CÚPULA

Carmen Parra, una mujer a la que tomó el arte

La pintora mexicana, quien acaba de recibir la Presea Cervantina, rememora el mundo del arte que la formó, sus búsquedas, sus amistades y maestros

CULTURA

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Créditos: Cortesía

A Carmen Parra (Ciudad de México, 1944) no le quedó otra opción que dejar que el arte la tomara. “El arte me escogió a mí, yo quería ser antropóloga e investigadora, pero la vida me llevó a ser lo que yo soy”, dice. Es jueves por la tarde, la pintora pide un momento: está terminando de cocinar; una pared de su estudio muestra esa vida que la atrapó; junto a los retratos familiares están los de los amigos, muchos de ellos artistas; todos, parte de la cultura mexicana.

“Desde que nací me llamó, nací entre artistas, mi único ambiente es el arte, no conozco otro mundo”, agrega. Fue algo natural: su padre fue el arquitecto Manuel Parra; su madre, María del Carmen Rodríguez Peña, quien “tenía una tienda de arte popular”, e incluso su tía, “diseñaba moda”. “Teníamos amigos coleccionistas de arte popular y prehispánico, yo vi construir el Anahuacalli, el Cárcamo de Rivera, participé en la creación del Museo de Antropología, del de Arte Moderno, soy como una piedra prehispánica”.

Parra pasa unos días en la Ciudad de México, acaba de regresar de Guanajuato, donde le fue entregada la Presea Cervantina 2022, por parte del Festival Internacional Cervantino, en reconocimiento a su labor en la difusión del arte y en la preservación del patrimonio cultural. “Es un regalo, es un premio para todos los que me han acompañado, mis maestros, mi familia, mis amigos, para que ellos también se sientan orgullosos y se sientan felices”, afirma.

(Créditos: tomada de carmenparra.com.mx)

Con Guanajuato tiene una larga historia. De esa tierra era La China Mendoza, “mi amiga del alma, de mi corazón”; ahí también pasó sus primeros años: “Mi papá compró una casa en La Valenciana, que era una ruina, era la tienda de raya de la mina, y toda mi infancia la pase en Guanajuato, es como mi segunda ciudad; conocí a todos los artistas que vivían allí, a los restauradores; cuando yo era niña, Guanajuato era una ruina, una ciudad como abandonada, todas las minas estaban abandonadas porque ya habían sacado todo el material más importante”.

Virgen de Guadalupe, de la serie En alas de la palabra, Carmen Parra. (Créditos: tomada de carmenparra.com.mx)

UN TERREMOTO CONTINUO

Carmen Parra dice que desde niña fue “absorbida por un México profundo”. Su papá le transmitió “la pasión por la construcción, la arquitectura mexicana, las tradiciones, por los pequeños pueblos: hacíamos excursiones, conozco casi todos los cerros de Guanajuato a pie”. A esos principios, la artista sumó el del mundo donde crecía, lleno de artistas e intelectuales.

Ya jovencita, ingresó a la Preparatoria 5 y se interesó por el teatro, que era dirigido por Héctor Azar. “Actué en una de sus obras, mi papel fue de Bomba atómica, en La Paz de Aristófanes, yo salía de una caja fuerte que significaba el dinero; Héctor fue mi maestro de toda la vida, mi mentor”. Después siguió la Escuela Nacional de Antropología, donde tuvo como compañero a Eduardo Matos Moctezuma; pero en un viaje a Roma, su vida dio un vuelco.

“Iba a estudiar sociología y un amigo me convenció de que no era una intelectual sino que era una artista, y que me metiera a la escuela; entonces allí empecé mis estudios de arte”. Ya en México, concluyó en La Esmeralda, pero al mismo tiempo otro creador estaba influyendo en ella: “Juan Soriano era amigo de mi familia, él dio clases muchos años de su vida y como era muy amigo fue como mi mentor, luego, cuando vivimos en Roma, fue mi gran amigo”.

A su regreso, montó su primera exposición. Pedro Coronel “quería que expusiera en la mejor galería de México que era la de Arte Mexicano, pero no quise, entonces empecé en la galería de la Casa del Lago, que dirigía Héctor Azar”. ¿Cómo era vivir en ese mundo de artistas?, se le pregunta: “Era un terremoto continuo, todos eran de gran personalidad y eran un grupo, era una ciudad mucho más pequeña de lo que es ahora, todo mundo se veía, se peleaba, hacían proyectos, hacían fiestas, se convivía, había un lenguaje común, se hablaba de política…”.

De la serie Santa Teresa de Ávila, Carmen Parra. (Créditos: tomada de carmenparra.com.mx)

BÚSQUEDA CONSTANTE

“Un artista no se retira, no puede porque si no se muere”, dice Parra. Hoy, existe un trazo que caracteriza el trabajo de la artista: “el estilo se va creando, es como el aliento, es un reflejo inconsciente de tu realidad y de tu mundo, que lo vas plasmando en las pinceladas cuando trabajas”. De cualquier manera “la búsqueda es eterna, para algo estamos aquí, para más o menos entender este misterio fantástico”.

De Parra son características sus series sobre santos y ángeles, que “son una entrada a que la gente conozca un arte, el virreinal, que es tan nuestro y tan desconocido”. De las dedicadas al patrimonio y a la arquitectura religiosa, apunta: “Mi papá me llevó a todas las iglesias, él restauró el altar del Carmen en San Ángel y cuando viví en La Valenciana jugaba en los altares, me metía a las columnas, a los estípites”. De las que abordan la naturaleza, refiere: “La belleza viene de la naturaleza, no creo que el ser humano sea capaz de crear una orquídea, un océano, un águila o el vuelo de un pájaro, estoy siendo como un notario de las bellezas que quizás en 100 años ya nadie las vea”. 

Otro puente entre el pasado y el presente mexicano le ocupa. “Ahora estoy en un proyecto marítimo, en México no hay pintores de barcos, tenemos más territorio marino que terrestre y nadie sabe nada del mar, ni los políticos ni nadie, hay un tesoro escondido”.

La artista comparte, además, un gusto, hasta ahora no revelado, por la pluma: “me gustaría hacer, no literatura, sino el testimonio de una vida, todo lo que viví ya no existe”. Piensa que quizás sea tiempo de una retrospectiva “en Bellas Artes ya expuse dos veces”. Por lo pronto “sigo trabajando; la función del artista es que el otro lo vea, el diálogo con la otredad, esa otredad, si no, no existiría lo que yo hago”.

PAL