COLUMNA INVITADA

Mantenimiento y patrimonio ¿Preservación o despilfarro?

“Somos un país con millonarios como Slim, quien no fue capaz de rescatar la dignidad de el cine Teresa, una de las muestras más hermosas de Art Deco de la ciudad, porque lo compró para convertirlo en un putero más para vender baratija tecnológica.”

OPINIÓN

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Julén Ladrón de Guevara/ Colaboradora/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Con un futuro tan incierto, el pasado ha resultado un refugio apacible donde podemos encontrar los mejores recuerdos de nuestra vida y convertirlos en una mantita apapachadora que nos cubra con cariño. En lo individual, la revisión de otros tiempos es importante para saber de dónde venimos y por qué hoy somos lo que somos. De esa manera, podemos mirarnos al espejo con más benevolencia, para después abrazarnos y decirnos que lo que sucedió antes de hoy, fue parte de un montón de circunstancias buenas o malas que no siempre estaban en nuestras manos manejar. Sin embargo, cuando uno se maltrata y se dice cosas feas, ese reflejo se convierte en un juez cruel que nos obliga a ver un rostro que ya no reconocemos a través de nuestros propios ojos, porque lo percibimos maltratado, deshidratado o con sobrepeso. Por eso, hay que cuidarnos aunque sea pandemia, tomar agua, tratar de mesurar lo que entra y sale de la boca, bañarnos aunque no salgamos y tener la ropa limpia y bien planchada.

En lo colectivo, la revisión del pasado ha resultado emocionante porque durante la pandemia hemos descubierto nuevas líneas históricas, aunque lógicas, que estaban escondidas entre kilos de paja informativa. Del pasado amo muchas cosas; simpatizo con personas increíbles que murieron años antes de que yo naciera y que por suerte dejaron su testimonio de vida en los libros que escribieron, en la ropa que diseñaron o en los edificios que conforman hoy nuestro paisaje cotidiano, y de eso quiero hablar. En mis escasas incursiones a la calle, he notado con gran tristeza que muchos de los monumentos arquitectónicos y demás edificios cuyo mantenimiento depende del presupuesto gubernamental, están deteriorándose rápidamente. La cúpula de Bellas Artes no se ha pulido desde hace tiempo, el edificio de la Lotería Nacional se está descascarando y el Monumento de la Revolución también.

 

La Catedral Metropolitana apenas lleva el 8% de la reconstrucción del temblor de 2017 y tan sólo he mencionado cuarto de los inmuebles más insignes del país. Puedo imaginar que lo no evidente, como las plagas, las goteras, las maderas apolilladas o la basura que no se ha recogido harán peores estragos en cuanto transcurran unos pocos meses más. Por lo mismo, me preocupa la temporada de lluvias y los posibles incendios que el destino tiene ya agendados por la falta de mantenimiento de nuestro patrimonio nacional. Estos cuerpos arquitectónicos son como nuestro rostro frente al mundo, pero más aún, son el espejo en donde nos vemos viejos y decadentes, al que evitamos para no decirnos cosas feas y deprimimos cuando reconocemos la falta de amor propio por el descuido evidente. ¿De qué futuro nos vamos a agarrar cuando todo esto termine, si los símbolos de la resistencia ante la muerte están colapsando junto con nuestra moral colectiva? Además, somos un país con millonarios como Slim, quien no fue capaz de rescatar la dignidad de el cine Teresa, una de las muestras más hermosas de Art Deco de la ciudad, porque lo compró para convertirlo en un putero más para vender baratija tecnológica. Tampoco volteó a ver el cine Ópera que está por colapsar ni otros monumentos a la belleza citadina que otros mejores que nosotros intentaron conservar. ¿De qué nos sirve entonces el dinero si no es para vivir mejor? Ese es el problema de la mezquindad, de confundir el gasto con la inversión y de envidiar la riqueza que las manos de otros construyeron con arduo afán. Cuidar nuestro patrimonio es cuidar nuestra memoria personal, no sólo la colectiva, por eso duele más.

Cada rincón de México ha sido cómplice de una historia compartida con nuestro corazón. Recuerdo algunos besos provocados por la belleza de la escaleras cinematográficas del MUNAL, o el alivio de sentirme refugiada de la lluvia bajo la techumbre de Palacio Nacional. La devastación no debería ser una opción en medio de la peor crisis moral de un país, que a pesar de todo y con muletas sigue en pie, pero que no tiene voluntad para preservar su memoria e identidad, porque confunde el despilfarro con el resguardo de la moral nacional.

POR JULÉN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG