CÚPULA

La mentira

Un hombre conoce a una mujer en un restaurante y la invita a un partido de futbol, aunque también le esconde su verdadera identidad.

CULTURA

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Después de ese pedazo de gol, yo le perdonaría todoCréditos: Especial

Nunca olvidaré esa noche, el cielo de Madrid no me avisó que mi vida cambiaría ese día. Llegué al lugar al que siempre íbamos y me senté en la mesa de siempre, mis amigas ya me estaban esperando, el sonido de las copas me distrajo, entre los ruidos, un hombre me sonrió desde lejos, yo le regresé la sonrisa. Cuando terminamos de cenar, mis amigas se fueron a un bar y yo pasé al baño del restaurante antes de irme a mi casa. Estaba a punto de cruzar la puerta y salir a la calle, cuando el hombre de la sonrisa me detuvo:

—¿Ya te vas? Déjame invitarte algo.

—Es que quedé de alcanzar a mis amigas en otro lugar—mentí.

—Te acompaño con tus amigas. Me llamo Carlos, Carlos Sánchez. Mucho gusto.

—Yo soy Isabel.

Para no hacerles el cuento largo, dejé plantadas a mis amigas sin que ellas lo supieran; una copa de vino se convirtió en una botella y el hombre de la sonrisa resultó ser un dentista al que le gustaba muchísimo el futbol.

—Mañana juega el Real Madrid, dame tu dirección, te voy a mandar unos boletos para que vayas al partido con una amiga; yo tengo trabajo, pero llego en el segundo tiempo y nos vamos a cenar.

Al día siguiente, el Estadio Santiago Bernabéu nos recibió vestido de blanco y con un gran ambiente, entre cánticos, bufandas y gritos de la afición, mi amiga y yo no podíamos creer la pasión que se vivía en aquel sitio y cómo nunca habíamos ido a ver jugar al equipo que arrancaba suspiros a los madrileños y a tantas personas en el mundo.

En ese momento salió el cuadro merengue a la cancha y mis ojos no podían creer lo que estaban viendo.

—Rocío, ahí está Carlos—le dije señalando al campo.

—Pero Carlos es dentista, ¿no?

—Eso me dijo, pero ahí está, es el del pelo chino—señalé de nuevo.

—¡Cállate los ojos! ¿Estás loca o qué? Él es Hugo Sánchez.

—No me digas eso, no puede ser, quedé como una tonta. Me dijo que era dentista y como tenía una gran sonrisa, yo le creí. Ya decía yo que se me hacía conocido.

—Tú sí que estás en las nubes, tía. ¿De qué me hablas? Todo el planeta lo conoce y sabe quién es; es el mexicano más famoso que existe. ¿De verdad no sospechaste nada cuando te regaló las entradas?

—¿Qué te digo? Nunca me ha gustado el futbol.

—Pues te va a tener que gustar.

En ese momento Hugo Sánchez metió un gol, dio una voltereta de gimnasta olímpico y lanzó un beso hacia donde estábamos nosotros. A mí se me derritió el corazón, aunque estaba un poco enojada por el engaño.

—Pues no lo sé, de entrada, odio las mentiras—contesté molesta.

Un aficionado merengue que había escuchado toda la conversación, nos interrumpió:

—No te dijo mentiras, también es dentista, aunque no ejerce.

—¡Gooooooooooool!—gritaron todos en el estadio.

Hugo repitió el festejo de la marometa y volvió a lanzar besos.

—Después de ese pedazo de gol, yo le perdonaría todo—me dijo el aficionado metiche del Real Madrid.

—Ya veremos, ya veremos—dije en voz baja.

Hugo metió el tercer gol del encuentro y me lo volvió a dedicar. El Real Madrid ganó, el árbitro pitó el final, pero yo sabía muy bien que nuestra historia apenas estaba empezando.

Por Mariola Fernández

MBL