La justicia requiere un lenguaje para volverse efectiva y Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964) fraguó el suyo para ser escuchada. La escritora mexicana convirtió su labor en una verdadera arma del activismo femenino al contar, de manera novelada, el doloroso asesinato de su propia hermana, impune desde hace tres décadas.
“Una de las razones más importantes para escribir esta historia fueron las ansias de que se haga justicia, de que se cumpla la justicia”, señaló la autora. Menos de un año después de la aparición de El invencible verano de Liliana (Random House, 2021), Rivera Garza logró que su reclamo fuera escuchado: a través de redes sociales dio a conocer un mensaje en el que actualizó la situación de la investigación que enmudeció a su familia y a ella misma.
“Ángel González Ramos, el presunto feminicida de Liliana Rivera Garza, mi hermana, probablemente se hizo llamar Mitchell Angelo Giovanni mientras vivió, como prófugo de la justicia, en el sur de California, durante casi 30 años. Equipos de investigación trabajan para comprobar si efectivamente murió ahogado el 2 de Mayo del 2020”, escribió.
La voz de la autora se convirtió en la de miles de mujeres mexicanas: “Mi historia es compartida con al menos 10 familias al día, 10 familias al día pierden a mujeres a manos de la violencia en este país, por desgracia es una historia compartida”.
El grito, además, fue escuchándose más lejos: en febrero pasado, Rivera Garza obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2021, cuyo jurado consideró su libro como el más personal revelador "porque al seguir las huellas de su hermana también se reconoce en un pasado que, por fin, dejó de ser nebuloso”.
Esa bruma también debió difuminarse y en esa tarea, la escritora sabe que el movimiento feminista ha sido fundamental. "Es muy difícil contar una historia cuando todo el lenguaje está amañado, cuando sirve y está enseñado para exonerar a los culpables y culpar a las víctimas, es bien difícil escribir entonces de una manera honesta, directa, sobre las vidas de las mujeres que nos arrebata la violencia cuando el lenguaje ejerce también esa violencia sobre ellas".
Rivera Garza debió esperar tres décadas para contar su historia.
Otras familias siguen esperando que su voz se escuche, pero la autora piensa que parte de la capacidad que tuvo para exigir justicia se debe "al lenguaje que han ido fraguando las movilizaciones de mujeres en México y el mundo, las feministas del pasado, las activistas de ahora; todas han ido empujando el lenguaje, tratando de crear una nomenclatura que nos permita identificar claramente las violencias, los momentos de peligro y, luego entonces, que nos arme con posibilidades de protección y de cuidado para el futuro".
PAL