CÚPULA

Identidad nacional: Lo sagrado y lo profano

El autor reflexiona en las siguientes líneas acerca del origen de los rasgos que identifican a los mexicanos

CULTURA

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Yolanda Andrade, Día de muertos en México. Cortesía: Patricia Conde Galería.Créditos: Cortesía: Patricia Conde Galería

Ante la Identidad, las respuestas varían. La gran mayoría no suele discutir el tema, aceptando ser lo que son, mexicanos, con virtudes sujetas a comprobación y defectos susceptibles de ensalzamiento. Y las minorías políticas han uniformado sus respuestas. Así, por ejemplo, la derecha se pasma. Desde el siglo XIX, lo básico, para la mentalidad derechista, no ha sido la Nación sino aquello que contiene y permite a la Nación: la Familia, último guardián de los valores morales y eclesiásticos. Y de la Familia se desprende la Empresa, el culto al esfuerzo individual que prolonga el sentido de lo familiar en el horizonte de las transacciones. Y debido a este predominio de la Familia sobre la Nación, a un gran sector de la derecha empresarial se le facilita el canje de intereses (lo que desde fuera se llama “desnacionalización”), porque —según dicen o según demuestran— la lealtad a “lo nacional” los sujeta a realidades y modos de vida que empobrecen. Su lógica es elemental: ¿cómo ser contemporáneos de los modernos de Europa y Norteamérica, si nos atenemos a los prejuicios de lo nacional, que aleja del gozo adquisitivo de lo internacional? A su vez, la izquierda nacionalista, que en el sentido cultural es más fuerte de lo que se admite, ensalza la visión optimista de la “Identidad Nacional”, porque la necesita para su proyecto: resistir hasta lo último el arrasamiento imperialista de valores y materias primas. Según la industria cultural, la Identidad es el catálogo donde se inscriben lujos emocionales, pasiones sublimadas por la fatalidad, alianzas entre raza y destino trágico o cómico, gusto por la muerte, machismo, irresponsabilidad, sentido totalizador de la Fiesta. Sin aferrarse al purismo, esta industria comercializa la experiencia colectiva hasta desdibujarse, y luego de breves resistencias llama Identidad al sincretismo. Así se da, en las fiestas de noviembre, la interacción del Halloween y el Día de Muertos, que en verdad no convoca a ultraje alguno, porque más mexicano que este Halloween superanaranjado y baratero, ni Tlaquepaque.

Yolanda Andrade, Día de muertos en México. Cortesía: Patricia Conde Galería.

Nación es la frontera con Guatemala

Durante un periodo (1940-1970), la cuestión nacional se difumina o pasa a segundo plano, inscrita en la publicidad del Estado. En el horizonte histórico prevaleciente, el de la Revolución Mexicana, lo nacional —territorio, lenguaje, nivel educativo, tradiciones, derrotas y conquistas, creencias, costumbres, religión— es el sistema de comunicación y de cohesión interna de las mayorías, que habitan psicológicamente en esa “zona abierta”. Lo nacional es fruto de la Historia, de la vida popular, del pregonado millón de muertos de la lucha armada, y es el círculo de la seguridad, la compensación que transmuta los valores centrales en dispositivos de la vida cotidiana. La atmósfera de las vaguedades, el reino de las atribuciones. Según el gobierno, la “Identidad Nacional” es la esencia dócil, el espíritu popular que anida en todas las clases sociales (de acuerdo con este criterio, la burguesía, por mexicana, también es popular a su modo), el via crucis histórico que culmina en la obediencia a las instituciones. Ante esto, se agolpan las preguntas: ¿de qué modo se aplica la identidad, que debe ser fijeza, a los requerimientos del cambio permanente? ¿Cuál es el meollo de la “Identidad”: la historia patria, la Constitución de la República, las leyes, la religión, el sentido de pertenencia a la nación, la lengua, las tradiciones regionales, los hábitos sexuales, las costumbres utópicas, los usos gastronómicos? ¿Cuál es la “Identidad Nacional” de los indígenas? ¿Pueden ser lo mismo la “Identidad” de los empresarios y la de los campesinos? ¿Hay Identidad o hay identidades? ¿Cómo intervienen en el concepto las clases sociales y los elementos étnicos? ¿Hasta qué punto es verdadera la “Identidad” que promulgan los mass-media? Si la “Identidad” es un producto histórico, ¿incluye también las derrotas, los sentimientos de cabal insuficiencia, las frustraciones? ¿Hay una Identidad negativa y otra positiva? Ante la acumulación de interrogantes, algunas hipótesis:

•De existir, la “Identidad Nacional” es también respuesta a las necesidades de adaptación y sobrevivencia, y por tanto es una “identidad móvil”, si la expresión tiene sentido.

•Así como la idea de patria reemplazó a la independencia en el conjunto de las jerarquías colectivas, lo que obligó a reajustes notorios, poco a poco, y en medio de juramentos oficiales de amor a las tradiciones, la urgencia definitoria desaparece. Uno, tal parece ser la conclusión, es lo que es, más sus propios lugares comunes.

•Debido al centralismo, desde los años 50 las versiones populares de la “Identidad Nacional” corresponden abrumadoramente a las de la capital de la República (confrontar la secuela fílmica de Nosotros los pobres, a Mecánica nacional y a La pulquería). Y hoy, ante la homogeneización del país, no son numerosas las diferencias entre las descripciones pintoresquistas de “cultura urbana” y de “Identidad”.

Al fundirse crecientemente con la cultura urbana, la “Identidad Nacional” ya no es el corpus de tradiciones, sino la manera en que el instinto colectivo mezcla mitos y hechos de la historia y del día de hoy, computadoras y cultura oral, televisión y corridos. Todo con tal de orientarse animadamente en una realidad —la de la globalización— que, de otro modo, sería todavía más incomprensible. Y la “Identidad Nacional” es el dispositivo de unificación de los elementos irreductibles (Estado, proceso educativo, tradiciones, cultura) y sus versiones diversas y opuestas en barrios, vecindades, colonias residenciales, condominios, unidades habitacionales de burócratas, colonias populares, ciudades medias, rancherías, poblados indígenas, zonas fronterizas. México es un país más monolítico y más plural de lo que se ha creído, y de continuo las creencias y las tradiciones modifican su función y la afirman. Un ejemplo entre miles: las unidades habitacionales obreras, concebidas de acuerdo al gusto decorativo y funcionalista de clases medias, en pocas semanas se convierten en algo distinto, que recuerda los orígenes rurales y subraya los hábitos de la promiscuidad (no el vocablo moralista, sino el despliegue de los gustos que genera la concentración demográfica). Otros ejemplos: la religiosidad popular, que es igualmente intensa tratándose del fervor guadalupano o del culto pentecostal (la minoría creciente en el país), y el habla que se americaniza para mejor mexicanizarse. Ante el triunfo, al parecer irresistible, del libre mercado (la suficiencia de los pocos y la insuficiencia del resto), se pone al día un nacionalismo que fue hace un siglo humilde petición de ingreso al “Concierto de las Naciones” y que, en su versión literaria o en su apariencia Metepec, Olinalá, Tlaquepaque y anexas, fue gran técnica de restauración psicológica y cultural, el freno a las tendencias aislacionistas.

**Fragmentos de “Identidad nacional. Lo sagrado y lo profano” en Revista de la Universidad de México, septiembre de 2017. Cortesía de la familia Monsiváis.

Por Carlos Monsiváis

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