CÚPULA

De nidos, estrellas y girasoles. El niño Vicent van Gogh

El autor nos cuenta, en dos capítulos de su libro, las aventuras del pequeño futuro pintor, acompañado siempre de su hermano Theo

CULTURA

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Galería principal de la muestra Van Gogh Alive The Experience México. Actualmente en exhibición en el Monumento a la Madre, Ciudad de México.

Los presentes textos integran dos capítulos del libro De nidos, estrellas y girasoles. El niño Vincent van Gogh, de Mario Iván Martínez, con ilustraciones de Juan Gedovius, publicado por el Grupo Editorial Penguin Random House, en octubre de 2020, en pleno periodo de confinamiento COVID-19.

Todos conocemos la obra de Vincent van Gogh, pero ¿sabes cómo fue que se inició en el arte?

En una pequeña ciudad de Holanda vive el travieso Vincent van Gogh, un pelirrojo con las mejillas llenas de pecas, a quien le encanta meterse en problemas. Junto a su inseparable hermano Theo, pasa sus tardes buscando nidos y mirando las estrellas, descubriendo una manera de ver el mundo que hoy puedes encontrar en pinturas colgadas en museos de muchos países. 

Aquí encontrarás cómo fue la niñez de este famoso pintor impresionista y cómo inició su camino para convertirse en uno de los artistas más reconocidos de todos los tiempos.

Contraportada del libro

Dos hermanos, un gato y mil estrellas

Esa noche de verano los hermanos Van Gogh subirían a escondidas a ver las estrellas.

—Cent —susurró Theo—, ¿ya subimos?

—Aún no —respondió Vincent—. Esperemos a que papá y mamá se duerman.

Los sonidos de la casa fueron disminuyendo. Se escuchó entonces el cerrojo de la puerta de la recámara inferior y, al poco tiempo, las paredes vibraban con los ronquidos de papá Dorus.

—¿Cent? —preguntó de nuevo Theo.

—¿Qué?

—¿Ya?

—No. Espera a que papá ronque como maquinita silbadora. Aún no está totalmente dormido.

—Cent —insistió Theo más tarde—, ¿ya?

—Ya — contestó Vincent—. Papá Dorus roncaba ya como maquinita silbadora.

Los hermanos salieron de sus camas sigilosamente, abrieron con mucho cuidado la puerta y caminaron de puntitas. La casa era toda de madera y a cada paso rechinaba el piso: crac, cric, crac, cric. La luz de la luna bañaba el interior de la casa de los Van Gogh con tenues matices de azul.

Theíto se asustó de pronto ¡al encontrarse con dos ojos brillantes en la oscuridad! Imaginó que un duende malvado lo acechaba, o tal vez sería uno de esos diablillos que aparecían en los cuentos que les relataba mamá Cornelia.

—No te asustes, Theo —murmuró Vincent—, sólo es Laika.

La gatita de la casa dormía bajo una mesa del pasillo y los contemplaba curiosa, como preguntando: “¿A dóóóónde van?”. La luz de la luna hacía que sus ojos brillaran como gemas en la oscuridad.

Portada del libro: De nidos, estrellas y girasoles. El niño Vincent van Gogh, Mario Iván Martínez, ilustraciones de Juan Gedovius, 2020. Ed. Penguin Random House. Cortesía: Penguin Random House.

Los hermanos Van Gogh salieron a la terraza. La noche era clara y tibia ese verano. Vincent había llevado consigo una cobija: los niños se taparon con ella, sentándose muy juntitos, y dirigieron sus ojos hacia el cielo.

—¡Mira, Theo! Mira cuántas estrellas nos observan —dijo Vincent—, ¿no son fantásticas?

—¡Sí! ¿Las contamos, Cent? —sugirió Theo.

—Si quieres, pero no acabaríamos nunca, hermanito. 

Mejor intenta descubrir figuras. Algunos dicen que ven en ellas cangrejos, sirenas y toros. ¿Tú qué ves?

Theo respondió con una sonrisa:

—Yo veo que en el cielo hay tantas estrellas como pecas tiene mi hermano en los cachetes. Veo que en el cielo hay tantas estrellas como granos de azúcar hay en la azucarera; veo que en el cielo hay tantas estrellas como chismes que cuenta la señora Dekker, la verdulera. Veo que en el cielo hay tantas estrellas como los ronquidos de papá durante la noche.

Los hermanos Van Gogh rieron bajo la manta.

En un silencio, Theo descansó su cabecita en el hombro de su hermano. Vincent pasó sus dedos por el rubio cabello de Theíto y le rascó suavemente la cabeza, tal y como sabía que le gustaba que lo hiciera para dormirse (de seguro cuando te hacen “piojito” tú disfrutas de igual manera).

—¿Sabes, Theo? —dijo Vincent—, algún día me gustaría pintar las estrellas. Aún no sé cómo lo haré, me parece que debe ser muy difícil capturarlas en papel, pero lo haré.

—¡Mira, Cent! Esa estrella se cayó del cielo. ¿A dónde se fue? —preguntó Theíto con asombro.

—¡Fue una estrella fugaz! —explicó Vincent— , y es de buena suerte verlas, hermano. Debemos pedir un deseo. Theo, cierra los ojos y pídelo rápido. Los dos hermanos apretaron los ojos con fuerza. Durante ese breve y hermoso momento sólo se escuchó el canto de los grillos y el lejano relinchido de un caballo, además del suave ronroneo de Laika, que había subido a acurrucarse junto a los hermanos, con sus ojos centellantes bajo la luna.

—¿Lo hiciste? —preguntó el pelirrojo a su hermanito—. ¿Pediste tu deseo?

—Sí —replicó Theo—, pedí que nunca te vayas. Que siempre estés conmigo para ver las estrellas.

—Así será, Theo —respondió Vincent—. Así será.

Después de olfatear el aire, Vincent hizo una cara de disgusto y exclamó:

—¿Y ese olor tan feo?

—¡Fue Laika!

—Claro, Theo. Fue Laika.

La gatita salió disparada hacia la casa con un maullido enojado. Muertos de risa, los dos hermanos se quedaron dormidos bajo las estrellas.

El sembrador

—¡Despierten, flojos! Mamá los está buscando, ¡ya es tardísimo!

Ana, ya vestida, muy peinada y con un enorme moño blanco sobre sus rubios cabellos rizados, encontró a los niños dormidos en la terraza. Era do­mingo, un fabuloso domingo soleado, y, a diferencia de otras familias, los Van Gogh debían levantarse temprano para asistir todos muy elegantes al servicio religioso del pastor Dorus, en la pequeña iglesia de Zundert. El aroma de los geranios rojos inundaba el ambiente mañanero.

GENIO. Ilustración de Juan Gedovius en De nidos, estrellas y girasoles. El niño Vincent van Gogh, Mario Iván Martínez, 2020. Ed. Penguin Random House. Cortesía: Penguin Random House.

Camino a la iglesia, la familia pasó junto al oficial de gobierno, el señor Vandor Geldoff, quien leía (o más bien, gritaba) las noticias desde la puerta de la alcaldía. Geldoff era un hombre enorme, de mejillas coloradas que parecía que iba a explotar con cada grito:

—Hoy la señora Nutbaum perdió a su perrito —vociferaba el hombre —, recompensará a quien se lo regrese con dos frascos de su famosa mermelada de fresa. El puente junto al río estará cerrado porque se volcó una carreta con melones. Murió el cotorrito de la señora Janssen.

Entre cada noticia, el señor Geldoff se subía el pantalón cada vez más y parecía que le llegaría a la nariz. El caballero sudaba a mares y su esposa, delgadita como una vara, le limpiaba el sudor a cada rato con un pañuelito de encaje.

SUEÑOS. Ilustración de Juan Gedovius en De nidos, estrellas y girasoles. El niño Vincent van Gogh, Mario Iván Martínez, 2020. Ed. Penguin Random House. Cortesía: Penguin Random House.

—Buenos días, reverendo —exclamó el señor Geldoff, retirándose el sombrero al ver pasar frente a él a la familia Van Gogh—. Papá Dorus respondió con un gesto similar.

Después, el pregonero Geldoff continuó su letanía, enterando a la gente de lo último acontecido en el pueblo de Zundert, y la familia Van Gogh siguió su camino hacia la iglesia.

Ese día el sermón de papá Dorus trató sobre la parábola del sembrador.

Papá Dorus contó que un día un hombre salió a sembrar y, al lanzar las semillas, algunas cayeron junto al camino en tierra dura y vinieron las aves y se las comieron. Otras se vieron entre espinas y hierbas malas que ahogaron a las semillitas. Finalmente, algunas cayeron en buena tierra, la cual había sido trabajada y abonada. Ahí las semillas crecieron felices y dieron fruto.

—Esto nos enseña —dijo papá Dorus— que las buenas ideas son como las semillas: sólo florecerán en un buen corazón. Nuestro corazón representa la tierra donde el sembrador dejará su semilla. 

GALERÍA PRINCIPAL. En la muestra Van Gogh Alive The Experience México. Actualmente en exhibición en el Monumento a la Madre, Ciudad de México.

Por Mario Iván Martínez

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