CÚPULA

Perder el vuelo

La autora estudió Letras Hispánicas en la UAM; ha publicado textos críticos y de ficción, y fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas

CULTURA

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“LA ÉTICA DE LA PROMISCUIDAD”. Collage. Foto cortesía: Roberto Zamarripa.

Pastillas de coleópteros

Lo que dijimos fueron luciérnagas

rebotando en las paredes de tu cuarto,

en una cama que tenía la importancia

para ser considerada un país

prometimos ir juntos y a escondidas

a un almacén de focos navideños

made in china,

meter los watts que cupieran en el auto

a punto de encenderse con nosotros,

 

estacionarnos afuera de una iglesia

de enchufes y sin velas

en busca de corriente

robar la luz a los ojos de Dios,

dejar en penumbra al edificio,

el vecindario, la ciudad,

que en la ceguera los prójimos se amaran

a la intemperie o en los comedores

chocando cuerpos y vasos

hasta quebrarse libres de la ropa.

 

Un ladrón besaría a otro,

sombra sobre sombra afuera 

del sitio que planeaban asaltar. 

 

Los niños se arrancarían las alas,

jugarían en los jardines

a perseguirse desplumados.

Se mancharían las piernas 

de tierra y flores.

Cada año, convertidos en enjambre,

volarían directo hacia nosotros

eléctricos

 

fundaríamos una tradición

para ateos y cristianos,

sin tocarnos

fundiríamos el voltaje y la ternura

con tan sólo vernos las pupilas,

ríos de lodo que se tragan a la noche.

Ojalá te enamores 

y pierdas el vuelo

o la cabeza

a finales de diciembre

y caigas sobre una silla 

que se confunda con el invierno. 

 

Hundirás la cara entre tus brazos 

como si de esa forma pudieras protegerte 

de la risa de otros pasajeros,

cascabeles blancos a punto de abordar.

 

Ojalá te enamores de la cena

que perdiste en la casa de sus padres,

la mano de ella en tu rodilla

por debajo de la mesa

y su voz sobre el mantel

ofreciendo tu nombre como un plato

a sus perros y familia,

a las cajas envueltas

junto al árbol. 

 

Pedirás un taxi de regreso,

aún más caro que el de ida,

más lento 

alrededor los otros autos

prenderán las luces

para recordar que vas solo

en el asiento trasero

y nadie, ni el taxista, va a mirarte

sostener el celular

escribiendo una disculpa. 

 

Ojalá, en tu departamento,

sueñes con el peso de su abrigo 

igual a un invitado

que observa

al lado de la cama. 

 

Despertarás con ganas de llamarme

como cada vez que el miedo 

te acompaña en días de fiesta. 

Aunque quisiera, yo no responderé,

habré tomado el vuelo a una ciudad

que incluso en temporada alta 

recibe por el mismo precio

a quienes se cobijan en el odio.

 

Por Sabina Orozco

PAL