Pastillas de coleópteros
Lo que dijimos fueron luciérnagas
rebotando en las paredes de tu cuarto,
en una cama que tenía la importancia
para ser considerada un país
prometimos ir juntos y a escondidas
a un almacén de focos navideños
made in china,
meter los watts que cupieran en el auto
a punto de encenderse con nosotros,
estacionarnos afuera de una iglesia
de enchufes y sin velas
en busca de corriente
robar la luz a los ojos de Dios,
dejar en penumbra al edificio,
el vecindario, la ciudad,
que en la ceguera los prójimos se amaran
a la intemperie o en los comedores
chocando cuerpos y vasos
hasta quebrarse libres de la ropa.
Un ladrón besaría a otro,
sombra sobre sombra afuera
del sitio que planeaban asaltar.
Los niños se arrancarían las alas,
jugarían en los jardines
a perseguirse desplumados.
Se mancharían las piernas
de tierra y flores.
Cada año, convertidos en enjambre,
volarían directo hacia nosotros
eléctricos
fundaríamos una tradición
para ateos y cristianos,
sin tocarnos
fundiríamos el voltaje y la ternura
con tan sólo vernos las pupilas,
ríos de lodo que se tragan a la noche.
Ojalá te enamores
y pierdas el vuelo
o la cabeza
a finales de diciembre
y caigas sobre una silla
que se confunda con el invierno.
Hundirás la cara entre tus brazos
como si de esa forma pudieras protegerte
de la risa de otros pasajeros,
cascabeles blancos a punto de abordar.
Ojalá te enamores de la cena
que perdiste en la casa de sus padres,
la mano de ella en tu rodilla
por debajo de la mesa
y su voz sobre el mantel
ofreciendo tu nombre como un plato
a sus perros y familia,
a las cajas envueltas
junto al árbol.
Pedirás un taxi de regreso,
aún más caro que el de ida,
más lento
alrededor los otros autos
prenderán las luces
para recordar que vas solo
en el asiento trasero
y nadie, ni el taxista, va a mirarte
sostener el celular
escribiendo una disculpa.
Ojalá, en tu departamento,
sueñes con el peso de su abrigo
igual a un invitado
que observa
al lado de la cama.
Despertarás con ganas de llamarme
como cada vez que el miedo
te acompaña en días de fiesta.
Aunque quisiera, yo no responderé,
habré tomado el vuelo a una ciudad
que incluso en temporada alta
recibe por el mismo precio
a quienes se cobijan en el odio.
Por Sabina Orozco
PAL