LITERATURA

Cartas de humo: Parte 2

“Mi corazón se detuvo brevemente y después aceleró su ritmo. Volteé y te vi bajar corriendo de un camión que apenas detuvo la marcha”. Traemos para ti la segunda parte de Cartas de humo de Blanca Sánchez Flores.

CULTURA

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Cartas de humo, una historia de amor.Créditos: Especial

Por: Blanca Sánchez Flores

Habían pasado cinco años desde aquel beso apretado y sin malicia, que le dio un giro a mi existencia.

Mamá murió y con ella la armonía y la estabilidad del hogar. Papá apenas era una sombra silenciosa, ya no sonreía.

Al llegar del trabajo, le servía su taza de café negro humeante, él miraba absorto el vapor que salía y sus ojos lo seguían hasta desvanecerse en el techo.

Bajaba la cabeza y lloraba en silencio. Sorbía el café y sus lágrimas caían en la mesa de madera que rápidamente las desaparecía.

 

Esto lo escribo ahora, años después en la soledad de mi departamento, donde mi compañía es el silencio y la única certeza es la acechanza del coronavirus.

El confinamiento, ha servido para traer a mi mente ensoñaci??n, recuerdos gratos y agradecer la remembranza de tu beso mustio, sano, limpio, que selló nuestro romance niño.

Hoy con cubrebocas ese beso no sería posible.

 

Aquí, enclaustrada, la nostalgia del ayer está presente.

Salí del trabajo y ahí me esperaba Miguel, a quien había conocido hacía poco. Desde entonces todos los días me acompañaba hasta mi casa al terminar mi jornada.

Gustaba mucho de su compañía. Le había hablado de ti. Él descubrió que en mis ojos había un dejo de tristeza. Me sinceré y le conté de nuestro romance inocente y que aún, al tiempo, te recordaba.

 

Diariamente, Miguel traía poemas que leía para mí. Me regaló el libro ¡Oh, este viejo y roto violín! de León Felipe y me presentó la poesía de Whitman, Sor Juana Inés, Neruda, Storni, Vallejo y muchos más.

Me gustaba ir con él al parque de La Madre antes de llegar a casa. Ahí sentados en una banca, rodeados de árboles, con la luz mortecina de las lámparas, el canto de los grillos y uno que otro roedor acechando, lo escuchaba embelesada.

 

En una ocasión, después de leerme algo, me tomó de la mano e intentó besarme...

¡No lo permití! Habría borrado tu beso tierno y sin malicia.

—Aún lo recuerdas, ¿verdad? — preguntó.
—Sí—. Fue mi respuesta.
 Nos levantamos de la banca y en silencio me acompañó a casa.

Al despedirnos. Descubrí que miraba insistentemente mi boca, esa que hacía unos momentos le había negado.

Algunos días no supe de él. Pensé que estaría molesto. ¡Lo extrañaba!
Nuevamente apareció. Ahora no con poemas; traía una caja llena de rosas rojas adornada con un moño dorado. Nos saludamos y agradecí el detalle.

Me contó que había estado un poco indispuesto y era la causa de su ausencia.

 

Esa noche caminamos lento, como si no quisiéramos llegar a nuestro destino.

Recuerdo que se me atoró un tacón en un hoyo de la calle y ¡cuas! se rompió.

Miguel me abrazó por la cintura todo el camino y sentí su cuerpo temblar.

¡De repente un sonido me alertó! Era un silbido conocido.

Mi corazón se detuvo brevemente y después aceleró su ritmo.

Volteé y te vi bajar corriendo de un camión que apenas detuvo la marcha.

No lo podía creer ¡Eras tú! El niño de mi primer beso, el de los patines amarrados con mecate.
Me sentí como aquella noche en el pasillo antes de llegar a casa. Miguel se quedó en silencio.
Nos vio saludarnos. Los presenté.

Preguntaste si estudiaba o trabajaba.

—Trabajo aquí cerca— dije nerviosa.

Preguntó la hora en la que salía y con un apretón de mano se despidió...

 

Miguel preguntó:
— ¿Es él verdad? Moví la cabeza afirmativamente.

Al llegar a casa me percaté de que llevaba bajo el brazo un sobre amarillo.

—Es para ti—balbuceó. Me lo entregó y se despidió.

Noté tristeza en su mirada.

 

Entré a casa. Me encerré en el baño y brinqué. ¡Te había encontrado!

Al salir del baño vi sobre la cama, junto a mi bolso, la caja de rosas y el sobre amarillo.

Aún eufórica por el encuentro rasgué el sobre. Era una carta y un cassette.

En esas líneas Miguel me declaraba su amor.

Me pedía que lo aceptara pues -decía- no podía aguantar un día más sin besarme.

“Lee primero. Después escucha el cassette y sabrás lo que significas para mí”, era la indicación:

 

“Yo te quiero tanto,
como en mi vida he querido jamás,
y tan profundamente que tengo miedo de mí,

de este desmesurado amor que ahora siento por ti.

(…)”

(Domenico Modugno cantautor italiano. Como has Hecho, 1970).

  

Al poner la cinta supe que la letra de la canción volcaba el sentimiento que me profesaba.

No pude contener el llanto.

El encuentro contigo y la bella y romántica declaración de amor de Miguel estremecieron mi ser. Pero a él no podía corresponderle. ¡Te había encontrado!

 

A la mañana siguiente. Al salir de casa rumbo al trabajo, ¡ahí estabas! Esperando como aquella noche en que por primera vez me besaste.

Me pediste subir a tu auto y llevarme al trabajo.
 Ambos reíamos nerviosos.
 Miguel no regresó por la respuesta. Tenía clara mi decisión.
 

Seis meses después nos casamos. Quince años duró nuestra unión.
Después se borró el beso apachurrado y tierno. Hubo tinieblas y nubarrones que nos alejaron.
Un día, al estar trabajando, alguien llamó para decirme que habías muerto. Tu corazón había quedado en pausa. Cuando fui al velatorio donde te encontrabas, tu semblante era apacible. Me permitieron darte un último beso. Te lo robé como tú a mí aquella noche, en aquel pasillo.

Salí al jardín a esperar a que te incineraran para, junto con nuestros hijos, llevar a casa tus cenizas.

Por la chimenea del crematorio, vi salir lentas y silenciosas volutas de humo que desprendían palabras y lanzabas fumarolas en forma de corazón.

Me declarabas tu amor aún ausente.

Celebro recordarte y agradezco el ayer porque en él existes...aunque en mi ahora ya no estés presente.