La siguiente selección de poemas inéditos explora la familiaridad en lo ajeno, así como los reencuentros con personas y lugares que se trasladan de manera paulatina al ámbito de lo extraño. Asimismo, esta indagación señala la impotencia ante los cambios ejercidos por el tiempo en los vínculos humanos.
RODOLFO
Miro los ojos de los muertos,
al padre de mi padre
que intenta guardarse a sí mismo
en blanco y negro
con las manos en los bolsillos del pantalón.
Imposible descifrar si su gesto
es de quien tiene miedo
o el sol le pega directamente a la cara.
La luz y la felicidad en exceso me incomodan,
prefiero los retratos de personas
que ofrecen su más honesta desconfianza
segundos antes de que alguien
presione el obturador.
HABLABAS DE TIJUANA
La alegría nos deshojó la boca
al andar por calles que para ti son nuevas
y recorrí tantas veces de la mano de otros.
Quise que la banqueta fuera larguísima
y siguieras contando historias
de gente que no conozco:
varias ellas en una ciudad a la que nunca iré
a pesar de nuestros planes.
En el camino deseaba
cuerpos que jamás he visto,
sonaban cálidos y se humedecían
en tus palabras.
Un día regresarás a esas calles
enseñando los dientes:
pétalos puntiagudos en tu sonrisa.
Llevarás a casa a otra persona
contándole de mí,
de haber olvidado por qué nos empeñamos
en volver a pie al salir del bar.
Nombrarme te causará un piquetito
a la mitad del pecho,
una espina en el instante
de su primer abrazo.
NÚMERO NO RECONOCIDO
Su voz se abrió del otro lado de la línea
igual a una bolsa de papel
donde se guarda más de lo que debe cargarse.
Había pedido las compras, pero el timbre no servía.
Al llegar debían marcarle o dar golpes a la puerta.
También necesitaba otra caja de cigarros
y un par de manzanas ni grandes ni pequeñas:
a esa edad una tiene el derecho de exigir
que todo se amolde a sus manos.
Al oírla temí por el futuro de mis dedos
arañas que en su vejez bailarán enloquecidas
anticipando la muerte en el teléfono.
Me harán llamar a extraños por error,
interrumpirlos un domingo cualquiera
para leerles la lista del supermercado.
TIENDA DE MASCOTAS
La bolsa en su hombro le impidió verme.
Había ido a comprar alimento
para un perro que lleva al parque
donde solíamos sentarnos
a fumar cerca de hombres
domesticados por labradores
y niños de pelo brillante.
Dudo si el que sale de la tienda
aún es el mismo que me cargó
cuando tropecé
de regreso a su departamento.
Creíamos en la naturaleza
de los accidentes:
festejar los lunes,
cruzar calles a oscuras
guiados por el instinto
de volver a la cama
para que nos recibiera
como a sus crías por la noche.
Pesa saber
que unos kilos de croquetas
han reemplazado
nuestra antigua vocación
de enfrentar las torceduras
y el resto de la vida
a la ligera.
RUTITA TETRA PAK
La abuela insiste en sembrarme un duraznito
que todos quieran morder,
perpetuar el sabor a almíbar
heredado por generaciones.
Mis primas ofrecen canastas
a punto de romperse en Año Nuevo,
de ahí sacan peras y granadas
que todos manosean
por costumbre familiar,
adivinan a través del tacto
el color de la tierra y las semillas.
En tiempos de cosecha
visito el supermercado,
lleno el carrito de latas
y empaques de aluminio.
Nadie conocerá mis frutos,
en casa no tengo espacio para un huerto,
apenas caben los libros y la ropa,
el refrigerador que guarda el jugo
listo para beberse de la caja.
GLORIETA SCOP
Tengo talento para llorar
en lugares públicos,
quebrarme al borde de las fuentes
donde el agua y yo
nos entendemos.
Los niños en triciclo
pedalean alrededor,
se vuelven manecillas
encargadas del compás
de la tristeza.
A veces se detienen
con el asombro
de quien ha visto un roedor
que baja de los árboles.
Si los padres se dan cuenta
van al rescate de sus hijos,
les hablan al oído
mientras me señalan,
como si la infelicidad
pusiera en peligro
el verdadero ritmo
de los parques.
Por Sabina Orozco
PAL