CÚPULA

Leopoldo Flores, un hombre universal

Él, creador de utopías, se propuso hacer de su ciudad, su propia galería, para que nadie tuviera que asumirse culto

CULTURA

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LEOPOLDO FLORES. “Peripo plástico”. Fotos: Jesús Mendoza Martínez. Cortesía, Secretaría de Cultura y Turismo del Estado de México.

Dice Calvino, en Las ciudades invisibles, que, al llegar a cada ciudad, el viajero encuentra un pasado suyo que no sabía que tenía: "la extrañeza de lo que no eres, o no posees más, te espera al paso de los lugares extraños y no poseídos”.

Cada país, cada región, cada ciudad, cada pueblo, tiene destinos secretos que nos atrapan, que nos cautivan, que nos hacen sentir y que nos hacen vibrar.

Yo, por mucho tiempo, asumí que eso no lo tenía mi ciudad, Toluca. No fue sino de la mano de amigos viajeros –de esos que pasan por aquí unos días, y luego se van– que descubrí que mi ciudad también tenía esa “marca propia”.

Y así fue como, poco a poco, la descubrí única, especial e incluso grandiosa; y todo ello porque se encuentra intervenida por un artista: Leopoldo Flores y eso, ¿saben qué? eso la hace inigualable.

Ese hombre solitario, libre, soñador, un poco quijotesco; ese artista intenso, crítico, observador de la ciudad y del universo; culto, apasionado de la mitología y la cosmogonía; formado en el Atelier 17 en París, con William Hayter, admirador de Picasso, cercano a Panavie y Dubon; contemporáneo de Rojo, Felguérez, Nierman y Cohen. Pero él se afanó en perfeccionar su propio estilo.

Él, creador de utopías, se propuso hacer de su ciudad, su propia galería. Una galería del tamaño de una ciudad, para que nadie tuviera que asumirse culto para poder asistir a un museo y disfrutar del arte; sino que el arte dialogara en un continuum con las personas, quienquiera que fueran: una enfermera, un albañil, una maestra, una ama de casa, un estudiante, el juez o legislador.

La idea de que el hombre es universal condujo a Flores a reconocer que el universo es humano, con un vínculo indisoluble y misterioso. El artista miró al universo y el universo lo atrapó a él.

Definió su cromática de la civilización: azul, ocre, verde y rojo, colores tan suyos, tan Leopoldo, que expresan la fricción que habita en la esencia del ser, sus vínculos con la tierra y con la naturaleza, aunque para él, el rojo es el más humano de todos, porque es el color que habita debajo de nuestra piel, dejando al descubierto la sublime –pero radical– igualdad de las personas. Colores todos ellos que permiten plasmar la dualidad, siempre recurrente en su obra: mujer-hombre, día-noche, bien-mal; vida-muerte.

Como hombre de su tiempo fue un artista de acción, la Plaza de los Mártires, en Toluca, da cuenta de sus murales pancarta; sus intervenciones fuera del Palacio de Bellas Artes en la CDMX, así como en museos de Barcelona y París.

Flores fue el Hombre-Universal, el Hombre-Cuervo, el Minotauro y el Hombre-Sol, el artista produjo la gran colisión que ocupó la totalidad de su tiempo y de su espacio. Flores conformó un universo y nos lo compartió. Y así, él sigue vivo porque su obra nos abraza al recorrer esta ciudad que es nuestra y que nunca dejará de ser de él.

Por Ivette Tinoco García, Directora General de Patrimonio y Servicios Culturales del Valle de Toluca

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