CÚPULA

El concierto

¿En dónde termina el silencio y empieza la música? ¿Acaso las notas se pueden ver y escuchar? ¿Y si formamos la Orquesta Imposible? Toma la batuta y sé parte del concierto

CULTURA

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El concierto, relatosCréditos: Gustavo A. Ortiz y Iván Barrera

El silencio es parte de la música, un espacio de soledad, un vacío que te obliga a comprender que hay sonidos que llenan el alma. Desde que tienes uso de razón has hablado un lenguaje distinto, un idioma donde en lugar de letras hay notas. Todos esperan pacientemente que empiece el espectáculo, todos menos tú. A lo lejos, sentado en una butaca, un hombre te ve de reojo y sonríe al verte, como si pudiera leer la ansiedad que corre por tus venas. Las luces se encienden, el cuchicheo se termina, los violines empiezan a tocar, los clarinetes conquistan tus oídos, los timbales mueven tus emociones y el violonchelo te pone la piel de gallina, por eso justamente estás aprendiendo a tocarlo; también tomas clases de piano y las partituras son cada vez más complicadas. Sientes una necesidad primaria de estar arriba del escenario, porque amas la música; mientras a algunos les gustan las matemáticas y otros se pierden en libros de historia o en la tabla periódica, tú solamente piensas en música. Ya hablaste con tus papás y no estás dispuesta a seguir perdiendo el tiempo de siete a dos, hoy en la noche te llenarás de valor y les propondrás una idea que puede parecer una locura, como la Novena sinfonía, pero en realidad tiene todo el sentido. Les dirás que quieres hacer la prepa abierta y terminarla lo más rápido posible, la acabarás en un año y así tendrás tiempo de dedicarte a lo único que realmente te importa: lo que dice Mozart, Chaikovski o Arturo Márquez. En Inglaterra encontraste el compás que quieres seguir y ahora escuchas el mundo de otra manera. Nunca habías pensado lo mucho que disfrutas de la marimba, que inmediatamente te transporta a lugares increíbles de México, como Chiapas. Ahora estás en Nueva York, después de tus clases de piano, acomodas las sillas y las partituras en los atriles, eres la mano que ayuda ensayo tras ensayo, por no decir el achichincle; en tu mente haces notas mentales de lo que harías si esa fuera tu orquesta. De pronto, el director te da la batuta, te pregunta si quieres dirigir a la orquesta y ahí en medio de los instrumentos que conversan entre sí, te das cuenta de que naciste para hacer eso, que no importa si eres la mejor o la peor, pero eso es lo que te hace feliz, nada más, nada menos. Estás frente a 140 mil personas en Ciudad Juárez, bueno, más bien de espaldas, y todavía no puedes creerlo, parece que a los mexicanos sí les gusta la música clásica después de todo, no puedes contener lo que sientes, quieres dejar ir todo lo que hay dentro de ti, la música se te está saliendo de las manos, volteas a ver a tu amigo que toca la viola y se le caen las lágrimas. 

En un abrir y cerrar de oídos, el silencio llenó de tristeza al mundo, el cubrebocas te ha tapado la sonrisa, pero el show debe continuar, tu maestro te dijo que tenías que ser fuerte, Alondra, para romper el silencio, para crear música. ¿Y si formamos la Orquesta Imposible? Un grupo de almas que toque en soledad, pero acompañado, a la velocidad y al ritmo del Danzón No. 2 ¿Acaso no somos cuerda, madera, metal, percusión, instrumentos hechos de cabeza y corazón? Volteas al fin para ver a tu público y el silencio se ha transformado en aplausos. 

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