa época fue de esplendor para Silvia Pinal, todavía estaba por llegar su consagración en el ámbito internacional, al trabajar con uno de los más apreciados cineastas del orbe, Luis Buñuel, con quien filmó Viridiana (1961), sobre la monja novicia que mantiene su fe católica ante los embates lascivos de su tío y los desmanes de un conjunto variopinto de menesterosos; El ángel exterminador (1961), acerca de los absurdos comportamientos de la clase adinerada; y Simón del desierto (1964), donde Silvia Pinal encarna las figuras de la tentación para hacer sucumbir al asceta Simón, producidas por su entonces segundo marido, el empresario mueblero Gustavo Alatriste. Tres películas que han quedado registradas en los libros de historia del cine mundial.

Enamorada de la vida, de su trabajo artístico y del amor, innovó en el género del teatro musical a la Broadway, mientras hacía cantidad de televisión, construía su casa en el Pedregal e incursionaba en el cine europeo: en España con Las locuras de Bárbara (1959), Charleston (1959), Adiós, Mimí Pompón (1960), Maribel y la extraña familia (1960); y en Italia, Pan, amor y Silvia (1959). Cinematografías a las que volverá años más tarde, además de un par más filmadas en Brasil y Argentina.

En la década de los 60 trabajó en más de 20 cintas, entre estas: la extraordinaria por fuerte y verosímil La soldadera (José Bolaños, 1966), la divertida comedia mundana Estrategia matrimonio, donde seduce a Joaquín Cordero, Enrique Rambal, José Gálvez, Enrique Lizalde e Ismael Larumbe, y que es la tercera y última que hace con el realizador Tito Gout. Y la dupla exitosa María Isabel (1967) y El amor de María Isabel (1968), ambas dirigidas por Federico Curiel.

De las cinco películas que protagonizó en los 70 destaca Divinas palabras (Juan Ibáñez, 1977), en donde su escena de desnudo le significó todo un reto. En lo sucesivo regresó unas cuantas veces al mundo del cine, sobresaliendo Modelo antiguo (Raúl Araiza, 1991), y se ocupó durante largos años de la muy exitosa serie televisiva Mujer, casos de la vida real. También se enfocó en la vida política, el mundo empresarial del teatro y al trabajo con su gremio actoral.

Silvia Pinal representa para la sociedad mexicana de la segunda mitad del siglo XX, el tipo de mujer que va más allá de la obtención de un estatus económico y de logrados, y malogrados, romances. 

Es la mujer mexicana emprendedora, independiente, proveedora de recursos y seguridad para su familia, que decide asumir roles en el mundo político prevaleciente, y que no es ajena al mundo cultural y a las emociones y sentimientos de la gente de los diversos estratos sociales.

Muchas y variadas personas han acompañado la vida de la actriz a lo largo de su prodigiosa carrera —se requeriría un glosario inmenso de nombres propios—mencionemos a unos cuantos: sus maestros de actuación en el INBA, Carlos Pellicer, Ana Mérida, Clementina Otero, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y Fernando Torre Lapham; al gran cinematografista Gabriel Figueroa que la plasmó en luces y sombras en varias de sus más célebres películas; a Diego Rivera que la pintó en un hermoso lienzo, mientras le preguntaba si posaría desnuda. Pero Luis Buñuel es el más distinguido de todos, al universalizarla como la hermosa beata enfundada en lumínico vestido blanco de novia, Viridiana.


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