CÚPULA

Reinvención en la educación actoral

La sensibilidad del estudiante de actuación ha provocado dos desgracias, no sólo en México sino en todo el mundo

CULTURA

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Casazul tiene una historia que comenzó hace 20 años en la formación de profesionales de la actuación. (Foto: Cortesía)Créditos: Cortesía

Con la llegada de la pandemia, las escuelas dedicadas a la enseñanza de la actuación se vieron en la necesidad de tomar decisiones que en otro momento eran inimaginables, para posibilitar su funcionamiento. Ha sido un duro revés, sobre todo considerando que esas mismas instituciones ya sufrían una sacudida fuerte por la urgente revisión de sus formas de trabajar, a las que el movimiento feminista (particularmente la lluvia de acusaciones del me too) las enfrentó. Una larga lista de docentes de diversas escuelas aparecía una y otra vez con señalamientos de todo tipo y la mayoría parecían tener un mismo origen: el maestro aprovechando su estatus para abusar de la vulnerabilidad en la que la naturaleza del aprendizaje de la actuación coloca a los alumnos y alumnas. Demos un pasito para atrás... aprender a actuar es un acto transgresor y valiente; obliga al estudiante a encontrar las llaves que abren las puertas hacia sus más íntimos recuerdos, extiende las posibilidades de su cuerpo tanto en fuerza y elasticidad como en el delicado universo de las sensaciones físicas y las emociones que estas pueden detonar, lo mismo suaves que violentas; revela las múltiples peculiaridades, hallazgos positivos y también las fallas absurdas en cuanto a la creación de un tren de pensamiento a la hora de interactuar con los demás en una escena, revelando así para todo el grupo cómo se conciben las relaciones humanas. También, el proceso de aprendizaje de la actuación invita a ubicar el sonido de su voz y a sentir que se amplía en las distintas áreas de su cuerpo, donde vibra y con cuya agitación se expresa.

El estudiante de actuación es transparente, su voluntad se vuelve líquida, y, con frecuencia, lo más delicado de su ser humano se desdobla hasta parecer un trozo de papel de china, sensible a las corrientes de aire. Esta fragilidad puesta en manos de los profesores ha provocado históricamente —en México y en muchos otros países— dos desgracias: el maestro confundiéndose a sí mismo como todo poderoso, no sólo en lo infalible, sino además por creer que puede manosear el material que entregan los alumnos en clase, manipulándolo y confundiéndolo en algunas ocasiones con consecuencias graves, por no mencionar los muchos casos registrados de hostigamiento. Y, por otro lado, el alumno que romantiza la entrega y la obediencia. Una rendición generada por el apego y la admiración al maestro, que con la práctica consigue el descontrol del estudiante, le quita discernimiento y lo vuelve víctima de una relación desigual. Uno de los muchos retos que encontré al asumir la dirección de CasAzul era precisamente tratar estos temas para buscar un equilibrio donde el maestro de ninguna manera pueda ser endiosado, ni el alumno se crea desposeído.

Es un trabajo que se hace día con día, que pone tres conceptos clave en juego: respeto, consentimiento y responsabilidad. A esto me refería en el primer párrafo cuando dije que la pandemia puso la cereza en el pastel a un momento muy difícil de revisión y confrontación en el que todavía hay mucho por aprender y reflexionar. Esta revisión se hace además en un camino pedregoso e inflamable donde muchas cosas se confunden. Lo que más me importa en este recorrido es que la exigencia en la disciplina siga siendo alta, y que la libertad creativa se mantenga a prueba de balas.

En 2000 se convocó a dirigir el proyecto a Ignacio Flores de la Lama, quien trabajaba en Tijuana. (Foto: Cortesía)

La llegada de las clases en línea, y luego —quizá más difícil aún— las clases híbridas, pusieron en jaque primeramente a los maestros y obligaron a los alumnos a tener una gran flexibilidad y concentración. Ahora ya resulta gracioso hablar de eso, pero ha sido conmovedor ver los esfuerzos realizados por los alumnos para adecuar sus espacios en casa para las clases de trabajo corporal, hacer a un lado el cesto de la ropa sucia y pedirle a su familia que conviva con esos ruidos raros que vienen de la habitación del estudiante que hace calentamiento vocal. Ahora, afortunadamente han vuelto a las instalaciones de la escuela y los pasillos se sienten llenos con sus voces y sus risotadas. Con la reciente obtención del reconocimiento de validez oficial, CasAzul accede al grupo de escuelas de enseñanza superior y puede ofrecer el nivel de licenciatura en actuación. Esto la hace quizá más atractiva de lo que ya era y por lo tanto, más nos compromete a vigilar que la calidad de la enseñanza siga mejorando y que dialogue adecuadamente con los tiempos que vivimos. Que la pasión no atropelle, que el respeto no le quite el filo a las historias, y que tanto CasAzul como las demás escuelas de actuación públicas y privadas sigamos formando artistas que sirvan como pulmones en una sociedad que con frecuencia está sofocada por la angustia.

Por Karina Gidi

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