CÚPULA

Muralismo, nueva clave de identidad

Los años posrevolucionarios marcaron la pauta para la enseñanza, a través de la iconografía y de su interpretación

CULTURA

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FOTOS. Diego Rivera en el Anahuacalli. Cortesía: Museo Diego Rivera Anahuacalli.Créditos: Cortesía: Museo Diego Rivera Anahuacalli.

Los ciudadanos nos hemos acostumbrado a caminar y mirar –admirar-, las paredes de los edificios como una especie de habitación íntima, con figuras alusivas a la historia. Ruinas arqueológicas, rituales, animales, la cosmovisión de los antiguos, procesos históricos que nos acompañan y que nos definen. Habremos de subir y bajar escaleras para apreciar el marco estético de aquello que nos da sentido como mexicanos. Una beta que es el resultado de esta propuesta del proyecto de educación surgida a partir del programa vasconcelista, que se conoció como muralismo mexicano.

El origen de este estilo fue el nacionalismo del siglo XIX y parte de la renovación cultural del gobierno posrevolucionario. Como un precepto constitucional, al atender las necesidades del pueblo mexicano, y como parte de las políticas públicas posrevolucionarias, la corriente del muralismo mexicano fue parte esencial del programa de educación básica del gobierno.

Así, los años posrevolucionarios marcaron la pauta para la enseñanza, a través de la iconografía y de su interpretación. De acuerdo con las propuestas de la Constitución de 1917, en tanto garantías laborales y sociales.

El comisionado para realizar esta ardua tarea fue el primer secretario de educación pública, José Vasconcelos, quien invitó a los pintores jóvenes de aquella época, alumnos de la Academia de San Carlos o de Bellas Artes, para recrear la memoria histórica de México.

Cortesía: Museo Diego Rivera Anahuacalli.

A partir de la pintura mural sobre las paredes de los inmuebles públicos, los artistas plasmaron un discurso pictórico que contempló la resistencia social, enaltecimiento prehispánico, valores históricos, organización social y política y la esperanza de un futuro social justo a partir de la idea del progreso, dando pie al nacimiento de los simbolismos del nacionalismo mexicano.

Ejemplo de ello fue, sus obras en Palacio Nacional, la SEP, el Palacio de Cortés, la Ciudad Universitaria, el Hospicio Cabañas, el Antiguo Colegio de San Ildefonso, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Bosque de Chapultepec, el Tecpan de Tlatelolco, el Hospital de la Raza, el Museo Nacional de Antropología y el Centro Nacional de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Inmuebles en los que participaron Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Carlos Mérida, José Chávez Morado, Juan O’ Gorman, Jorge González Camarena, Francisco Eppens, Fernando Leal, Fermín Revueltas, entre otros.

Cortesía: Museo Diego Rivera Anahuacalli.

Al inicio del siglo XX, el mundo había cambiado: la experiencia de la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa y, específicamente, la Revolución Mexicana, fueron caldo de cultivo para plantear un nuevo discurso filosófico de paz e igualdad social.

Fue así que el muralismo mexicano, basado en la óptica de grandeza cultural e indigenista, se convirtió en un hito en la historia de la plástica nacional durante el siglo XX, que trascendió frontera, y que hasta la fecha nos identifica como mexicanos.

Por Ricardo Monreal

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