FIL DE GUADALAJARA

Para alzar el vuelo

Incitados por la artista Carmen Parra, un grupo de tertulianos escribe, en tiempos de pandemia, sobre el acto libre de los pájaros

CULTURA

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CARMEN PARRA. Serie Rostros de la tertulia, Felipe Garrido, 2011. Cibergrafía, impreso en tela con acabados en temple al huevo. A semejanza de los frescos del siglo XVI. Cortesía: Carmen ParraCréditos: Cortesía

El aislamiento de los últimos meses nos ha orillado, a todos, en todo el planeta, a mantener cierta distancia entre nosotros; nos ha impedido que nos abracemos y nos besemos para saludarnos. Ha, dolorosamente, separado nuestros cuerpos: no podemos tocarnos. Al mismo tiempo, las redes sociales y las plataformas nos han permitido reunirnos, hablarnos, vernos por más tiempo, con mayor frecuencia que nunca antes; han anulado las distancias y las diferencias en los husos horarios; han provocado una cercanía –intelectual, emocional– entre nosotros, los seres humanos, que no habíamos conocido. Acabamos de ver, en la FIL de Guadalajara, un acontecimiento global. ¿Dónde pudo reunirse y convivir esa inmensa cantidad de gente? No en Expo Guadalajara, en el ciberespacio.

No podemos imaginar cuántas otras consecuencias ha tenido y seguirá teniendo nuestra convivencia con el COVID-19. Por ejemplo, lo que está sucediendo aquí, con esto que escribo, entre nosotros, un grupo en realidad pequeño –13 personas–, La Tertulia del Convento.

Hace poco más de 20 años, convocados por José Rogelio Álvarez, Ángeles González Gamio y Eduardo Matos Moctezuma, un grupo de amigos empezamos a reunirnos, para conversar sobre asuntos de historia y de actualidad; de artes plásticas, arquitectura, música, política, literatura, la vida de todos los días. Mes a mes, José Rogelio nos recibía en su casa. Periodista de altos vuelos, asesor de dos secretarios de Educación Pública –Agustín Yáñez y Fernando Solana–, director del Conafe, promotor de la creación de El Colegio de Jalisco, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, del Seminario de Cultura Mexicana, y autor de un buen número de libros, entre los cuales se destaca una obra monumental para la cual coordinó el trabajo de 400 colaboradores: en 1977, en 12 volúmenes, apareció su Enciclopedia de México.

José Rogelio vivía en el sur de la ciudad, en Churubusco, en la Calle del Convento; así que desde que empezamos a reunirnos, nuestro cónclave fue La Tertulia del Convento. José Rogelio falleció en 2011, con 88 años cumplidos. A partir de entonces comenzamos a rotarnos, en nuestros domicilios, y La Tertulia no dejó de congregarse con la periodicidad acostumbrada. Lo hizo regularmente, durante casi 10 años más, hasta marzo de 2020. En abril ya no fue posible: había comenzado la era del COVID.

Paradójicamente, a los tertulianos el virus nos ha puesto en contacto más estrecho que nunca. Ahora intercambiamos mensajes, textos y videos todo el día, todos los días. Nos llamamos por teléfono más a menudo. Nos seguimos y nos encontramos en conferencias y mesas redondas que pasan por las plataformas. Comentamos lo que cada quien escribe en la prensa y en las redes sociales; los libros que publicamos, los que escriben otros compañeros, las noticias, las opiniones y los testimonios que incesantemente circulan; las consecuencias del mal gobierno –peores que las del virus que nos ha ido devastando–; la necesidad de encontrar motivos de esperanza.

CARMEN PARRA. Serie aves, Gorrión, 2020. Acuarela y lápiz sobre papel. Cortesía: Carmen Parra.

Carmen Parra, pintora sobresaliente, miembro de La Tertulia, pasa la mayor parte de su tiempo en playas del Pacífico; un escenario que hace llevadero el encierro. Pero Carmen no sabe estarse quieta y continuamente se embarca en nuevos proyectos: un día pintó un majestuoso guajolote y nos lo envió a los tertulianos.

Ahí me pierdo un poco. No sé exactamente qué dijo quién, ni a quién se lo dijo. En todo caso, los tertulianos concluimos que ese guajolote merecía un texto, y que era una buena idea que Carmen pintara otras aves –las que cada quien fuera proponiendo– y que cada una de ellas se viera acompañada por un escrito; un par de cuartillas escritas por quien la había sugerido. Tal es el material que aquí se presenta.

Hay algo más que quiero decir. Desde el momento en que sucedió, y hasta el día de hoy, me maravilla lo fácil que fue ponernos de acuerdo. A todos nos pareció natural que fueran aves lo que Carmen debía pintar.

Cuando en estos días veo pasar, muchos metros por encima de mí, a un humilde gorrión; o me quedo inmóvil para no ahuyentar a un colibrí; o admiro a una parvada de zanates que maniobran contra el crepúsculo, siento que en estos tiempos todos envidiamos esa forma de ser libres que tienen algunas aves; que todos quisiéramos, de vez en cuando, alzar el vuelo.

Atendiendo la invitación de Cúpula, presentamos los textos dedicados a las aves por los tertulianos con las creaciones de Carmen Parra.

CARMEN PARRA. Serie Rostros de la tertulia, Vicente Quirarte, 2011. Cibergrafía, impreso en tela con acabados en temple al huevo. A semejanza de los frescos del siglo XVI. Cortesía: Carmen Parra

Gorrión

Soy breve, ligero y numeroso. No tengo grandes alas como el águila ni, como el tucán, un pico colorido. A fuerza de convivencia soy invisible como el aire, que ahora parece haberse vuelto el enemigo. No tengo grandes cambios en mis plumas, y mi color es pardo todo el año. Me alimento en parques y en estadios, y me bastan las sobras que dejan los humanos. Ahora casi no los veo. Salen de vez en cuando, con desconfianza, enmascarados, y no comparten más su comida con nosotros. Antes de la primavera, el 20 de marzo, se recuerda nuestro día mundial. Pocos lo saben, y está bien. Nos desplaza el milagro reincidente de las jacarandas. Un poeta dijo de nosotros que éramos los verdaderos niños de la calle. Cada vez somos menos, pero a pesar de todo somos muchos. Dicen, para borrarnos, que vivimos de los humanos. Pero si no fuera por nosotros, ¿Cómo sería su vida? Ellos no lo saben. Nosotros sí.

Por Felipe Garrido y Vicente Quirarte

 

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