HÉCTOR AZAR

Héctor Azar: el resucitado oficio de la andante caballería

El también académico mexicano empezó escribiendo poesía y terminó siendo la orquesta del teatro

CULTURA

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BUSTO DE BRONCE DE HÉCTOR AZAR. Casa de la Cultura Pedro Ángel Palou Pérez. Créditos: Foto: Cortesía

Según consta en los censos seculares de nuestra época, por cada mil millones de mil surge un caballero andante. Acuciosos demógrafos han determinado que el ciclo de gestación se cumple al término de 50 años. Lo cual significa que, siguiendo las medidas generacionales de Ortega y Gasset y restando el número que siempre estamos pensando, Héctor Azar pertenece al reducido gremio de los personajes quijotescos; el cual, como se ha dicho, se da cada tanto de tantos y en tandas generacionales.

En este sentido, encontrarse en el camino de nuestra vida con la amistad de un caballero andante es, si creemos en la estadística, un verdadero acontecimiento. Para quienes no creemos en la friolera numérica, entendemos la suerte de toparse con Héctor Azar como un signo del destino, una enseña casi mística predestinada para un alma como la nuestra: necesitada del olvidado arte de soñar despierto, curiosa de conocer el abandonado oficio de emprender aventuras épicas, transformadoras del alma humana —o lo que ocupe el lugar del alma, podría ser, en caso de pertenecer a la ciencia materialista, un marcapasos en el pecho—, anhelantes de explorar los rincones sufrientes de la realidad y ofrecer un camino, modesto, libre y deslumbrante, como lo es el teatro.

Enderezar tuertos

La dramaturgia de don Héctor Azar, su gestión cultural, su visión transformadora del teatro y su apabullante personalidad tenían un sólo cometido: cambiar la vida de las personas; o como diría el de lanza en astillero y adarga antigua: la siempre mal pagada empresa de enderezar tuertos. Cada Quijote su armadura: Héctor Azar cambió la lanza en ristre por el bombín calado, los libros de caballería por los de Lope y la farsa picaresca —¿pleonasmo?—, el rocín por el templete la adarga por el libreto la venta por el teatro y la retórica vehemente de don Quijote por la vehemente retórica de don Héctor —¿pleonasmo o retruécano?—.

ESCENARIOS. Héctor Azar con Martha Ofelia Galindo. Cortesía de la familia Azar.

Como el Quijote, Héctor Azar era desbordante, y toda catarata es inasible. Empezó escribiendo poesía y terminó siendo la orquesta del teatro: el escritor de obras de teatro, el fundador de compañías de teatro, el constructor de teatros, el director de teatro, el teórico de teatro y el teatro, sí, él también era un teatro, iba y venía de un personaje a otro: del amigo entrañable al hombre de genio al luchador voluntarioso.

Cambiar juntos 

Y de ese caballeresco baile de máscaras me gustaría destacar tres de los mil y un rostros. Como el caballero de la triste figura, don Héctor tenía la convicción, la cual comparte este fiel escudero, de que el arte debía acercarse a la realidad más severa de nuestra sociedad, y ésta se encuentra en las clases desheredadas, creía que comprendiendo los mundos más severos de alguna manera se daba la pauta para solidarizarnos y cambiar juntos, para comenzar a desfacer agravios (¿otro pleonasmo?).

Este proceso de acercamiento social no era ajeno para Héctor Azar, como no debía serlo para quien resucita el arte caballeril, al humor y al uso ingenioso del lenguaje, el humor hace que el dolor y el sufrimiento de los demás no amarguen el alma de los andariegos, y el lenguaje decantado no sólo muestra que quien “lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho”, sino que ha logrado sopesar la fuerza de la palabra y su potencia transformadora.

ARTES. Héctor Azar en el Centro Universitario de Teatro (CUT). Cortesía: Familia Azar.

Aquí vamos a la segunda máscara: la idea, que este fiel escudero también consigna, de que el teatro, visto como una actividad física y mental, abona en la formación personal, es decir, es una educación sentimental. Si la primera cualidad se refiere al entorno social, esta última se vincula con el mundo interior, la creencia de que formar parte de una aventura teatral redunda en el enriquecimiento individual. El teatro visto como una de las bellas maneras de complementar la plenitud de una persona. Y quizás esta cualidad forme el alma más quijotesca de Héctor Azar, el teatro como una epopeya de salvación.

Universalidad

La tercera de las gracias (siempre son tres), y que a este Sancho escribidor también le fascina, se refleja en el ejercicio de la universalidad. Esta universalidad la encontramos en dos aspectos tomados al Azar, por un lado está su cultura ecuménica, obras ricas en alegorías grecolatinas, barrocas y modernas; por el otro, don Héctor fue una ventana hacia el extranjero y México una puerta abierta para los extranjeros —¿retruécano, pleonasmo?—, Eugène Ionesco, Peter Brooks, Grotowski pasaron por los tablados mexicanos y pusieron a México al día y al nivel de las corrientes de pensamiento de la época, gracias a lo cual seguramente el teatro mexicano, y en particular los artistas, fueron tocados e inspirados a través de ese diálogo intercultural.

El ejercicio de la contemporaneidad es una de las prácticas más escazas en nuestro país, cuando Octavio Paz dictaminó por decreto que finalmente éramos contemporáneos a todos los hombres, avant la lettre seguíamos siendo tan provincianos y cerrados sobre nosotros mismos como aquellas endógenas ostras antes de ser liberadas por don Quijote en el capítulo 75 de la segunda parte. Desafortunadamente, la cruel estadística ha hecho que la exclusas de la contemporaneidad vuelvan a cerrar sus conchas en espera de que toquen las campanadas de los tantos de miles y el preciso paso generacional dé nacimiento al renovado caballero andante que vuelva a enderezar los tuertos, los cuales suelen ser por obra de anfibología mancos de vista, es decir, volver la vista a los tuertos que miran con un solo ojo.

Por Miguel Maldonado