CÚPULA

Rufino Tamayo, La vida en rosa

El artista ingresó a El Colegio Nacional en 1991. Un mes con tres días después falleció en la Ciudad de México

CULTURA

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Arnaldo Coen. Retrato de Rufino Tamayo, 2000. Óleo sobre tela. Foto: Gerardo Márquez. Colección y cortesía de El Colegio Nacional.Créditos: Gerardo Márquez. Colección y cortesía de El Colegio Nacional.

El pasado 28 de junio se llevó a cabo en El Colegio Nacional el Homenaje a Rufino Tamayo, miembro de esta institución, en su 30 aniversario luctuoso. La mesa, coordinada por Vicente Rojo (poco antes de su muerte) y Felipe Leal, ambos colegiados, quiere ser un momento para renovar el diálogo en torno a nuevas miradas y lecturas a la obra de uno de nuestros autores más connotados en la escena plástica internacional.

Tamayo galáctico

Como aquel personaje pintado en el cuadro "La gran galaxia", Rufino Tamayo ve al infinito. Azul y rosa, de constelaciones como de grises y blancos esgrafiados en la cúpula celeste, ve más allá, ve la trama de su invención artística. Será un argonauta tránsfugo siempre. Para él, los confines de la historia del arte universal no tendrán límites.

Me propongo hablar de Rufino Tamayo concentrada en un único microcosmos, diría yo más bien una galaxia: El Colegio Nacional y sus expresiones y productos de pensamiento, de los artistas y escritores que fueron también miembros de este Colegio y que hablaron del artista. Me refiero a Octavio Paz, Carlos Fuentes y Fernando del Paso, principalmente, también de aquellos que formaron parte de su vida y trayectoria como José Vasconcelos y Carlos Chávez, así como Tamayo protagonista en este espacio. Citaré la teoría del arte que impartió el propio Tamayo a su ingreso en esta institución. Eso haré.

Lección inaugural

Rufino Tamayo ingresó a El Colegio Nacional en 1991. Un mes con tres días después, fallecía en la Ciudad de México. Había ingresado de manera extraordinaria, poco ortodoxa, ya que había excedido la edad estipulada para el ingreso a esta institución y, sin embargo, el Consejo no dudó en votar de manera unánime su entrada. 

En su contestación al discurso inaugural, Jesús Kumate recordaba que la Academia de Francia, al percatarse tardíamente de que Molière no había ocupado un sillón entre los 40 inmortales, erigió un busto en el patio de entrada con la inscripción: Nada faltó a su gloria, él hizo falta a la nuestra. Así, haciendo paráfrasis de esa anécdota concluía el doctor Jesús Kumate: "Maestro Rufino Tamayo, al ingresar formalmente a esta casa, podemos decirle: Nada hacía falta a su gloria. Usted hacía falta, muchísima falta, a la nuestra".

Y entró y arrasó. Se escuchó en el Aula mayor de Donceles su lección inaugural.

Tamayo inició con el recuerdo de dos pintores que fueron miembros de esta “universidad del saber”: Diego Rivera y José Clemente Orozco. Aquella legendaria rencilla entre la Escuela Mexicana de Pintura y los movimientos que le siguieron, entre ellos la Ruptura, quedó para el célebre pintor oaxaqueño en un gran aprendizaje. Dijo: El tiempo ha dado una dimensión real a las polémicas, a las ideas encontradas y a las tentativas. Ha mostrado la inexistencia de un solo camino y ha conciliado las opciones en la necesidad de las búsquedas diversas.

Pienso que gran parte de lo que nos preguntamos los historiadores del arte sobre aquel fenómeno que fue la producción de Tamayo, la estrella única de Tamayo en la constelación nacional durante el siglo XX —en un tiempo en que la plástica nacional era un gran mural con asuntos y motivos guiados por una convicción pictórica y ética como lo fue el movimiento muralista— se debe a este pensamiento que dictó el autor de Homenaje a la raza india (1952) a su llegada a El Colegio Nacional. Refirió así algunas conclusiones:

No juzgamos el valor de una pintura por su tema o sus ideas, sino por sus cualidades plásticas y su capacidad para significar en el orden de los poético.

Este acento puesto en lo poético es, quizá, la cualidad más apreciada por Octavio Paz en la obra de Tamayo.

Dice Octavio Paz:

Tamayo ha traspasado un nuevo límite y su mundo es ya un mundo de poesía. El pintor nos abre las puertas del viejo universo de los mitos y de las imágenes que nos revelan la doble condición del hombre. Su atroz realidad. 

 

Retrato de Arnaldo Coen

Arnaldo Coen pintó en el año 2000 el retrato que formaría parte de la galería de El Colegio Nacional. Coen, quien lo conoció y admiró, disfrutó el encargo: un Tamayo en plenitud mira con intensidad hacia un lado del espacio. Está pintando. Un delantal lo cubre, y sostiene con la mano izquierda un modesto recipiente de pigmentos y con la derecha dos pinceles teñidos de rosa y azul.

En nuestro cuadro, particularmente el semblante del pintor tiene un atractivo especial. Interrumpe Coen: La expresión de Tamayo me gustaba mucho; esa cosa entre un hombre hosco, un hombre muy serio y, al mismo tiempo, es el hombre que debía tener buen humor.

Y desde luego que llama la atención en el lienzo el fondo. Como a Coen le gustaba el manejo del color de Rufino, decidió emular —“fusilarse”— un mismo cuadro del autor zapoteco. Se trata de Niños jugando, de 1959, un óleo sobre tela de 130.2 x 194.9 cm de la Colección del Metropolitan Museum of Art (Met), de Nueva York.

Aquí es cuando uno piensa en los homenajes profundos. Arnaldo Coen, que había admirado tanto a Tamayo en el uso del color, me dijo:

De la obra que yo vi en vivo de Tamayo, lo que más me gustó, desde el punto de vista pictórico, es el placer de Rufino; por el gusto que tiene por pintar, por la materia, por el color, por cómo era capaz de poner el óleo con unas arenas y luego sacar un encendedor y quemar para lograr unos negros que resaltaran los colores. Él inventaba en el momento sus técnicas y sus cosas, pero era por el gusto que tenía de manejar la pintura, independientemente de lo que representara. Su sentido del color, para mí, era fascinante.

¿Hacia dónde mira Tamayo?, le pregunto. Según Arnaldo Coen, hacia el jardín que tenía en su casa en la Ciudad de México y que advertía desde su estudio. Si seguimos a Ingrid Suckaer, entonces lo imaginamos escuchando a Bach. Pero lo dice Arnaldo. En realidad, es una mirada hacia el interior.

El Tamayo de Rojo

Pocos días antes de que dejara este plano terrenal, nos reunimos con Vicente Rojo para hablar de nuestros planes en El Colegio Nacional, la itinerancia de su exposición Cuaderno de viaje (…) y sus proyectos inmediatos, pasado el aislamiento en Cuernavaca por la pandemia.

La coordinación de la mesa en El Colegio Nacional la realizó Vicente Rojo con especial entusiasmo. Para nosotros fue doblemente significativo que fuera él quien tomara en sus manos su organización. Después de figuras como Rivera, Orozco y el Dr. Atl en estas filas colegiadas, Tamayo había tomado la estafeta justo a tiempo. El que le siguió por estos pasillos fue el gran Vicente Rojo.

Creo que Rojo sintió un compromiso especial al imaginar este homenaje. Platiqué con él esa mañana en Coyoacán, en el café al lado de su estudio. Me dijo de su admiración por Rufino Tamayo. Sobre todo, del Tamayo de los 30. Su encuentro en París con la pareja Rufino y Olga. De Rufino admiró su discreción (mira quién habla, le dije) y su estructura cromática. Lo escuchó tocar la guitarra y cantar. Lo vio disfrutar fuera de los lienzos, pero, sobre todo, lo vio convertirse en el gigante que es para la plástica mexicana. A 30 años de fallecimiento, Rojo me dictó a los participantes: Ingrid Suckaer y Jaime Moreno Villareal. Fernando González Gortázar, será difícil, me dijo, pero insistiremos… y una servidora (no fui difícil). Que vaya conmigo en esto Felipe Leal, dispuso. Le reservó pues a Tamayo un homenaje entendido y cálido.

Cuando en la lección inaugural de aquel 21 de mayo Tamayo inició con el recuerdo de Rivera y Siqueiros, dijo: Representaron, hace casi medio siglo, a la pintura, y a mí me toca representarla ahora.

En El Colegio Nacional a Rufino le siguió Vicente.

Tamayo y Rojo. Dos grandes de la plástica mexicana, aquí reunidos de manera insuperable. Vicente coordinó y encomendó al arquitecto Felipe Leal el Homenaje de 30 años de fallecimiento en El Colegio Nacional. Rojo estaría emocionado, no en la primera fila (conociendo su timidez), pero sí en la segunda, celebrando el recuerdo de Rufino.

Por Mónica López Velarde Estrada

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