CÚPULA

A cien años de la partida de Ramón López Velarde

A cien años de la partida del poeta jerezano, su obra guarda sorpresas que maravillan y embelesan, pero también que infunden en el espíritu amor

CULTURA

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MÁS DE SU OBRA. Dejó inédito El son del corazón, que se publicó hasta 1932 y el libro de prosa, El minutero, fue editado por sus deudos póstumamente, en 1923. Foto: Ricardo CortezCréditos: Ricardo Cortez

Hablar de Ramón López Velarde no es tarea sencilla. Ha sido comentado por grandes personajes de la literatura de habla hispana como Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Gabriel Zaid, Juan José Arreola, José Emilio Pacheco, Jorge Luis Borges y, más recientemente, Juan Villoro, quien le dedicó el tema de su discurso de ingreso a El Colegio Nacional; sin embargo, quienes hemos disfrutado su lectura, sobre todo quienes somos sus coterráneos, no podemos dejar de regresar a sus obras como a un pozo profundo de otras épocas que mantiene la frescura y vitalidad en su interior y que sin remedio, nos nutre de nuevas impresiones del modernismo de la primera mitad del siglo XX que valen la pena compartir.

Como en su poema “El viejo pozo”, su obra también es un “compendio de ilusión y de históricas pequeñeces”, que caracterizó su estilo literario y la brillantez con la que logró expresar experiencias personalísimas y vincularlas a constructos sociales tan amplios como la misma patria, logrando una inquietante y novedosa trascendencia de lo privado hacia lo público. 

Para José Emilio Pacheco, con López Velarde “termina admirablemente el Modernismo en su capítulo mexicano”, pero también empieza, aunque en un sentido diferente. Su nacimiento, en 1888, coincidió con la aparición de Azul…, la primera gran obra del modernismo latinoamericano, en la autoría del nicaragüense Rubén Darío, donde el color primario y frío fue constante referencia del agua y del cielo, de la libertad del viento y de las profundidades del mar, de la nostalgia y la locura; de un viaje inagotable desde el origen hacia el destino —que es retorno—, en el cual el erotismo y el amor están siempre presentes como motivos y elementos de tensión. 

VIDA. Casa Museo Ramón López Velarde en Jerez, Zacatecas. Foto: Ricardo Cortez. Cortesía del Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde.

Influenciado por una nueva vitalidad en la literatura, pese a su formación católica, López Velarde supo transgredir los límites entre la inmaculada religión y el paganismo para hablar de forma íntima sobre el amor. Su primera obra, La sangre devota, se vislumbra como una cuestión problematizadora, el amor no consumado como una sutil llama que sin abrazar no llega a consumirse, para volverse una luz tenue que acompaña su camino con “sobrio estilo”, que “niega su brazo y otorga la emoción”. 

Como tantos otros poetas, idealizó a su amada, Fuensanta, hasta el punto de canonizarla en aquellos “endecasílabos sentimentales”, convencido de que sus “mustios corazones nunca estarán sobre la tierra juntos” y colocándola en un lugar visible e inalcanzable que perpetúa su “infinita sed de amar”. 

En Zozobra, su segundo y último libro publicado en vida, describe la “íntima tristeza reaccionaria” del “retorno maléfico” a un “pueblo que se calla en la mutilación de la metralla”, en clara referencia a los estragos de la violencia de la lucha revolucionaria y contrarrevolucionaria. En 1914, según recuerda Villoro, una división villista ultimó a su tío, Inocencio López Velarde, por lo que para 1919, cuando salió el precitado libro, se entremezclaban sus ideales revolucionarios, su catolicismo y su tristeza en imágenes fabuladas de “foscos mílites revolucionarios cambiando espadas por escapularios”.

No obstante, Ramón López Velarde dejó constancia de su cercanía ideológica con Madero en El Regional de Guadalajara con sus palabras: “Al proclamar el antirreeleccionismo, tuvo Madero una actitud caballeresca, un gesto bizarro, una palabra de justicia”. Al poeta, la independencia política de Madero le pareció poco usual y siempre lo estimó honrado, pese a las críticas que también se permitió publicar. 

La vida del poeta estuvo marcada por cuatro puntos geográficos: Zacatecas, San Luis Potosí, Aguascalientes y la Ciudad de México

Zacatecas siempre fue aquella tierra a la que regresaba continuamente como un hijo pródigo; Aguascalientes, una segunda casa donde recibió instrucción religiosa y conoció a entrañables amigos como su paisano, el originario de Pinos, Enrique Fernández Ledesma; San Luis Potosí fue el lugar donde cursó la educación universitaria y conoció a poetas que le influenciaron decisivamente, como Amado Nervo; y la Ciudad de México, su último destino, donde las largas caminatas, las charlas nocturnas y una pulmonía descuidada terminaron por arrebatarle la vida a la temprana edad de 33 años. 

“La edad del Cristo azul se me acongoja”, escribió en el poema “Treinta y tres”, al reconocer: “…mi humilde sino se contrista porque mi boca se instala en secreto en la femineidad del esqueleto con un escrúpulo de diamantista…”

Antes de su muerte, con motivo del primer centenario de la consumación de nuestra independencia nacional, el también abogado escribió “La suave Patria”, quizá su obra cumbre, que José Vasconcelos, entonces ministro de educación, publicó de forma póstuma en la revista El maestro. Tres meses antes de su estreno, la muerte encontró a nuestro paisano en junio de 1921; por eso, a 100 años de su muerte, recordamos su vida y obra como uno de los poetas más emblemáticos de México.

En reconocimiento a su legado, el Senado de la República aprobó la inscripción en letras doradas, en un espacio de los muros del Salón de Sesiones, la leyenda: “Ramón López Velarde, poeta de la patria”. Por su parte, el Cabildo del municipio de Jerez aprobó que sea el bellísimo Teatro Hinojosa la sede de la Sesión Solemne que dé inicio a las actividades por su centenario luctuoso; sin embargo, no son los actos formales los que mejor reflejan la asimilación de la estética de López Velarde. Pasear por la Plaza de Armas, en la capital de Zacatecas, y encontrarlo sentado allí, en bronce, con libreta y tinta en la mano, y la vista en el azul profundo del cielo, es una maravillosa analogía de su sentido íntimo de pertenencia a la tierra, a la gente y a las costumbres. 

PATIO. Casa Museo Ramón López Velarde en Jerez, Zacatecas. Foto: Ricardo Cortez. Cortesía del Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde.

Para quienes leemos y releemos su obra, en especial para las nuevas generaciones, López Velarde guarda sorpresas que maravillan y embelesan, pero también que infunden en el espíritu amor, no por una patria cosificada en la dureza de los edificios o monumentos, sino tierna y frágil que nace de la dignidad de quienes la conforman. Su poesía y prosa son la promesa de una patria para todas y todos, donde la indiferencia, la crueldad y la violencia sean sólo un triste recuerdo que nos reconforte con su lejanía. 

Mientras tanto, la obra del poeta zacatecano es cotidiana y atemporal.

Por Ricardo Monreal Ávila

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