CÚPULA

Paloma Torres y la lógica del asombro

Enamorada del espacio público y del territorio urbano, le concede una relevancia única al paisaje, rasgo que le permite integrar naturaleza y artificio con la suavidad de los materiales

CULTURA

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Paloma Torres. Columnas de arena, 2020. Barro de Zacatecas con engobesCréditos: cortesía Paloma Torres

Como el mar del poeta, eterno y soberano, Paloma Torres domeña los elementos de su invención. Esas materias, a través de las que se expresa con elocuencia, asombro y deseo: el barro, el acero, la piedra, la tinta, el óleo y el acrílico, el grafito y la acuarela, el bronce, la madera, el textil y un sinfín de bases y pigmentos que desfilan al ritmo de su imaginación razonada. Enamorada del espacio público y el territorio urbano, le concede una relevancia única al paisaje, rasgo que le permite integrar naturaleza y artificio con la suavidad de los materiales que emplea y las formas que proyecta.

Cronista del espacio, respetuosa del vacío, enemiga de la saturación, conmueve e invita a la reflexión por igual. De inteligencia sensible, goza del refinamiento que integra las emociones sin banalizarlas, huyendo de las percepciones simplistas, para adentrarse en los misterios de la creación: esa facultad tan suya de entender al mundo, descomponerlo en un orbe de significados e imágenes, eso que en el renacimiento y el barroco solía denominarse “emblema” o “empresa” (insignia que incorpora una frase que la explica). 

Paloma Torres. La noche, 2011. Barro de Zacatecas con engobes. (Créditos: cortesía Paloma Torres)

El blasón de tan magnífica hacedora de constelaciones asombrosas y entes de vértigo puro podría cifrarse en la locución somnium compositorem: compositora onírica, en la peana o basamento de alguna de sus bellísimas columnas o tótems, piezas que se elevan majestuosas, a un tris de levitar, encarnando soportes deliciosos y sensuales de la representación. Su quehacer privilegia la fábrica de contingentes plásticos, series temáticas o icónicas que evocan la idea misma de aste??sµ?? (en griego, asterismós: “constelación”), suma de elementos que funcionan en diálogo, pero también en soliloquio. Lo decisivo reposa en que saben, las obras, comunicarse, cumplen con el imperativo de la expresión, en cuyo caso se despliega a modo de lógica del asombro.

Estética nocturnal, la opacidad, las texturas con su cauda de engobes y craquelamientos deliberados, recurso a una paleta básica que considera desde los blancos isabelinos (en rigor, percudidos, siempre apagados y nunca brillantes), las arenas y cierta gama de grises, hasta los cobaltos y acaso algún negro por allí, pasa por la exaltación de lo mejor de su cromatismo: los verdes, definidos por su parentesco con las cactáceas endémicas de nuestro patrimonio vegetal. Su concepción se acerca a las prescripciones de El elogio de la sombra (1933) de Junichirò Tanizaki (1886-1965), y siguiendo a su sensei sus creaturas huyen de la luz, entronizan la penumbra, valoran la pátina, aprecian el silencio, estiman la vacilación y tasan la fragilidad. En síntesis, su armonía objetual descansa en una comprensión profunda de las bondades del espacio vacío.  

Muro vertical. Celosía mirada Horizontal, 2016. Barro Zacatecas con engobes. (Créditos: cortesía Paloma Torres)

Su fábrica estética funciona por acumulación y obedece a una concepción que la acerca al laboratorio, sujetándose a la lógica del error rectificado, afronta una miscelánea de pruebas de resistencia de materiales, estabilidad y comportamiento dinámico, cohesión estructural, sin desdeñar la poética de la composición. Sin romper con la espontaneidad se aleja del lirismo, pues su varia invención demanda rigor, innovación, perfeccionamiento constante. Esculpir exige entre otras tareas ensamblar, construir o fundir, lo que supone habilitación técnica, oficio, y conocimientos diversos, desde los teóricos hasta los aplicados. 

El discurso de la artista se arropa en el pensamiento. Lo asume sin devaneos sentimentales, como sentencia Cioran: “En los tormentos del intelecto hay una decencia que difícilmente encontraríamos en los del corazón. El escepticismo es la elegancia de la ansiedad” (Syllogismes de l’amertume, 1952). Su estilo postula una modalidad propia del espacio, de su habitabilidad y sentido expresivo.

Paloma Torres cumple lo que promete en cada uno de sus alumbramientos: auténticos partos de maravillas y prodigios que nos hacen la existencia más plena y crítica, sensual y amable. Lo que resulta importantísimo dado lo complejo, inequitativo y violento del tiempo en que nos toca vivir. Su genialidad se hace presente en las legiones de objetos y entes que habitan nuestra circunstancia, sobresaliendo por su rara belleza, natural equilibrio y sencillez pasmosa. Tolera y hasta prohíja nuestra mirada indiscreta al permitirnos atisbar los fenómenos perceptibles y conjeturar las intuiciones no sensibles, a través de sus celosías y ensamblajes. Mirillas que nos convidan el secreto de la capilaridad que atraviesa todas sus obras: filtros de luz, cribas de aire, tamices de color, cedazos de textura. Composiciones que impiden quedar “enterrados vivos” en “un infinito dédalo de espejos”, como temiera Jaime Torres Bodet.

PAL